lunes, 11 de julio de 2016

GLORIA o EL NOMBRE DE LA BONDAD




Reinaldo Cedeño Pineda

Ya nadie se llama como ella. Ya nadie mira como ella. Ya nadie aguarda como ella, pudorosa, con la barbilla en la mano y la puerta entreabierta, siempre lista para servir a los demás.

Gloria asomó con sus trenzas de primera comunión. Su padre era carpintero y su caja de herramientas se mantenía ordenada, impecable. Su madre la dejó a los 18 años, víctima de una dolencia insuperable. Y desde entonces, se aferró a Caridad, su hermana mayor.

Se encontraban en las tardes. Gloria se aparecía con el pastel de la concordia. Daba gusto verlas: según se movía el balance, se movía el día. Caían los silencios como perlas… hasta una tarde en que Caridad no estuvo más.

No terminó sus estudios en la Escuela Normal para Maestros, pero esa formación se le quedó bailando dentro. Solo una vez trabajó fuera del hogar: fue auxiliar pedagógica, guió niños, los cuidó… pero la vida la devolvió otra vez a su casa del reparto Marialina, más allá de la línea del ferrocarril, después de la Universidad de Oriente.

Tal vez se asía demasiado al trapo de limpiar en su pequeño imperio, tal vez; pero cuando su casa brillaba, ella brillaba.


Su primer novio fue su esposo, y aquel matrimonio anda ya por cincuenta y ocho años. El sobrecama tejido a mano tenía grabado el nombre de sus cuatro hijos, como una bendición: Aziel, Agner, Reuel y Adrián.

¿Qué le ponía a los frijoles que nunca más he probado unos como los suyos? ¿Por qué era tan feliz en su mesa pequeña? ¿Por qué las toronjas de su patio no eran amargas?

Si un árbol, hubiera sido la semilla. Y si una pasarela, la costura. Nunca las ramas, jamás el traje. Se ha empeñado en ser invisible y casi lo ha logrado, mas su pecho ha sido mi talismán. En sus manos, he encontrado las manos que se han ido.

La mano que acaricia salvará al mundo.

Ella no preparó desayunos. Ella preparó vidas. “Una camisa / zurcida por sus dedos / pudo salvarnos / Dios sabe de qué”… como diría el laureado escritor Geovannys Manso.

Gloria siempre está, siempre escucha, siempre tiene tiempo. Rara avis en este universo de sordos, en este planeta sin tiempo. Apenas sonríe, pero su bondad debería clonarse. Debería aprenderse, prenderse junto al alfabeto y la tabla de multiplicar.

Una mañana, más de una, le escuché tararear, cantar a trozos aquel tema del argentino Alberto Cortés: “La vida llega / se va la vida / como una rueda / gira que gira / distribuyendo la fecundidad / la desventura y la felicidad…”

Le ha tocado de lo uno y de lo otro.

Gloria Pineda Anglada cumplió 80 este junio. ¡80 años!, remarca incrédula. Y allí sigue, como si nada, con su heroísmo callado, con su grandeza esquiva. La barbilla en la mano y la puerta entreabierta, siempre lista para servir a los demás.


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