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La comunicación es un campo móvil. Estatismo y televisión son antónimos… pero la transformación de un proyecto una vez en pantalla, ha de perseguir un sentido y una dirección ascendente. Apuntar la flecha de otro modo, suele esquivar el blanco.
Sobre el espacio Mediodía en TV (Cubavisión) he escrito más de una vez, sobre todo en su primera temporada: "manzana de dos sabores". El respeto por la profesión del locutor, la devaluación de una especialidad tan exigente como la entrevista, la falta de rigor de la asesoría y la imposibilidad de menospreciar la influencia del producto televisivo en el mundo de hoy, fueron algunas de las motivaciones.
Mediodía en TV, valga apuntarlo, no es cualquier programa. Porta la información inmediata y cotidiana del medio de recreación más asequible para el cubano: la televisión, se transmite en horario estelar y es ventana a nuestra actualidad cultural, al incluir entre sus invitados a protagonistas de los sucesos artísticos; ingredientes todos que asientan su popularidad.
En realidad, no tenía plan alguno de volver sobre esta media hora de nuestra pantalla, dirigida hace ya algún tiempo por Odalys Torres. Es la inquietante pregunta de una amiga, la que me ha devuelto a la tecla: ¿Qué vendaval pasó por Mediodía en TV?
Se refiere, entiéndase, a la radical transformación del programa, que pasó de cuatro locutores que identificaban a cada canal de alcance nacional (apuesta original y distintiva), a la presencia de una sola voz. Y es que, la estructura del espacio y su proyección, lo habían convertido en más que cuatro voces, más que un conductor central, más que una cartelera de televisión...
La presencia de excelentes comunicadores en el devenir del espacio como Yumié Rodríguez, Niro de la Rua o Laritza Camacho fue una suerte, pues no se vive precisamente un instante de esplendor en materia de locución en la TV cubana. A ellos buscaron incorporarse otros de reciente promoción; pero no siempre con la misma fortuna: el carisma, el poder de comunicación y el buen decir, no se encuentran por la libre.
Si bien señalamos que esa “cuerda emulativa” tuvo momentos más felices que otros, no hay que negar que establecía un guiño con el espectador y que arrancó más de una sonrisa cómplice. Como pizca de sal, era capaz de coronar el mediodía. Eso, sin descontar la riqueza que aportaba la variedad de estilos comunicativos y de improntas personales.
En las últimas semanas, la joven Bárbara Sánchez Novoa —¿voz e imagen de moda en la pantalla nacional?―, entrega en solitario, la programación de todos los canales. Uno tras otro.
En verdad, se les extraña.
Las prácticas habituales de los programas de radio y televisión constituyen su sello y modelan estándares en sus públicos, imposibles de borrar de un plumazo. Ignorarlo es, cuando menos, una insensatez.
Francamente no podré responder la pregunta que me hizo mi amiga: no dispongo de detalle alguno alrededor de estos cambios, no conozco si fue, acaso, una necesidad impostergable, o, quizás, una opción planificada. Sería irresponsable cualquier especulación.
Sólo me queda remarcar lo que tengo a mano: el resultado, y que, en cualquier caso, ha sido magro.
Sólo me queda desear que, hechas las críticas y ajustes pertinentes, sea esta una etapa transitoria. Tal vez, Mediodía en TV esté viviendo su epílogo..
Hay espejos en los que no vale mirarse.
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