viernes, 5 de febrero de 2016

SARA: LAS ÚLTIMAS CARTAS DE MI VIDA



Reinaldo Cedeño Pineda 
Fotos: Cortesía, Manuel Augusto Lemus

Ya no se escriben cartas como aquellas. Ya no se escriben cartas. Ahora todo está al borde de un clic. Las últimas que salieron de mi mano, fue para responderle a Sara Rodríguez. Su letra era hermosa, su cariño, inquebrantable.

  Me la encontré buscando historias, en mi debut profesional en Guantánamo. Se había graduado  en la Academia de Artes Manuales Mariana Grajales y ese conocimiento supo compartirlo, con creces. Su excelencia llegó hasta el Pabellón Cuba en La Habana. Incluso, elaboró un manual de enseñanza que se empleó durante años en el país.

  Era capaz de convertir una raíz en filigrana, una hoja en estrella. Ella percibía el latido de las pequeñas cosas. Por eso, aquel artículo aparecido en el  periódico Venceremos (29 de febrero de 1992) se llamó “Sara: oro en sus manos”. Fue el comienzo de una amistad inesperada…

   Detrás de los espejuelos se podía adivinar el camino de amor que había transitado. Su vocación de maestra lo tocaba todo. Sus palabras te envolvían, te protegían. Era una dama.

   Cuando llegaba a su casa, Marité, su hija, me anunciaba con su voz de cascabel. Sara me comentaba de hoy y de ayer: de cuando tuvieron que irse a la huelga en la Escuela del Hogar de Guantánamo bajo el gobierno de Grau en los años cuarenta; lo mismo que de sus orquídeas, que eran su orgullo. Yo le contaba de mis asombros, mientras saboreaba el flan de calabaza que ella hacía como nadie.

  
 
Una tarde me regaló un gallito. Hizo el cuerpo con un cono de pino y un boliche. Las alas de semilla de salvadera. La cresta y el pico eran tela endurecida. Las patas, el nervio duro de una rama de coco. Las yerbas, miguitas de pan coloreadas. Solo le faltaba cantar.

      El  “período especial” mordía con saña. La partida de la villa iris amada de Boti, en 1993, resultó inaplazable; pero nunca me despedí de Sara. Uno no se despide nunca de quien ama.

    Te voy a escribir”, le dije.

  Ya no se escriben cartas como aquellas. Ya no se escriben cartas…



(Sara Rodguez junto a uno de esos hijos que la vida le puso, el investigador y poeta Manuel Augusto Lemus )

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3 comentarios:

Dulce María Loynaz dijo...

Hay pocos placeres comparados al de recibir una carta del puño y letra de alguien...es como un pedacito de esa personq que viaja dentro del sobre.

Anónimo dijo...


Gracias por ese escrito tan bello, solo tú sabes imprimir esa ternura, amor, delicadeza. Al leerlo ves, escuchas, conversas con mi madre.
Generalmente se exagera cuando fallece una persona, pero tú nunca has exagerado, porque Sara sencillamente era así, toda entrega a su familia y a sus amigos.
Mi madre por encima de todo siempre fue fiel a sus principios, seres queridos y amigos.
Gracias hermano, siempre me conmueves cada vez que hablas o escribes sobre nuestra madre.

MARITÉ

Anónimo dijo...

SARA, mi eterno orgullo
Hoy a solo 6 días del Día de las Madres del año 2016, recibo un correo de mi hermana Marité, con un link que le envío Reinaldo Cedeño sobre un escrito que hizo sobre mi madre Sara Rodríguez. No pude contener las lágrimas, primero al ver sus fotos, luego al leer esas palabras hermosas y delicadas que dice sobre ella, palabras que demuestran admiración y cariño. Gracias Lemus también por esas fotos, sé que tú la quisiste como ella te quiso a ti. Llevo muchos días soñando con ella, y aunque la vida me haya alejado de donde ella esta: su querido Guantánamo, sé que siempre seguimos juntas. Cada día le doy más gracias por la educación que nos dio a mi hermana y a mí, ella siempre será nuestro ejemplo a seguir. Sus pensamientos y acciones iban llenos de pasión, esa misma pasión que ponía en todo lo que hacía con sus manos, y convertía en arte puro. Gracias Lemus por esas fotos tan lindas. Gracias Reinaldo por tu homenaje lleno de ternura. Mami, te extraño y te necesito todos los días.
Virginia (o Villy como siempre me dijiste)
Miami, Mayo 3, 2016