Ana Bárbara Sagué Camps
Si Urbano, yo sé que usted sabe, lo veo en su ir y venir de cada día y siento en mí su mirada. Sé que me disfruta discretamente, como todo un caballero, sé que aún conservo ciertos atributos y que sólo hombres como usted pueden descubrirlos y hasta gozarlos. Sé que sabe usted de mis valores y lo siento lamentarse entre murmullos de estas arrugas que no merezco, de los destrozos que los años han hecho en mi.
Si Urbano, yo siento que usted si sabe. Usted me observa y por momentos percibo que me conoce y me desea, pero me ve consumirme y se queda así, de brazos cruzados.
¿Qué haría usted, conmigo entre sus manos?
No, no se aveguence Urbano.
Sé que piensa en mí de madrugada, que le robo horas en el dia, que hace planes conmigo. Quizás, de tan importante que voy siendo para usted, decida protegerme. Yo he visto tantas cosas que…
No, no se aflija Urbano. Es cierto que es usted muy joven y que yo… yo ya no tengo veinte años, pero lo sé impetuoso y perseverante, hay dulzura en su mirada y me atrevería a decir que hasta admira lo que aún va quedando de mis curvas.
Hoy lo sentí tocarme y al posar sus manos sobre mi, tuve hasta la esperanza de que me haría al fin suya. Usted me mira y me calcula. Lo he visto, Urbano, averiguar sobre mí con gente importante que me conoce bien, pero… me duele tanto que me compare con mi hermana.
Si pudiese sentarse aquí, junto a mí, por un rato, le haría una pequeña historia. Soy melliza (bueno, eso usted lo sabe) y en nuestros años mozos dimos mucho de que hablar sobre todo por nuestras curvas y porque, modestia aparte Urbano, somos diferentes a las demás.
Pasó el tiempo, implacables años que obligaron a mi hermana a encargarse de una turba de pequeños niños que casi la hacen desaparecer. La maltrataron tanto que pensamos que no soportaría, pero la suerte estaba de su lado, la puso en manos de un extranjero, un español, un canario que le ha quitado 30 años de encima. Se ve hermosa, como siempre fue. Todos le miran como si hubiese renacido.
¿Yo? No, yo no tuve esa suerte Urbano. He seguido llevando mi vida humildemente, pasando de mano en mano; sin que nadie me haga suya de verdad, en algún tiempo me usaron y hasta me maltrataron el cuerpo y el alma (si de veras tuviese). Por eso me siento vieja y enferma.
Sólo cuando pasa usted cerca de mí me siento viva.
Me gusta usted mucho Urbano, cuando me mira de cerquita, como con disimulo. Sé que algo de mi le atrae pues me recorre de arriba abajo con la mirada, es como si me desnudara. Me quitara lo feo, lo viejo y anticuado de mis ropas y me descubriera nueva, como si me soñase distinta.
No sé si son mis años o mi estatura lo que le impresiona, no sé si me respeta o me teme. Nadie como usted puso sus ojos en mi con tanta ternura, nadie más que usted, Urbano, ha sacado a la luz mis encantos.
Me gusta por eso Urbano, cuando le veo cerquita.
Pero lo que mas disfruto es cuando se aleja, regla T en mano, cruza la avenida y se coloca a la sombra, justo frente a mí. Su tablilla descansa, cual caballete, sobre sus piernas y se vuelve usted un Da Vinci o un Miguel Ángel y me pinta y juguetea con mis proporciones.
Se adueña de mi perfil, me delinea y me hace danzar en mis curvas. Se entretiene en las olas de mi pretil y hace suyos los capiteles de mis columnas. Su lápiz retoza zigzagueante en mis rejas y disfruta sin prejuicios mis barandas que son alas de mariposas.
Cuando usted me pinta Urbano, dejo de ser la vieja casona de Vista Alegre y vibro, desde lo más auténtico de este estilo Art Nouveau que aún me distingue.
6 de enero 2009
VER otro cuento de la misma autora:
EL TORNERO http://laislaylaespina.blogspot.com/2010/12/el-tornero.html
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