sábado, 2 de agosto de 2014

Los ROSTROS de SANDY / Palabras de presentación del libro LA NOCHE MÁS LARGA



 

(De izquierda a derecha: el presentador Eric Caraballoso y el autor, Reinaldo Cedeño, en plena concentración)

Por ERIC CARABALLOSO DÍAZ

♣ Ver Fotos de la presentación del libro  LA NOCHE MAS LARGA: Memorias del Huracán Sandy


En la página 15 de este libro, un hombre enfrenta con su mirada al fotógrafo que aprieta resuelto el obturador. La imagen lo descubre sosteniendo una viga de madera, vestigio implacable de la ruina que padece su casa tras el golpe mortal del huracán Sandy. No conozco su nombre, ni su edad, ni la ubicación de la que fuera su vivienda, aunque poco podrían decirme tales datos ante la magnitud de su tragedia personal, de la desdicha mayúscula de una ciudad en la cual él es apenas uno entre miles.


Páginas adelante, en la 149, otra imagen sacude al lector. Una mujer de blusa amarilla llora su desamparo ajena al lente que la inmortaliza. El suyo es el rostro del dolor, mezcla del estupor y el sufrimiento que oscureció el corazón de tantos santiagueros tras aquella fatídica madrugada del 25 de octubre de 2012. Conozco a la mujer. Descubro por el pie de foto que se llama Iraida y a mi memoria vienen las ocasiones en las que coincidimos, yo como periodista y ella como promotora cultural. Sin embargo, lo conocido se diluye ante la contundencia de la fotografía, ante esa realidad insoslayable que declara la fragilidad de lo existente y quiebra de súbito cualquier coraza emocional.


La tragedia tiene el poder de igualar a los hombres, de revelar su médula y mostrar las dimensiones de su fuerza. Este es un libro del que emanan esa médula, esas fuerzas.

En las páginas 86 y 87 debía verse una casa, pero no está. No están las paredes, ni el techo, ni las columnas, ni las lámparas, ni las instalaciones sanitarias. No está la armadura física que cobija las más valiosas posesiones espirituales: el orgullo y los deseos, los secretos y las esperanzas. 

Desde un punto de vista, la fotografía puede parecer descorazonadora, pero algunos indicios confirman que –más allá de la pena– la vida sigue adelante. En unos cordeles puestos donde antes debió estar la sala, o quizás un cuarto, la ropa limpia ondula movida por la brisa que llega directamente desde la montaña. Y casi al centro, entre muebles ruinosos y pilas de escombros, un grupo de aguacates espera la hora del almuerzo. 

A su lado, nos observa una niña…


Volvemos adelante. En las páginas 118 y 119 un hombre es sorprendido por el lente en una posición en apariencia poco digna. La foto está tomada desde arriba y en ella el hombre, sin camisa, se apoya en cuatro puntos, las piernas lo más abiertas posible, sobre el que probablemente sea el techo de su casa. No obstante, la información no estaría completa si no les digo que este hombre trabaja. Que solo, incómodo, agotado, se afana por colocar nuevas tejas de zinc sobre la armazón vacía de su techo. Su posición –ya lo he dicho– en apariencia poco digna, no nos permite contemplar la expresión de su rostro, ni las gotas de sudor que seguramente corren por los surcos de su frente; pero ese sudor que no vemos –aunque imaginamos– limpia cualquier indignidad aparente, cualquier mácula anatómica o incoherencia mojigata de su postura. Este santiaguero es, no lo dudemos, el hombre más digno del mundo.

Mientras hay vida hay esperanza, acostumbraba a decir mi abuela. Y, podría agregarse, hay personas dispuestas a todo por la vida, por alimentar la llama de la esperanza. Este libro nos regala sus ejemplos.

En medio del huracán, el joven palmero José Ahmed Corría cargó en brazos a un matrimonio de ancianos mientras su vivienda era deshecha por los vientos. Luego, marchó a auxiliar a otra familia. Uno de sus rescatados, el nonagenario Roberto Trujillo, lo cataloga como un héroe de estos tiempos. Aquí está su historia. 

Poco después de Sandy y en medio de una compleja situación higiénico-sanitaria, la doctora Bárbara Acosta Montero cruzó a nado desde el muelle de Ciudamar hasta Cayo Granma, unos trescientos metros de mar abierto y revuelto, para salvar la vida a un paciente. Cada braceada, confiesa a la periodista, le costó un mundo, pero no titubeó. Aquí también está su historia.

En la playa Mar Verde, justo en la diana del huracán, una brigada artística achicó las penas de los damnificados. Los bailarines de Kokoyé se prepararon para su actuación encima de un montículo de escombros; otros artistas lo hicieron en un estrecho corredor. Los vecinos, agradecidos, bailaron y corearon sus canciones. Pero esto es solo una parte de esa historia.


En algún lugar de Santiago –pudo haber sido en tantos–, un liniero muestra su destreza en la cima de un poste. Los arreos brillan en la cintura. El periodista solo sabe que el reparador ha llegado desde Pinar del Río, desde el otro extremo de la niebla. No conoce su nombre –nos confiesa. Tal vez, sencillamente, se llama Cuba. ¿Hace falta decir más?

 La noche más larga es un libro de imágenes e historias impactantes. Imágenes e historias hechas por fotorreporteros y periodistas que, por encima de sus nombres, mostraron la recia madera –profesional y espiritual– de quienes practican el muchas veces cuestionado oficio de la prensa. Y también otras, hechas por otros santiagueros, poetas, intelectuales, artistas, personas de a pie, sobrecogidos por lo vivido, por lo visto y escuchado en aquellos funestos días de Sandy.  
 
Las imágenes e historias referidas hasta ahora son solo algunas, unas entre tantas guardadas no solo en estas páginas, sino también en la memoria de quienes habitamos Santiago. La selección, cuidada y necesaria de Reinaldo Cedeño –a quien habrá que agradecer siempre el empeño y la iniciativa– no agota, sin embargo, lo sucedido. No puede ni pretende abarcarlo todo.

De alguna forma, como el ideal soñado por Borges, este es un libro infinito. Un libro que contiene más historias que las escritas y fotografiadas en sus páginas, porque sus historias remiten a otras historias, a otras imágenes, a otros recuerdos, y cada lector puede construir su propio libro a partir de ello. Lo importante entonces es, junto al testimonio, la enseñanza; junto a la evidencia de lo terrible, la alerta hacia el futuro y la certeza del valor del trabajo y la solidaridad. 

Sandy –nos dice Cedeño en la introducción– no es una madrugada ni un nombre, sino un parteaguas en la memoria de Santiago de Cuba. Es algo que jamás podríamos ni deberíamos olvidar.


Una última imagen para el cierre. En la página 35 del libro un santiaguero trabaja en medio de una edificación derruida. La fotografía lo muestra sin camisa, intentando mover los horcones derribados sin mucho éxito todavía. Está en medio de un amasijo de escombros, tejas rotas, pedazos de madera, y a sus espaldas los restos de una pared ponen en evidencia la crueldad y fortaleza del huracán. El cielo es aún gris, colmado de nubes, pero entre algunas hojas y ramas verdes, indoblegables incluso para el viento, ondean optimistas el rojo, el blanco y el azul de la bandera cubana.  

Palabras de presentación del libro La noche más larga, selección de Reinaldo Cedeño. Leída en el Salón de los Vitrales de la Plaza de la Revolución Antonio Maceo de Santiago de Cuba, 31 de julio de  2014.

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1 comentario:

arnoldo@gritodebaire.icrt.cu dijo...

Un abrazo mi querido Cedeño....No me confirmaste si definitivamente incluiste algo de lo que te hice llegar en La noche más larga......Me hubiera gustado estar en la presentación, pero bueno, ho hubo suerte para los lugareños tierra adentro.....reitero mi abrazo: ARNOLDO FERNÁNDEZ....por favor, si puedes hazme llegar unas letras a mi correo de contacto: caracoldeagua@cultstgo.cult.cu o arnoldo@gritodebaire.icrt.cu