martes, 24 de mayo de 2016
viernes, 20 de mayo de 2016
ELIADES OCHOA: DE LA TROVA PARA EL MUNDO
Leo en la página 57
de este libro: “Eliades (…) nunca olvida
aquella vez cuando, aun siendo niño, se
acercara a un cajón de limpiabotas, donde la gente se agolpaba para ver al
señor a quien limpiaban los zapatos, y el pequeño Eliades, aprovechó para tocar
la guitarra y ganar unos centavos. En esa ocasión, al terminar de entonar la
melodía, el señor a quien todos seguían, le puso la mano en la cabeza y le dijo:
“Todos los grandes comienzan… así”. El limpiabotas le dijo luego al muchacho:
“Eliades, ese a quien le cantaste, es el Bárbaro del Ritmo, el señor Benny
More´”.
El Benny
hizo de oráculo. La anécdota vale un potosí: es lo real maravilloso de que hablara Carpentier,
el azar concurrente del que escribiera Lezama.
Permítaseme aprovechar la ocasión y traer aquí
otra anécdota, que de alguna manera es su continuidad. Me ocurrió en la calle Enramadas.
Por ella iba subiendo un ardoroso mediodía, tras una conferencia de prensa sobre
el disco Sublime Ilusión. Me habían
obsequiado una hermosa fotografía de Eliades,
en la cual parecía en primer plano, con su inconfundible sombrero de “cowboy
oriental”.
Intentaré reproducir el diálogo entre
aquella señora que me salió al camino, y un servidor:
¡¿Ese
es Eliades, Eliades Ochoa?!
Sí.
¿Y esa foto, usted la vende?!”…
No, no, señora…
!Ah!…
es que lo admiro tanto!... Yo lo he visto en España, he ido a sus conciertos en
Francia…
Bueno, señora, mire… yo le regalo la foto…
Y vi,
viví como los colores se le subieron al rostro, como la alegría le desbordó…
No, joven,
yo voy a pagarle…
De ninguna manera: un regalo es un regalo…
Pero… ¿Ud. sabe lo que tiene? ¡Es Eliades!”…
(Habla Reinaldo Cedeño en la presentación del libro sobre Eliades Ochoa, al lado de Susana García de Ediciones Cubanas, la auora del volumen Grisel Sande y el propio Eliades)
Sin esperarlo, sin pensarlo, el mundo vino a
mí. A veces, la cercanía no nos deja
ver. Eliades Ochoa es, ni más ni menos,
que el guajiro que creyó siempre en lo que hacía; que orgullosamente arrastró,
desde la médula, la herencia musical de la familia; aquel al que un día le
dijeron que con esa música no iba a salir ni a La Prueba (Oriente adentro) y no
hizo más que aferrarse a ella. El que se afirma ser alumno de los grandes de la
trova, cuando es ya un consagrado de la misma estatura.
Eliades Ochoa es el artista que ha llevado
con él, las calles, las serranías, las tejas, el olor de Santiago. Que, en sus
“dedos de oro y cuerdas de acero”, ha llevado a todos los santiagueros y a
todos los cubanos, a los escenarios más insospechados del mundo. Uno de los líderes
del Buena Vista Social Club, uno de los fenómenos musicales más trascendentes de
las últimas décadas y que ya se despide
con su célebre gira “Adiós Tour”.
Por
eso, enaltece este libro, Eliades Ochoa: de la trova
para el mundo de Grisel
Sande Figueredo, publicado por Ediciones Cubanas (Artex). Este libro es un
riesgo, cada libro lo es; pero este se presenta doble, porque viene desde la cercanía. La autora debió
tomar distancia de su compromiso conyugal, para equilibrar su juicio. El empeño
arrojó luces. Este es un libro justo, transparente, pleno de información valiosa, escrito con
conciencia; pero sin alardes. Es un libro bien pensado.
( La autora del volumen, Grisel Sande y el presentador Reinaldo Cedeño)
Al modo de una descarga, de una pieza
musical, de un concierto, no tiene prólogo; sino obertura, a cargo de Silvio
Rodríguez. ¡Nada menos! En los capítulos siguientes, entramos en los primeros
años del creador, en la génesis del
Cuarteto Patria, cuya dirección asumiera andando el tiempo; y por supuesto, en
la mítica Casa de la Trova santiaguera y en la leyenda del Buena Vista Social
Club.
Uno de los apartados más interesantes es
aquel en que la autora pudo reunir la
opinión de sus contemporáneos sobre el célebre intérprete de “Píntate los
labios, María” y “Estoy como nunca”. A saber, los inolvidables Rubén González,
Ibrahím Ferrer y Compay Segundo; Rubén Blades, Pancho Amat, Ry Cooder, Charles
Muslewhite, María Teresa Linares… y hasta el cosmonauta Arnaldo Tamayo Méndez.
Luego, aparecen artículos, datos biográficos,
versos. Es una visión multilateral, que indudablemente, enriquece el volumen.
Nos asombramos al ver desfilar por nuestros ojos, la increíble cantidad de galardones
internacionales recibidos por el artista con sus discos de oro y platino, las
nominaciones al Grammy. La autora (sabrá Dios con cuantos desvelos), confirmó fechas, hurgó en programas, rastreó
en periódicos, revistas y publicaciones digitales…
Un regalo especial lo constituyen las partituras
de algunos temas, que músicos y estudiosos sabrán agradecer. Por si fuera poco,
un abundante material gráfico acompaña el volumen: El Eliades de los comienzos y el Eliades de la fama
universal. Y un disco adjunto que redondea todo, como verdadera gema.
Por
eso, insisto, Eliades Ochoa: de la trova
para el mundo, es un libro bien pensado. Ediciones
Cubanas (Artex) ha hecho bien en acoger, en apostar por este texto de Grisel Sande Figueredo. Ella ha sabido restaurar la memoria, atrapar
el eco de más de un suceso prendido en
cualquier esquina del planeta. Ella ha sabido sintetizar, ha sabido aquilatar
la vida de un artista que es ya un
clásico de la música cubana.
Eliades Ochoa y el autor del artículo, Reinaldo Cedeño
FARAH MARÍA: Más allá del malecón...
Esa muchacha va a ganar, masculló una de las
favoritas al galardón. Cuando la vio descender de la escalera rumbo al
escenario, cuando la vio danzar en el aire, su mirada se tornó vidriosa. Va a
ganar, repitió…
El jurado deliberó hasta la madrugada. Las
participantes, en un salón contiguo, tampoco podían dormir. El oráculo se cumplió: Farah
María ganó el Gran Premio del Festival Orfeo de Oro 1976, entonces, una de
las vitrinas de la cancionística internacional en Europa del Este.
No fue solo Bulgaria. En esa propia década se acreditó el premio de
interpretación en Dresde, en el difícil Sopot y hasta en Tokio. En el Festival
Mundial de la Canción Yamaha, fue la sensación con Recuerdo de aquel largo viaje
de Raúl Gómez. La estoy escuchando.
Atesoro un
video del Guzmán 1981, aquel concurso que tanto aportó a nuestra música, que
tanto rigor devolvió a la televisión cubana. Cantan La Lupe de Juan Almeida, a
cuatro voces: Amelita Frades, Beatriz Márquez y
Elena Burque. La última en salir es Farah. Los aplausos arrecian. El
cable del micrófono da un pequeño tirón que ella sabe sortear con elegancia. Aparece
en todo su esplendor.
Me parecía que estaba soñando, que estaba flotando… me comentó una tarde. De eso sabía: de flotar, de hacer soñar a los demás. Me lo dijo en su propia casa, al lado del piano, al lado de los girasoles de la popularidad que la revista Opina, que sus seguidores le propiciaron.
Me parecía que estaba soñando, que estaba flotando… me comentó una tarde. De eso sabía: de flotar, de hacer soñar a los demás. Me lo dijo en su propia casa, al lado del piano, al lado de los girasoles de la popularidad que la revista Opina, que sus seguidores le propiciaron.
Fue la gema del
cuarteto que integraron Memé Solís, Miguel Ángel Piña y Héctor Téllez, antes de
su carrera en solitario. Un tango como Adiós
muchachos o un cha cha chá como El Alardoso, parecían escritos para ella.
Algunos de los boleros que cantó por la geografía española, también. Interpretó a grandes autores, pero siempre
supo cual era su cuerda, siempre supo escoger a sus acompañantes.
Cierto que fue
modelo en sus inicios, que tomó incluso clases de ballet; pero ella
subió un escaño en eso de pulir lo que
natura le dispensó. Tejió su red, haló
el cordel, rindió a todos, hasta que le bautizaron como “La gacela de
Cuba”, como “La gacela que canta”.
Podía aparecer ante las cámaras. Podía cantar en
las arenas. Podía subir a las tablas con un vestido glamoroso. Siempre sensual,
pero jamás grosera. Los hombres querían tenerle cerca. Las mujeres, envidiaban
su figura. Era un “dolor de cabeza”.
Tengo muchos amigos que cuentan conmigo. Provengo
de una familia numerosa, será por eso que me gusta compartir. Y siempre estoy
buscando la felicidad, me confesó a
media voz, con una insospechada timidez, con auténtica modestia.
En 2012,
Enrique Pineda Barnet la invitó a su polémica cinta Verde, verde. Farah es la dama omnipresente que vigila, que
asiente, que critica. Le basta una mirada. No fue su primera vez en el cine, ni
su primera actuación especial.
Hay una pieza musical que le ha perseguido. Se la
pedían en cualquier sitio, en cualquier momento. Casi no hay que nombrarla.
Ella le entregó a la inspiración de Enrique Jorrín, todo su donaire. Hizo del pequeño tema, un exitazo.
Alguna vez se dijo que “el tiburón” no se refiere precisamente a un
escualo. Resulta metafórico bautismo hacia
aquellos que van al malecón y a otras zonas afines… para erotizarse.
Muchos le agasajaron por sus setenta años. No lo
podían creer. Nos resistimos a que el tiempo pase sobre las personas que
admiramos, a que le rocen las tristezas. Las queremos siempre vencedoras.
Farah María es una época, un estilo, un sueño. Es
la novia de toda una generación de cubanos. Y nos acompaña, eternamente grácil, con un duende
imbatible: “Yo no me baño en el malecón…”
Suscribirse a:
Entradas (Atom)