jueves, 26 de febrero de 2015

EL COLUMPIO, DE REY SPENCER: huella, homenaje y restitución







(Reinaldo Cedeño presenta el libro de Marta Rojas en la Feria Internacional del libro de La Habana, 2015)


Cuando leí El columpio, de Rey Spencer, no pude menos que acordarme del antológico poema donde Jesús Coss Cause, relata como su abuelo, Braulio Cause, paseó el Caribe y llegó a Cuba en una calabaza. Así tocaron suelo cubano, la familia Spencer y los refugiados de St. Ann´s Bay, en la goleta Elizabeth, durante la llamada Danza de los Millones, aunque a ellos solo les dejarían la danza. 

  Un huracán había barrido la pequeña comunidad de la vecina Jamaica. Ya se sabe: el Caribe es tierra de huracanes y de diásporas. Por ahí comienza una historia que Marta Rojas sabe enhebrar con el hilo inasible de las palabras, a partir de un rejuego temporal que une cartas, recuerdos y diarios… con pantallas, semiconductores y virus informáticos. 

   Confieso que cuando leí algunas consideraciones sobre El columpio, de Rey Spencer, fui a las letras, algo escéptico; no por dudar del calibre de la autora de El harén de Oviedo, Inglesa por un año y Santa lujuria, sino porque me pregunté a mí mismo cómo armonizaría Bill Gates con la historia contada. Página a página, el misterio puede develarse. 

   El columpio, de Rey Spencer, se publicó por primera vez en 1993 por la Editorial Cuarto Propio, de Chile ―en medio del llamado “período especial”, tras la caída del campo socialista, cuando la situación económica cubana era demoledora—. Tuvo su segunda edición por la Editorial Letras Cubanas, tres años después. La autora apostó para esta tercera aparición a Ediciones Santiago, como un homenaje a su ciudad natal que cumple este año, su medio milenio de fundada.  

  La historia está teñida de la sangre y el sudor dejado en los cañaverales de la Isla por haitianos o  jamaicanos; mas su eje central es la relación de la joven jamaicana Clara Spencer con el médico de ascendencia francesa, Arturo Cassamajour. Es más, se trata de la construcción de una familia en un ambiente adverso, miserable, de hipócritas convenciones sociales y de una feroz explotación. Sin embargo, la amistad y el amor lo sobrevuelan todo: un amor difícil, sencillo y tenaz, Todo y uno a la vez, como la vida.

   En tal sentido, Clara Spencer toma ribetes simbólicos, se erige como un tronco que no puede talarse, florece a contrapelo de las circunstancias y se reparte en frutos para el futuro. Ella y los personajes que la rodean.

 
  
 Marta Rojas es santiaguera y el entorno de esa ciudad asoma por doquier. Santiago novelada desde el sabor inconfundible del prú, las calles, la Fuente Luminosa y el Paseo Martí, los pasteles y sastrerías de ascendencia francesa; tanto como los ingenios orientales ―donde muchos haitianos eran esclavizados y encerrados con candados en sus barracas—,  los intentos de organización de los braceros y las diásporas de los nuevos tiempos…

   Si me dieran a escoger algunos pasajes, tomaría el encuentro furtivo, el primero  de la pareja en Cayo Duan o aquellos rejuegos entre lady Clara y el doctor (monseur Cassamajour), donde los labios de este último son el “puntero” para el “reconocimiento anatómico”. Tomaría la entrada de la pareja en un salón de baile, en el cual la emigrante es escarnecida, y la repatriación forzada de la haitiana Lorvaniz Pierre, a la que tiran al mar su único bien, una  máquina de coser. Su narración toca indudablemente las humanas fibras. 

   La autora es contenida en una narración rica en aconteceres históricos. Los sucesos se encabalgan. Sabe esquivar las lágrimas gratuitas y el tambor fácil, los folclorismos en boga que suelen dejar en la epidermis esa cópula gigantesca y secular entre África y el Caribe, entre Cuba y el Caribe. 

   Será acaso que Marta Rojas viene desde la otredad: desde el mestizaje, desde la voz interior y femenina, desde el periodismo y la historia, desde la costa oriental, desde la condición caribeña. El columpio, de Rey Spencer es, tal vez, pórtico a una obra ficcional que alcanzará nuevas dimensiones en títulos de su autoría ya mencionados.

   En la nota final se apunta que en el siglo XX, solamente entre los años 1915 y 1930, entraron a Cuba legalmente 112  925 jamaicanos y 188 068 haitianos, también los hubo de Barbados y San Vicente, de Puerto Rico y de Yucatán; pero ellos NO son números. Durante años, se pasó de largo por esa realidad y, por diferentes circunstancias, miramos no a las islas hermanas, sino demasiado lejos.   

  El columpio, de Rey Spencer es, sobre todo, un buceo en la huella de la emigración antillana en la cultura cubana. Es un homenaje, una amorosa restitución. Es, acaso, la devolución de  un cosmos que refundió pieles y espíritus, que redefinió el ser oriental y el ser cubano, que regó con la generosidad de un afluente, el cauce de la identidad nacional. Todo, por supuesto, a la manera de Marta Rojas.

San Carlos de la Cabaña, Feria del Libro, 21 de febrero de 2015.



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