(Un resumen de este artículo, publicado en el semanario La calle del medio., N.7. noviembre de 2008, ganó MENCIÓN en el Concurso Nacional de Periodismo 26 de julio, 2009 de la Unión de Periodistas de Cuba, UPEC)
Reinaldo Cedeño Pinedaescribanode@gmail.com
La invisibilidad es una de las más terribles formas de la discriminación. Duerme agazapada en el desconocimiento, bebe de su propio veneno y legitima sus códigos, convirtiendo la exclusión en la norma.
Vivimos no sólo en el siglo de la comunicación, sino sobre todo, en el de la visualidad.
Por doquier, la imagen −y todas sus variantes− asalta con su enorme poder; la imagen y el movimiento, en una simbiosis sin la cual ya no sería posible imaginar la contemporaneidad.
El cinematógrafo de los Lumiere ha sido más importante para la humanidad que el ascenso a la luna. Es más, esa hazaña, sólo pudo ser aquilatada gracias al lente que la acercó a los hogares del mundo. Los avances posteriores en tal sentido (la televisión, la transmisión vía satélite, las imágenes vía Internet) no han hecho más que reafirmarlo.
La conformación −cotidiana y acumulativa− de nuestro sustrato cultural, corresponde más de lo que se suele aceptar a la pantalla doméstica, a la realidad que esta recorta. En tal sentido, las estadísticas alrededor de cuántas horas y cuáles son las vías de aprehensión del mundo circundante, pueden revelarse escandalosas.
El lente cumple sus propias leyes. Entre las consecuencias más inmediatas de la visualidad, se hallan el efecto de prestigio, la legitimación de autoridad y la fijación de valores, cánones y referentes; todo a escalas insospechadas, imposibles de lograr por otra vía.
Por supuesto, nuestro país no anda −no puede andar− ajeno a tales asertos; pero entre las jerarquías culturales y los valores que se desearía apuntalar, y los que en ocasiones van ocupando la pantalla, se han extraviado ciertos caminos. La Cuba del último medio siglo nunca ha rebajado su televisión a la condición de simple vehículo de enajenación; pero en la crítica radical ―entendida como ese ir a las raíces martiano― radica uno de los factores para su salud.
La Imagen Cuba y la televisión “nacional”
Para entrar en materia, no obstante, es necesario esbozar todavía uno de los conceptos más difíciles de asir: el de identidad nacional.
El “ser nacional” es la asunción de un concepto sicológico de representación, más allá de posiciones geográficas y kilómetros cuadrados. Esa representación asumida ha de convertirse en carne y savia de todas sus partes de manera irrenunciable, como la raíz sostiene al árbol y el tronco “representa” a sus propias ramas.
Lo “nacional” no es un atributo que se ha tomado a manera de garantía o de gracia divina; sino una expresión de carácter inclusivo, sin cuya manifestación se diluye, pierde la razón de su existencia y pasa a convertirse en una caricatura de sí misma.
Todo concepto es una síntesis, una generalización que antes ha hecho el análisis de sus partes para descubrir sus vasos comunicantes. Acudo entonces, a una de las definiciones más completas sobre identidad nacional, la del investigador Fernando Martínez Heredia, Premio Nacional de Ciencias Sociales 2006:
La identidad nacional es hija de una lenta y prolongadísima acumulación de rasgos, tomados, creados, reelaborados o recreados, de la vida cotidiana, los materiales míticos, las creencias, las expresiones artísticas y los conocimientos adquiridos de numerosas etnias, de sus choques, relaciones y fundiciones, de comunidades locales y regiones que compusieron el país. (1)
Así, la conversión de “lo nacional” en “lo habanero”, con el desconocimiento de las “relaciones y funciones”, con la negación de las “comunidades locales y regiones” (a las cuales debería presuponer y de las cuales debería nutrirse) es una clara corrupción del concepto.
El hogar, el barrio, el municipio, la provincia, la región… son los primeros espacios vitales que se advierten y que comienzan a formar parte del patrimonio personal y afectivo del ser humano.
El concepto de país es difícil de asir en las primeras edades, y el “terruño” es el lugar desde el cual ―en un proceso de educación, influencias, asimilación y sedimento― comenzamos a ser cubanos.
No habrá que confundir región con regionalismo: chovinismo desbordado, vicio descalificatorio del que advirtió Martí desde finales del siglo diecinueve: “Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea”. (2)
El regionalismo fue un pesado fardo que marcó la guerra de independencia contra España y exacerbarlo de cualquier forma ―la ausencia, el menosprecio, la deformación, la preeminencia― se presenta como una irresponsabilidad temeraria.
Los medios de prensa suelen acudir a códigos preestablecidos: fórmulas lingüísticas y enunciados que resumen un acontecimiento. Tal es el caso, por ejemplo, de las concentraciones o desfiles que sólo tienen lugar en la capital: se anuncia que “un millón de habaneros en representación de toda Cuba, acudirán hoy a…” Similares pautas son manejadas por la prensa foránea, al referirse a “declaraciones de La Habana” en lugar de “declaraciones del gobierno de la República de Cuba”. Es la clásica sinécdoque, tropo de la lengua en que se toma la parte por el todo.
Sin embargo, ninguna metáfora ni recurso de la lengua basta para legitimar el abuso de la “visualidad Habana” como “visualidad Cuba”, es decir La Habana vista no como la cabeza del país, sino como “el país”. En la práctica se ha convertido en una suplantación. Así, queda secuestrada la multiplicidad de la nación, se castran los referentes visuales de una parte y con él, sus protagonistas, modos, costumbres y escenarios.
El problema sería de menor cuantía si esto se reservase al ámbito teórico; mas su expresión práctica ―a manera de un cáncer―, va tomando cuerpo y empieza a dejar amargas consecuencias en los más diversos ámbitos; sobre todo en uno impensable: la discriminación.
Me resisto a no contar la anécdota: Después de muchos años, volví a ver en La Habana a mi ex compañero de estudios, Ayman, y decidí que no había mejor manera de celebrarlo que ir al estadio Latinoamericano a ver un clásico de la pelota cubana: Industriales−Santiago de Cuba. Y allá nos fuimos.
Todo iba bien… hasta que empezaron los gritos de “palestino, palestino” dirigidos a los aficionados orientales y a los jugadores visitantes. Ayman nació en Palestina y ha recorrido medio mundo en contra de su voluntad. Es muy sensible al tema.
Ser palestino para él es un orgullo irrenunciable, y por más que le expliqué la reasignación de significados, la migración interna y las pasiones que desata el deporte… tuvimos que irnos antes de finalizar el noveno inning. No entendió que un término que le resulta sagrado fuera usado con matiz despectivo… y mucho me costó que pasara la página.
En una dinámica asociativa relacionada con las dificultades de vivienda y asentamiento, el oriental emigrado hacia la capital, devino en “palestino”. Siguiendo la derivación, todo “oriental” en La Habana es considerado “un palestino” o “un posible palestino”, y de allí emergen ―casi por rutina―, las imágenes y los pareceres.
El arquetipo per se del “oriental” construido por la televisión cubana es ese “emigrado oriental”. El esquema suele ir acompañado de toques marginales y de comentarios desdeñosos o satíricos sobre su origen, cual si se tratase de una minusvalía, o de un error a subsanar. Más de uno se presta a estos reduccionismos.
De un plumazo, las series cubanas han desaparecido a “los orientales otros” que viven, trabajan, padecen, aman y mueren en el Este de la Isla; o a los orientales profesionales que viven en La Habana.
El lente nacional ha de darse prisa por calibrar esas miradas y abrirse asimismo a otras ópticas como las exhibidas en los Encuentros de Jóvenes Realizadores ―Buscándote Havana de Alina Rodríguez Abreu, es apenas uno de ellos― que aún esperan por su difusión en la pantalla doméstica.
En el tema de la migración de Oriente a Occidente (y la migración interna en general) subsisten en nuestros medios de difusión masiva, espacios ausentes, mucho folclor y poco análisis.
Otro vocablo para designar la geografía no capitalina (“el interior”) revela una cuota discriminatoria por el estilo, además de portar al mismo tiempo, trampas geográficas y anacronismos. Aunque su uso aparece ya en el decimonónico Diccionario provincial casi razonado de vozes y frases cubanas de Esteban Pichardo, no hay que olvidar que la herencia llega de una época de Habana intramuros/ extramuros, de los difíciles y lentos viajes “tierra adentro” a caballo… de los que nos separan largamente más de una centuria.
Laa condición de La Habana como hermosa ciudad de puerto y mares, es compartida por varias de las urbanizaciones de la Isla, y ninguna provincia cubana está ausente del contacto con el Caribe. Luego, esa dicotomía interior/exterior (el “exterior” que se supondría como lógica antinomia del “interior”) no tiene en Cuba razones que la asistan ni reales asideros.
Aunque figuraciones por el estilo no son privativas de nuestro país ―pues las capitales de las naciones del Tercer Mundo suelen ser las “vitrinas de la nación” y reservan para sí una centralización de poderes de la cual emanan instituciones y opciones únicas― valdría la pena estudiar el fenómeno más allá de lo anecdótico, el “palestinaje” y los “interiores”.
¿Cuándo comenzó el proceso de “habanización” o “habano-centrismo” de la cultura cubana? ¿Qué consecuencias sicológicas, migratorias, culturales y sociales ha tenido? ¿Cuánto ha contribuido a reforzarlo nuestra televisión en los últimos años?
El 7. Congreso de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba) dejó sentada las preocupaciones de sus miembros por "las crecientes manifestaciones despectivas hacia las personas de la región oriental del país"(3) Es el reconocimiento tácito a la existencia de un problema, un primer paso que presupone un segundo: la búsqueda de soluciones.
El país “otro”
Si bien, de ninguna manera se le podrá endilgar a la televisión cubana ser la causante de un fenómeno que lleva en sí varios entramados; su reflejo acrítico y la recurrencia facilista a los arquetipos, lo ha redimensionado. De forma contraproducente, existe una marcada reticencia a admitir el fenómeno, o al menos a admitirlo en su dimensión real: es la discriminación invisible.
El aplastante peso de la visualidad habanera acaba convirtiendo en raros los modos de actuar o de ser no capitalinos. De esta manera, ante la falta de costumbre visual, “lo diferente” comienza a ser, poco a poco, “lo inferior”.
Lo más lacerante de todo es la omisión, que hurta del reconocimiento de la nación a quien echa su vida en su pedazo de patria, y no permite jerarquizar vidas y obras que potencialmente serían espejo para toda la nación. En consecuencia, aparece su contraparte: se abre paso a propuestas de menor relevancia, cuya difusión responde más a la cercanía geográfica que al nivel cualitativo. Ejemplos sobran.
La invisibilidad crea un círculo del infierno: no estás en la televisión porque no te conozco; como no te conozco, no estás en la televisión. No es posible querer lo que no se conoce. La invisibilidad es un crimen al alma misma de la nación.
Las estrategia sostenidas hasta hoy para paliar estas ausencias son, a mi modo de ver, muy limitadas, fragmentarias e inconsecuentes: la llegada a una provincia, de festival en festival, de algunos programas de la “televisión nacional” con sus equipos técnicos y artísticos; ese modo de actuación, esos “tres minutos de fama” otorgados a los “artistas de provincia” por la mirada descubridora llegada desde la capital, no puede ser la vía.
La programación informativa, especialmente el Noticiero Nacional de Televisión, se “alimenta” de reportes periodísticos que llegan desde muchos lugares del país. Es cierto. Lamentablemente ese esfuerzo, no pocas veces, queda rebajado por el olvido de la dramaturgia informativa. Esta es sustituida por el camino trillado, el ángulo decantado, la poca humanización de la noticia.
El espectáculo noticioso queda disminuido de tal forma que ninguna estructuración interna del noticiario puede salvarlo (a pesar del diseño artístico que la experiencia de avezados como Roberto Ferguson suelen proponer). En ocasiones, cuando se trata de celebraciones o conmemoraciones a lo largo del país, los reportes para la emisión estelar padecen de una lamentable falta de personalidad e imaginación: la visualidad se tiñe del mismo color.
Sin embargo ―y pese a esos señalamientos― vale apuntar que la programación informativa ha sido capaz de escudriñar en los rincones del país y enriquecer nuestro conocimiento del archipiélago; mientras en otras áreas existe un verdadero desconcierto.
Ahí están algunos programas variados o culturales: no se aprovechan los mecanismos creados de tributación informativa (los despachos de la Agencia de Información Nacional, las direcciones provinciales de cultura y sus departamentos de divulgación, por ejemplo). ¿No se levanta un teléfono, no se crean lazos propios?
Y allá va más de lo sabido: el conductor lee su “nota cultural” que se refiere en exclusiva a la actividad de tal anfiteatro, de tal casa de cultura de La Habana…
Si bien en la capital viven uno de cada cinco cubanos, las otras cuatro quintas partes de los televidentes no podrán disfrutar de estas propuestas por obvias razones.
La subvaloración del destinatario y la falta de una conciencia verdaderamente nacional son dos de los errores más comunes de algunos programas de la televisión cubana que se emiten desde la capital. Reconstruir esa conciencia es uno de sus grandes retos.
Los dramatizados, son punto y aparte.
Los cubanos podremos disfrutar las series foráneas, pero no hay que confundirse: nos gustan las nuestras, con nuestros artistas, nuestros directores y nuestros escenarios. Somos exigentes, porque así nos lo han enseñado, mas no me referiré al océano de las repeticiones ―ni a como se defrauda a la audiencia en espacios como la telenovela o las aventuras―; sino a ciertas ofertas que se han detenido en el tiempo.
Me he preguntado si, acaso, algunos escritores y directores no han sobrepasado aquello de “los personajes típicos” y “las circunstancias típicas”― cuando todo no es más que una entelequia, una fabricación intelectual―.
¿Y los asesores? Creo sinceramente que la asesoría es la gran asignatura pendiente en la radio y la televisión cubanas.
Se actúa como si la mirada habanera desde sitios capitalinos examinara “la otredad” del país desde cierta altura, recortara los personajes a su parecer y acabara convirtiendo los espacios en una pasarela de parodias: el oriental, el pinareño, el guajiro, el negro…
Miremos las últimas propuestas: el oriental que “no se vuelve atrás por nada del mundo”, la vieja tía que llega “desde lejos”, el bombero decimista hazmerreír del colectivo; la guajira paridora y refranera, la joven oportunista y ladrona, o el pueblo imaginado monte adentro donde la gente se mueve entre la torpeza y la payasada…
Podría decirse que al fin y al cabo, la guajira Lucrecia y su familia (telenovela Oh, La Habana) y la joven también campesina (Mónica de Polvo en el viento), no son todo Oriente: es verdad.
La circunstancia que les asigna ese carácter de representación de toda una región, es precisamente la ausencia de personas comunes no capitalinas en los seriados cubanos; y sobre todo, la recurrencia a los “guajiros tipos”/“orientales tipos”, ficciones que acaban creyéndose como realidades.
Si bien Oriente ha mantenido su identidad regional ―más allá de la división política administrativa de 1976― perdóneseme la perogrullada: orientales hay de todo tipo… pero los que “interesan” y los que “se ven” salen de un mismo molde.
En las series cubanas ―es curioso― la región central del país, no tiene personajes, casi “no existe”. Oriente es “la gran loma”: no hay orientales citadinos, los escogidos siempre son montañeses.
Se escribe sobre lugares de los que sólo se tiene una somera idea, y se representa a su gente con igual ligereza. El látigo humorístico se detiene en sus espaldas, casi con saña. Es increíble que aún se hagan guiños al guajiro de Romance del Palmar de Ramón Peón, que guardaba el dinero en la funda del machete.
Las series dramatizadas cubanas están urgidas de salir del escenario habanero, desandar otras calles, conversar con otros cubanos… para retomar el pulso de la nación.
Hacia una nueva visualidad
Al hablar de la “visualidad nacional”, algunos han tomado como ejemplo la Serie Nacional de Béisbol. Ahí está un ejemplo de política televisiva que cada año convierte en “nacionales” desde la pantalla a los “peloteros villaclareños” o a los “peloteros pineros, pinareños o santiagueros”. Las cámaras van a ellos… pero lo que debía ser regla es una excepción. Incluso allí ―hombres aparte― el déficit visual continúa: ¿dónde está la diferencia esencial entre un estadio y otro?
La cultura cubana es, por definición, una cultura de resistencia, de cimarronaje, una cultura tercermundista erguida frente a la hegemonía europeo-norteamericana. La Casa de Las Américas, el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, la presidencia del Movimiento de Países No Alineados… son muestra de esa vocación.
Por eso, se presenta como una inconsecuencia ese diálogo centro−periferia como relación entre la capital y las provincias en nuestros medios masivos.
Es hora de saltar relaciones verticales en demasía, racismos culturales y prejuicios sostenidos que han secuestrado la Imagen Cuba a parte de los cubanos.
La televisión está urgida igualmente de otras voces autorizadas que tributen al pensamiento nacional y cuyo ámbito, proyección y experiencia vital salgan del circuito habanero.
Lo mejor de todo es que, ese secuestro de la imagen cubana, hoy por hoy, no puede sostenerse en falta de capacidad profesional ni en dificultades técnicas insalvables, porque mucho se ha trabajado en la superación profesional, en la dotación de equipos para emisoras y telecentros, tanto provinciales como municipales.
Una sola muestra: Primada Visión (telecentro de Baracoa de reciente creación) fue quien llevó a Cuba y al mundo las impactantes imágenes de las penetraciones del mar en esa ciudad cuando el huracán Ike.
La propia transmisión de las tribunas abiertas reveló la existencia de un talento vasto en todo el país, la capacidad organizativa de los territorios y las posibilidades de colaboración técnico-artística entre estos y la capital.
Hace cuarenta años se fundó Tele Rebelde en Santiago de Cuba. Hablar con sus fundadores (capitalinos y santiagueros) es un viaje hermoso a la memoria, a la pasión… y también al dolor. Cuando en 1986 fue reconvertido en canal territorial (Tele Turquino), y no en el canal nacional que debió ser… se fracturó la posibilidad de establecer referentes visuales no habaneros de forma permanente para toda la Isla.
El cuadro dramático de Tele Rebelde ―formado con no poco sacrificio y entusiasmo― se diluyó, o emigró. Ni siquiera podremos imaginar cuanto se perdió. Aunque se ha seguido trabajando, la pregunta de las razones para aquella decisión, sigue en el aire, cual un fantasma errante.
Tele Rebelde desde Santiago de Cuba fue la gran oportunidad perdida de ampliar la visualidad cubana.
A mi modo de ver, urge explorar varios caminos hacia una nueva visualidad cubana, y también hacia una nueva sonoridad, no olvidarlo.
A la palabra “nacional” hay que recuperarle su significado.
Hoy por hoy, brillan en nuestra televisión algunas de las menciones y propaganda de bien público, por lo que sería conveniente servirse de ellas para abordar de manera creadora esas “crecientes manifestaciones despectivas hacia las personas de la región oriental”. Sería un gran servicio al país.
Un signo positivo ha sido la selección de programas de canales provinciales que se transmiten para todo el país, pero es necesario perfilar tal gestión, garantizar que las propuestas escogidas alcancen la calidad requerida, sin que dupliquen estéticas ni propósitos (como parece ocurrir en los programas juveniles). No es suficiente escoger: hay que estimular esas producciones, repensarlas para el destinatario nacional, y apoyarlas cuando sea menester, sin que eso signifique suplantar a los especialistas de cada región.
Hay que estudiar la posibilidad de reconvertir uno de los canales de alcance nacional ―o al menos algunas de sus horas― en el espacio que acoja el talento desarrollado en otras ciudades de Cuba, en su ámbito, con sus actores, técnicos y presentadores.
El personal técnico artístico de los telecentros está por lo general subutilizado, marginadas sus propuestas a las horas de paso y ávido de hacer. Esa idea toca a la puerta de los canales educativos, que no acaban de concretar su perfil y se han convertido en repetidores de espacios de otros canales o en transmisores de enlatados foráneos.
Estamos tan habituados a que grupos y solistas de jerarquía residentes en provincias, vayan al encuentro de las “cámaras nacionales” que no advertimos la cuota de inconsecuencia que portan estos viajes ―casi siempre esporádicos, breves y complejos― dada la carencial realidad cubana. Estamos viendo las cosas al revés.
Son las “cámaras nacionales” las que deben enfocar al artista en sus escenarios habituales, tal como se hace con la pelota, a lo largo de la nación. Espectáculos culturales no menos dignos que el béisbol, podrían recibir similar tratamiento, junto al de la grabación y la transmisión a posteriori para todo el país.
Tal vez, algunos no han valorado suficientemente los aportes de la Televisión Serrana. Sin miradas paternalistas, in situ, los documentales de esta propuesta experimental ―con un buen número de galardones― significaron una renovación del rostro y el paisaje cubano desde las comunidades serranas de la provincia Granma. Sin desconocer sus singularidades, es preciso revisitar la médula de esa experiencia y trazar desde allí estrategias actuales y más amplias, que exploren nuevos espacios.
El panorama musical cubano necesita también aire fresco en el orden visual, y para ello tendrá que salir del circuito de los mismos grupos, los mismos estudios y los mismos intérpretes.
Aunque en todos los sitios no haya iguales condiciones, existe más de un teatro, más de un estudio en el país que podría acoger a los artistas de su territorio (y su entorno más próximo), y desde allí proyectarlos nacionalmente, sin necesidad de tocar las puertas de 23 y M. La racionalidad de los recursos y la pluralidad de las opciones así lo aconsejan.
No creo que alguien ponga en duda que la televisión se ha convertido para una buena parte de los cubanos, en columna vertebral de su diversión: la más barata, asequible y permanente, y de ahí su exigente encargo social.
Es hora de abrir los goznes, hora de que el lente nacional redescubra a un país de cuatro letras, extendido de San Antonio a Maisí y que se llama CUBA.
NOTAS:
(1) Fernando Martínez Heredia: “El horno de los noventa”, en La Gaceta de Cuba, N.5, La Habana, septiembre-octubre, 1998, p.4.
(2) José Martí: “Nuestra América” en Obras Escogidas, T II, Editorial de Ciencias Sociales, La habana, 1992, p. 480. (Artículo publicado originalmente en La Revista Ilustrada de Nueva York, 1 de enero de 1891).
(3) Documentos de la Comisión Cultura y Sociedad, en el 7.Congreso de la UNEAC, efectuado del 1 al 4 de abril de 2008 en el Palacio de las Convenciones de La Habana.
---Ganadores del Concurso Nacional de Periodismo 26 de Julio 2009.