viernes, 25 de julio de 2014
DEL BALLET AL BEMBÉ VA UN PASO
♣ Mención en el Concurso Nacional de la Crónica ENRIQUE NÚÑEZ RODRÍGUEZ 2014.
Jesús García Clavijo
Hace muchos años, durante mis estudios
para prepararme como ingeniero en La
Habana , una carrera
de “machos”, según algunos, asistir a
las funciones teatrales y de
ballet, los sábados y domingos, tenían cierto carácter clandestino en la
beca.
Me
encontraba hospedado, fines de semana,
en una casa de visita de la
escuela de arte donde conocí a una amiga
que estudiaba danza, con quien aprendí
-que eso de apreciar el arte- era otra cosa.
Voy al
ballet y no sé mucho de pasos, saltos ni nada; pero me gustan los colores, la
técnica, la música y hasta ver a las personas de atrás que se paran y
gritan braaaavo.
Mi amiga era becada y decidimos
estrechar la amistad. Para eso debía saber de ballet, ella era muy culta y buena en su materia, solo quería además de amor, ir al ballet; por eso aprendí algo de pasos,
gestos y técnicas del género. Me ponía a ver las prácticas con gusto, pues ella estaba allí, me gustaban realmente, y el ballet,
porque ella me invitaba casi obligado a ir, como los delfines, si hacen
bien el ejercicio le dan sus raciones de pescado...
Ahora que analizo, yo era un delfín en esos
años y no me daba cuenta.
En las
funciones, cuando los del fondo gritaban braaaaavo yo le preguntaba a mi
amiga, si estaban bien o mal orientados,
ella me respondía con mucha seriedad y sin inmutarse: No, esos son amigos. Entonces yo no aplaudía.
Volvían
a gritar braaaaavo y yo a preguntarle si era algo genial lo que habían
realizado y me respondía: Si, son los
mismos amigos, pero ahora tienen razón.
Así mis
bravos siempre llevaban segundos de diferencia a los de los asistentes del
fondo y a los que sabían del arte.
Como ella
era muy culta, pero además con sus cosas de mujer fuerte, decidí no preguntar
tanto y me pasaba con el rabillo de un
ojo mirándola y con el otro ojo miraba el baile, si ella aplaudía y
gritaba yo lo hacia también,
aunque era por solidaridad
y no por saber del género.
Una
noche, a la salida del teatro, me encontré con
Raimundo, un compañero de la
preparatoria, negro, de seis pies, boxeador, le gustaba tomar ron y tenía una
pistola, con la que hacía frecuentes prácticas en los campos de tiro cercanos a
la escuela. Era todo un personaje de guapería de los años sesenta, pero en el
fondo era un campesino buena gente.
De todas formas, me vio saliendo del ballet rodeado de gente
rara, según él, y el
lunes me miraba serio en la universidad,
por lo que lo llamé aparte y le di mil explicaciones para que no regara
la voz a los demás pues caería en baja en el grupo y me dijo que me fuera a
otras cosas más de machos. Me prometió silencio y seguimos amigos como antes.
Una noche me invitaron a un
bembé en Regla, al otro lado de la bahía
de La Habana , y para hacerme el más macho, se lo dije a
Raimundo y me dijo que ese era un reparto malo de noche, de peligros y que si
lo invitaba llevaría su pistola para cuidarme.
Raimundo practicaba la
santería, pero no quería que nadie lo supiera, ni yo.
Tres horas después de la
invitación, estábamos entrando al local
de los sucesos.
Arrancó la cosa y yo mirando
los bailes, los ritos, los gallos muertos, el humo, comienza el toque de santo y el negro
Raimundo, que era mi escolta según él, montó un muerto, y tuvimos que salir corriendo pues al sentirse
montado por el santo, trató de darme la
pistola para guardarla y todos la vieron cuando alzó la mano con el arma, y a
gritar y a correr por el peligro los
santeros, y nosotros.
Se terminó el bembé allí
mismo y a la media hora de carrera,
casi llegando al malecón, fue que
se le quitó al negro Raimundo el muerto del santo.
Se pasó medio domingo pidiéndome de favor
que no contara lo sucedido a nadie en la universidad y me dio una clase de
santería que me ha servido hasta hoy.
Favor con favor se paga, pero metí al negro
en cintura y guardamos el silencio hasta que nos dimos cuenta, casi al graduarnos, de los tontos que éramos
en esos años iniciales de guajiros en La Habana.
Raimundo se
hizo santo, lo vi años después en un
mercado de la capital lleno de collares, y revivimos aquellos días, no sin
antes preguntarme sonriente, si yo
estaba en un grupo de ballet en Santiago de Cuba.
La amiga
del ballet fue de gira a EEUU y se quedó
allá, me lo dijo la hermana años
después, cuando me la encontré de paso
en el aeropuerto de Varadero donde nuestros respectivos vuelos hicieron
escala por mal tiempo. Dejó la danza,
trabaja de empleada en una casa americana, más nunca he sabido de ella,
pero luego de la noticia, pensé que antes de su viaje, a pesar de que ya no éramos amigos de
ballet, nos pasamos un día en la playa
con su familia, quizás se estaba despidiendo.
La gente se
despide de las formas más variadas del mundo.
Hace años no
voy al ballet ni a un bembé y los extraño.
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