Atravesar escombros no fue fácil. La hora de la madrugada no permitió visualizar la magnitud de los daños. Insistí con mis ojos miopes y sin cristales, y vi muchas piezas del techo de la terminal clavadas en casas del vencindario. Vi la boca oscura de la bodega de mi barrio, pues había perdido sus añosas puertas de cristal y algunas ventanas. Vi la carnicería sin pared, el consultorio sin techo, y mucho, mucho más...
viernes, 2 de noviembre de 2012
Huracán Sandy /VIVENCIAS/ La espera más peligrosa del mundo
♣ Una periodista que vivió una madrugada
de espanto, mientras esperaba a su padre en la Terminal de Ómnibus de Santiago de Cuba se venía abajo con los azotes del huracán Sandy
Estaba en el patio de casa,
acababa de regresar de la emisora y allá atrás, en nuestro pedacito familiar,
mi mamá y yo nos sentamos a conversar. El patio es nuestro sitio favorito, bajo
la sombra del tamarindo compartíamos el café o un jugo de maracuyá. A veces nos
interrumpe el timbre del teléfono, como ocurrió al final de la mañana del
miércoles 24 de octubre de 2012. Al otro lado de la línea, la voz de un
familiar me informaba de la salida de mi padre en ómnibus ASTRO, desde La Habana, a las 7 y 40 AM.
Las ideas se agolparon en
mi cabeza. Justo en el trabajo había estado siguiendo la evolución del huracán
Sandy en el Caribe, las notas del Centro de Pronósticos del Instituto de
Meteorología y la posibilidad del impacto con la parte oriental de la Isla casi coincidiría con la
llegada del ómnibus.
Pasadas las 10 y 30 de la
noche, tras indagar por teléfono sobre la llegada del ómnibus, salimos hacia la
terminal. Como vivimos cerca, mi esposo y yo salimos a pie. Ya se sentían
fuertes vientos y lluvia a intervalos. Sandy anunciaba su cercanía a nuestra
ciudad...
En el portal de la terminal
de ómnibus, comenzaron a concentrarse los familiares de los pasajeros, un viaje
con mucha demora. Luego supimos que llovía desde Matanzas. Ante la intensificación
de los vientos y la lluvia, los agentes que protegían la instalación nos
hicieron pasar al salón, una precaución a tiempo porque un rato después
comenzaron los primeros desprendimientos del techo y el apagón.
Aproximadamente a las 12 y
30 de la noche vimos las luces de la guagua. Estábamos en el salón de lista de
espera y una especie de sentimientos encontrados volvieron a mi. La alegría de
la llegada de mi viejo contrastaba con la furia de Sandy que azotaba a Santiago
de Cuba. A esa hora mi papá pregunta qué yo hacía allí y le respondí
respetuosamente: "porque usted es un poco indisciplinado y sé que, a pesar
del mal tiempo, es capaz de irse para la casa."
Fue muy rápido el
movimiento de los pasajeros y sus equipajes, pero el salón de lista de espera no
esperó ni un rato más: comenzó a volar el techo y el "falso techo".
Era una violencia sin fin. Ante nuestros ojos arrancaba las placas de metal que
cubrían el andén, las piezas del falso techo. El ruido era enorme. Los
cristales estallaban. Un espectáculo dantesco en medio de la oscuridad.
Nosotros, junto a unas 15
personas estuvimos en un cuarto pequeño con placa, creo que lo más seguro que
tenía la instalación. Allí se dieron las primeras muestras de solidaridad en
medio del paso de Sandy: alcanzó el piso para todos, una linterna se descargaba
y encendían la otra, la ayuda para salir casi a las 4 de la mañana.
Atravesar escombros no fue fácil. La hora de la madrugada no permitió visualizar la magnitud de los daños. Insistí con mis ojos miopes y sin cristales, y vi muchas piezas del techo de la terminal clavadas en casas del vencindario. Vi la boca oscura de la bodega de mi barrio, pues había perdido sus añosas puertas de cristal y algunas ventanas. Vi la carnicería sin pared, el consultorio sin techo, y mucho, mucho más...
Cuando se hizo nuevamente
la luz, vi el magnífico árbol de tamarindo de mi vecino, un ejemplar de unos 45
años, tendido en mi patio. Dejé las lágrimas a mi madre y dije a mi familia:
"Ya todo pasó. Estamos vivos y ahora crece en el patio nuestro
ciruelo".
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