Enrique Pérez Fumero(Estudiante de Periodismo)Julio, agosto, septiembre y octubre de 2009 marcan los primeros 120 años de los únicos cuatro números que vieron la luz de la revista La Edad de Oro. Escrita íntegramente por José Martí y editada por su amigo A. Dacosta Gómez, cambió el rumbo de la literatura infantil al publicarse en Nueva York, en 1889.
El autor, dejó claramente su intención en el prólogo de la publicación mensual: “Lo que queremos es que los niños sean felices, como los hermanitos de nuestro grabado; y que si alguna vez nos encuentra un niño de América por el mundo nos apriete mucho la mano, como a un amigo viejo, y diga donde todo el mundo lo oiga: “¡Este hombre de La Edad de Oro fue mi amigo!”
En 1880 José Martí se halla en Nueva York y desde su llegada, el naciente monopolio capitalista lo impresiona con sus grandes construcciones, la diferencia entre proletarios y los dueños de los medios de producción, los niños que venden periódicos… Su pluma cobraría voz al prestar servicios para publicaciones latinoamericanas como La opinión Nacional de Caracas; El Partido Liberal, de México y sobre todo La Nación, de Buenos Aires, donde dibuja instantáneas de lo que ocurría en Estados Unidos: hoy estampas costumbristas de la otrora nación fundada por Washington.
En 1882 sale a la luz Ismaelillo —escrito esencialmente en Caracas y con la melancolía de su príncipe lejos—; siete años después La Edad de Oro, donde Martí siente la necesidad de revivir sus años mozos que fueran maltratados por el látigo de la esclavitud y el Presidio Político. El apóstol dispone tiempo y tinta fresca para conversar con los niños y las niñas de todo el continente.
Confieso que para escribir este artículo, tuve que releerme los números de la revista y siempre me asalta una pregunta: ¿Estos textos embriagados de imágenes históricas, antropológicas y hermenéuticas, realmente son para niños?
En el primer número de la revista, Martí centra su atención en el patriotismo, en la necesidad de amar y proteger la tierra donde uno nace. Para ello se vale de tres héroes: de la impronta rebelde de Bolívar; la humilde de Hidalgo, la solidaria de San Martin. Sin dejar de mostrar a los niños la cólera de Aquiles y la fuerza de Héctor; Martí resalta la sabiduría de Meñique —símbolo que tiene un significado elíptico al público a quien va dirigida la publicación—, para actuar de manera inteligente, guiados siempre por los ideales más nobles. Martí relata acontecimientos viejos y nuevos para que los infantes sientan necesidad de preguntar y no crezcan con aseveraciones falsas.
En el segundo número de la revista, Martí concentra su mayor atención en el hombre. Su verbo es tan humanista que parece sentarse con los niños y desde ese ángulo, les cuenta de antropología, de arquitectura, de civismo, de diferencias entre ricos y pobres.
En consecuencia contrasta al germano y al francés que vivían en construcciones renacentistas, con el moro de África, los aztecas de México o los quechuas del Perú: todos habitaron en la edad de piedra. Y a pesar de las diferencias entre la monarquía y la plebe, el rey y el pastor padecen un mismo sentimiento: la muerte de sus hijos.
En Nené Traviesa, hay una suerte de lección aprendida, de arrepentimiento, de respeto. La cólera de los conquistadores hace que las despampanantes ciudades indígenas de América se conviertan en ruinas; mientras que los músicos, poetas y pintores se crecen ante su desventurada niñez para hacer un arte universal, apto para todos los sentidos.
En el tercer número, El Apóstol conduce a los niños por un precioso desfile de países que tiene lugar en la ciudad de las luces, cien años después de su revolución en 1789. ¡Sorprendentes son los pabellones de las urbes de América! Un poco más lejos de la torre Eiffel vibran las máquinas, suenan los pistones, se estrena la electricidad bautizada por Edison; la era industrial nace por el trabajo del hombre. Y esta será la temática esencial, porque la holgazana Masicas quiso vivir de los favores del camarón, sin poder contar la historia.
Pilar es una niña clara: no se contenta con la pobreza ni la muerte ajenas, igual que el Padre Las Casas, quien no se escondió bajo los hábitos para denunciar los crímenes que cometían los españoles contra los indios esclavos. Martí insiste en el regocijo personal de ser buenos, de llevarse bien con todo el mundo. Para eso inculca en los niños la necesidad de aprender, de ser solidarios y útiles.
La cuarta publicación comienza con Un paseo por la tierra de los anamitas, llena de fábulas e historietas que aumentan el folclore de la tierra asiática. El dios Buda consuela las penas mientras que la gente baila y asiste al teatro como si vivieran en eternas romerías. Por fin, Martí cumple su palabra al explicar cómo se hacen la cuchara y el tenedor. Hombres y mujeres —cada uno en su oficio—, tienen la responsabilidad de fundir, mezclar y tallar los metales que forman los cubiertos con el fin de usarlos en las comidas.
Piedad tiene una de las historias más conmovedoras. Aquí el dinero y los lujos son menospreciados por la sencillez de unos ojos sinceros, limpios…; al igual que el pájaro mecánico y su homólogo de carne y hueso. ¡Hasta la muerte cede terreno cuando se es sincero! Al no existir espacio en la revista para hablar de La luz Eléctrica, Martí conversa sobre los elefantes de África: tan fuertes en las guerras, codiciados por sus colmillos y tan nobles al ser domados por los hombres.
Con este número, finaliza la publicación de la revista y el apóstol se encarga de explicar el por qué de la drástica decisión en carta enviada a su amigo Manuel Mercado: “…quería el editor que yo hablase del “temor de Dios”, y que el nombre de Dios, y no la tolerancia y el espíritu divino, estuviese en todos los artículos e historias…”
Para los niños y niñas de todo el continente americano, José Martí escribió hace 120 años La Edad de Oro. A finales del siglo diecinueve no se podía hablar de estudios de recepción, gate keepers —jefes de información—; modelos de comunicación; o de una teoría hipodérmica que explica los efectos de los medios de comunicación en una sociedad de masas.
El tránsito del siglo diecinueve al veinte trajo el ruido ensordecedor de la urbanidad, movilizaciones multitudinarias. La radio, el cine y la televisión irrumpirían en años sucesivos al igual que el surgimiento de una cultura mediatizada por los dueños poderosos que se encargarán de filtrar la noticia, rehacer su contenido y persuadir un efecto en los públicos a quien ya han prediseñado una reacción lógica y posible. La era moderna sustituyó el saber con la información.
Por ahí está la respuesta del por qué José Martí diseñó una revista —con dedicatoria para los niños— donde algunos artículos necesitarán más de una leída. Supongo que Pepe escribió así para que los padres se sentaran con sus hijos y pudieran explicarles, lo que ellos por su corta edad, no llegarían a entender. En el tercer número, Pilar ofrenda sus zapaticos de rosa que luego una mariposa los verá guardados en un cristal. ¿Y quién los lleva puestos? Por la época y la falta de aire de la niña pobre, puede considerarse que era tuberculosis. Tal vez la niña murió, pero ese detalle no está a flor de labios.
Incluso en La última página del propio tercer número, el apóstol recomienda leer dos veces La Exposición de París y leer luego cada párrafo suelto, además de dedicar especial atención a los pabellones de Nuestra América. Interesante de este ensayo, es el vínculo que hace Martí entre situaciones reales y místicas. Luego de describir la suntuosidad de la torre Eiffel, el escritor termina así: “…En lo alto de la cúpula ha hecho su nido una golondrina…” ¿Cuál sería la intención de Martí, además de hacer soñar a los niños? ¿Acaso el hombre de La Edad de Oro fue un precursor de lo que hoy llamamos realismo mágico?
La Edad de Oro, aún monocromática y con una edición que hiciera la Editorial Gente Nueva por el año 1981, no la cambio por ningún otro libro que represente un paraíso visual. Llénense de valentía los pinos nuevos gozosos para hacer de la lectura, un acto cotidiano, necesario y pensar que el hombre de La Edad de Oro siempre será nuestro amigo.
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