viernes, 6 de febrero de 2015
EL BALCÓN DE VELÁZQUEZ
Texto y fotos: Reinaldo Cedeño Pineda
A solo unos pasos del
parque Céspedes, en el corazón de Santiago de Cuba, se levanta un sitio sui géneris. Sus muros salvan el recio declive
de la calle San Basilio, antes que la ciudad se derrame hacia el mar. Y aunque las
aguas antaño cercanas han retrocedido, el lugar continúa ubicado en una
posición dominante.
El Balcón de Velázquez, tal vez no debería llamarse así. En más de un libro se
afirma que su estructura se ubica donde Diego Velázquez de Cuéllar, El
Adelantado, mandó a edificar el primer fortín de la ciudad. Sin embargo, investigaciones posteriores sostienen
que aquel bastión o revellín se debe en verdad a Hernando de Soto, gobernador
de la naciente villa tiempo después. Hablamos de fechas de construcción casi virginales:
1538-1544.
Con el paso de los siglos, el fuerte sufrió
diferentes adaptaciones, como la edificación de una vivienda en el dieciocho;
su conversión en cuartel en los albores
del veinte ―durante la intervención norteamericana en la Isla —, y más tarde, formó
parte del colegio La Salle ,
según consta en la Guía de Arquitectura del Oriente de Cuba
(Andalucía, 2002).
En 1930, la revista Archipiélago recoge que “(…) se conservaban las aspilleras que
daban a la bahía y que caen en el callejón de Manga Chupa”. De que las bases
eran sólidas, da fe justamente la angosta calleja, cuyo nombre oficial parece
perdido para siempre. Desde allí pueden verse ahora mismo, restos de los muros
originales de aquel revellín. Sobrecoge tocar esas piedras fundacionales.
El alcalde Luis Casero Guillén ordenó demoler
lo que quedaba y alzar en su lugar un sitio vistoso, capaz de resumir la
historia de la fundación de la ciudad, sobre el basamento, vestigio e inspiración
de lo que existió, tal como remarca el historiador Raúl Ibarra en el periódico Oriente de 1951. La última restauración data de finales de los
noventa.
El
Balcón de Velázquez es un mirador, cuyo centro lo ocupa una extensa terraza, que
logra alcanzar hasta unos ocho metros por encima del nivel de la vía. Tres
arcadas permiten el acceso al lugar por la calle Corona, con techo plano y fachada
de apariencia militar. Escudos, farolas y una trabajada herrería, completan la
atmósfera.
De
manera natural, el sitio asoma a una de las vistas más seductoras de Santiago
de Cuba. Las casas se aprietan y descienden como en un anfiteatro. El paisaje
de la bahía y las montañas se recorta en la pupila de quien acude por primera vez,
sin dejar indiferente al que repite.
El Balcón de Velázquez pide una animación cultural sostenida, más allá
de la fotografía ocasional o del paso efímero para llevar un recuerdo. Traspasar
su umbral es una vuelta a la memoria. Su singularidad, desafía.
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