jueves, 7 de octubre de 2010

Roberto


Jesús García Clavijo

Necesito hacer un paréntesis y hablar de Roberto (quien era el criado de la casa de mi bisabuela) que vivía al lado de mi mamá y donde yo también pasé parte de mi infancia; pero Roberto era negro y no sabía leer ni escribir: ese tiempo de estudiar, lo usaba para hacer los mandados de la casa… mientras yo iba a la escuela, a una buena escuela, en honor a los sacrificios de mis padres que en aquel entonces presuponía eso, lo que me dio preparación para la vida y lo agradezco.

Roberto era el criado de casa, pero éramos amigos y yo a escondidas con él (además de ir a verle las nalgas a las tres vecinas de al lado), le enseñaba las letras y los números. Nunca discriminé a nadie por el color, desde niño fui así. Incluso mejoraba su comida con la mía, los criados comían peor y aparte. Así era antes.

Analizándolo bien (ahora que andan de moda los métodos de alfabetización con los aportes cubanos por el mundo), ninguno ha sido superior al mío. Pero tampoco me atrevo a presentarlo en ningún concurso. No obstante, Roberto aprendió a contar, a sumar y a dividir, con los traseros de las vecinas: si no me decía bien la suma… no miraba. Cada cual tiene sus métodos y el objetivo era que él aprendiera.

A leer me fue más difícil (en esos tiempos todavía no se usaban los tatuajes ni otras cosas debajo de las faldas), así que todo era mirar sin letras ni muñequitos.

Recuerdo esa parte de mi infancia y siento una tremenda nostalgia. Ya las tres vecinas no se pueden ver ni aunque Roberto me diga todas las tablas matemáticas juntas.

Los años no perdonan.

Luego del triunfo revolucionario en 1959, Roberto se incorporó a los estudios. Un día, luego de muchos años nos encontramos subiendo el Pico Turquino (la altura más grande de Cuba), condición para ganarse una carrera universitaria en los inicios, método que debió continuar pero no fue así.

Subir lomas hermana hombres, dijo Martí. No subirlas…

Él bajaba en un grupo y yo subía en otro. Eran 5 veces las subidas y bajadas. Dormíamos en lugares distantes y a decir verdad, me sentía muy mal, porque Roberto me cambiaba la vista para no saludarme (como no coincidíamos en las bajadas y subidas), no me daba tiempo a decirle nada.

Muchos años después volví a coincidir con Roberto en la universidad y en la preparatoria para la antigua URSS (al triunfo de la revolución se instituyeron cursos de aceleración para esos niños que no pudieron estudiar, donde se les daban hasta dos grados en un semestre lo que justificó que él llegara conmigo al mismo grado universitario).

Roberto ese día me dijo que sentía pena por su pasado y le dije que el de la pena debía ser yo, porque mi familia lo explotaba a él; pero que ya éramos iguales y andábamos en el mismo tren, que la bisabuela, sabía que nos habíamos visto en la Sierra Maestra y quería saludarlo. Él me prometió irla a ver, pero creo que no lo cumplió.

Se incumplen a veces las promesas más elementales e importantes de la vida.

Ya en la URSS, él estudio una ingeniería y yo otra; pero habían cursos de traductores que casi todos matriculamos, no para aprender idiomas; sino para andar con las muchachas de la India que eran bellas con sus túnicas que no dejaban ver nada y su lunar en la frente.

Si nuestra infancia hubiese sido en la India, Roberto se quedaba analfabeto.

En el primer examen desaprobamos todos, menos Roberto. Teníamos el otro examen y ya me sabía la prueba (era todo primario), pero me acerqué a Roberto y le dije: Oye compadre tú que eres santiaguero y buena gente me puedes explicar como se conjuga... y él me respondió tajante: léetelo en el manual, le respondí: mira negro, bastante que te enseñé a leer y mirar por la rendija de la casa de las vecinas, así que ahora te toca a ti ayudarme. Me dijo: siéntate ahí que te voy a repasar.

Lo dejé explicarme todo de nuevo con tal de que se le quitara la pena de los años de criado negro. Ahora era el profesor Roberto (ya se sentía con otra categoría), y yo saldé mi deuda familiar.

Roberto es ingeniero, diplomático y mi amigo.

Lo vi un día de compras con su esposa, con la frente en alto y sin ningún prejuicio en la mirada. Fui feliz por los dos.

Le dije: oye Negrón, aquel día en la universidad cuando me repasaste, me explicaste dos palabras mal y te las dejé pasar. Me respondió que él estaba seguro que yo me sabía todo aquello y lo hizo solo para estar conmigo, como cuando éramos niños aprendiendo a contar con las vecinas.

Uno vuelve a la infancia, hasta con la misma inocencia.

Queríamos vernos para compartir un rato, pero él debía salir de viaje al exterior donde trabajaba, y quedamos de comunicarnos.

Roberto es una gente importante gracias a las vecinas que ayudaron un poco en mis métodos pedagógicos, pero solo él y yo lo sabemos.

Lo vi alejarse feliz y sentí tremendas ganas de preguntarle si había alguna posibilidad de juntarnos nuevamente (una mínima posibilidad), para volver a mirar rendijas algún día.

Abril 2010

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno que te quedo este trabajo…sobre todo el método tuyo de alfabetización jajajajajaja creo que así los hombres aprenden más rápido y bueno educación se perdió tremendo profesor.

Malú

Anónimo dijo...

BUENO JESUS, ESPERO QUE TE DEN UN PREMIO POR TU METODO DE ALFABETIZAR, MUY BUENO, A LA ALTURA DE LOS GRANDES ESCRITORES.

TE DESEO SUERTE EN TU TRABAJO.

ABRAZOS
AGUSTIN