martes, 12 de marzo de 2013
POEMAS DEL LENTE / La poesía que late en el cine
♣ Reinaldo
Cedeño ha encontrado el sitio donde se oculta la poesía en tantas películas que
le han marcado. Su libro Poemas del lente, da fe de ello
Frank Padrón
(Tomado del periódico Juventud Rebelde)
Entre las
múltiples propiedades de la pantalla grande está su capacidad de reproducirse:
las imágenes fílmicas son panes y peces que el espectador multiplica y de los
que se alimenta mucho más allá de la sala que proyecta; como si fuera poco, se
apropia de ellos, los hace suyos.
Reynaldo Cedeño
llegó aún más lejos: como un escultor, ha encontrado el sitio donde se oculta
la poesía en tantas películas que le han marcado. Su libro Poemas del lente,
laureado el pasado año en el concurso Hermanos Loynaz, que auspicia (y publica
ahora) el Centro literario pinareño, da fe de ello.
El también
periodista, quien vive y trabaja en Santiago de Cuba, no figura precisamente
entre quienes ejercen la crítica de cine, ni tampoco, que yo sepa, integra esa
especie que vive pendiente de encuestas sobre las mejores películas, los datos
sobre galardones y festivales, ni del frívolo mundillo de las lentejuelas.
Pero el colega
sí es de aquellos a quienes el cine cala y sacude, de los que no se resignan a
que el filme termine con la palabra fin; de los que se lo llevan a casa pero no
en los viejos rollos de 35
milímetros , ni siquiera en DVD o memoria flash, sino en
un lugar más seguro y cálido: lo acomoda en su alma y sigue filmando, vuelve
sobre los fotogramas y los planos primeros, medios y americanos, repasa tantas
secuencias en las que muchos no repararon o ya olvidaron, estudia gestos y
palabras de los actores y vuelve a hacer la película, solo que en vez de
emplear las célebres 24 imágenes por segundo pone en juego su cámara personal:
la palabra, específicamente el verso, que genera una sensibilidad no solo
cinematográfica sino mucho más: estética y, sobre todo, humanística.
(El cítico y escritor Frank Padrón durante la presentación del libro POEMAS DEL LENTE en San Carlos de La Cabaña, Feria Internacional del Libro, 20 de febrero de 2013. El autor, Reinaldo Cedeno a su izquierda)
El poeta se
acerca tanto a filmes clásicos como a otros no tan conocidos, pero que integran
esa «colección privada» de todo cinéfilo; no falta la pantalla cubana, la no
menos clásica y la que va camino a serlo; a veces, el texto fílmico le arranca
uno literario de complejidad y extensión complementarias; otras, sin embargo,
le bastan dos o tres escuetas líneas para, desde la elipsis que el propio cine
pone en práctica, re-crear el mundo (antes) representado.
Dividido en dos
partes, La linterna roja y La flor congelada, siguiendo los respectivos títulos
chino y coreano, el poeta-cineasta se acerca a Lo que el viento se llevó
(1939), de Victor Fleming-George Cukor, para hacernos recorrer el sur devastado
por la guerra desde los ojos siempre deslumbrados de Scarlett-O Hara/Vivien
Leight; otra memorable interpretación de la inmensa actriz (Un tranvía llamado
deseo, Elia Kazan, 1951) le inspira, sin embargo, uno de esos micropoemas a los
que aludía, que no necesitan más para transmitir la esencia del filme y de los
sentimientos que dejan en el escritor: Yo te devolvería Belle Reeve aunque lo
hubieses construido en el aire/ yo detendría los trenes/ con una mano echaría
el Missisipi a mis espaldas/ si fuera Dios/ si fuera Brando.
Pero antes, nos
ha regalado una íntima sonata desde El piano (1993), de la neozelandesa Jane
Campion; entiende, aunque no justifica, la (in) comprensible ingenuidad de Leni
Riefenstahl, aquella no obstante genial documentalista del III Reich; y hasta
el controvertido Apocalypto (2006) de Mel Gibson, le arranca inteligentes y
hermosas reflexiones (un olor a pulque y a pimienta traspasa las oquedades/
danzan los sacerdotes con pieles de jaguar/ con las flautas de cáñamo).
Sunset Boulevard
(Billy Wilder, 1950) le permite, en pocos trazos, introducirse en la majestad
venida a menos que Gloria Swanson interpretó con irrepetible grandeza, mientras
la soviética Plumita de oro nos devuelve a uno de aquellos «muñequitos»
soviéticos de los años 60, que antes nos aburrían y ahora añoramos tanto.
El sujeto lírico
se transubstancia a veces en alguno (s) de los personajes, como la Sor Juana de la Bemberg , la Lucía /Raquel de Solás, o el
«hijo pródigo» de Casa Vieja (2010, Léster Hamlet); otras es el narrador que
emula con el realizador fílmico desde su perspectiva generalmente omnisciente;
ejemplo de lo primero es el breve e intenso texto dedicado a los Sueños (1990),
del japonés Kurosawa; de lo segundo, las geishas alternantes de La linterna
roja (1991, Zhang Yimou).
Y en no pocas
ocasiones, sin embargo, es el simple (por llamarlo de un modo bien eufemístico)
espectador que aprecia, disfruta e incorpora: la Lucía /Adela, Despedida de
Iluminada Pacheco (El Premio flaco, 2009, Juan Carlos Cremata) o varios de los
inolvidables hombres y mujeres que «entonan» la preciosa Suite Habana (2000),
de Fernando Pérez.
Mezclados tan
diversos puntos de vista o perspectivas líricas, lo cierto es que al autor le
brotan personales re-creaciones de filmes tan singulares como Brokeback Mountain
(2005, Ang Lee), Habitación en Roma (2010, Julio Medem), Reflejos en un ojo
dorado (1967, John Huston) o Historia de amor en Bangkok (2007, del tailandés
Pok Amon).
El poeta maneja
un nutrido arsenal tropológico, pero no lo emplea gratuitamente, como ornamento
alardoso que otros arrojan al rostro del lector; sus imágenes son elaboradas
quizá con no poco taller, mas ello no se siente pues la expresión le brota
limpia, sin afeites y casi siempre elegante.
Entre lo mucho que debemos agradecer a Reynaldo Cedeño por tan
entrañable libro, voy a sumar un pequeño favor que me ha prodigado, con
respecto a un filme aplaudido hasta el delirio del que no soy, en lo absoluto,
devoto. Se trata de Casablanca (1942, Michael Curtiz), pues no solo resume la
fuerza poética y el poder de condensar en pocas palabras inmensos universos, lo
cual descuella entre los méritos del libro todo, sino la manera con que elude
constantemente el lugar común y la frase hecha.
Con estos versos les invito a no perderse este singular y bello
libro (también en su diseño, que realizó Néstor Monte de Oca sobre una pieza de
Salvador Dalí) o lo que es lo mismo: a no permitir que se apague nunca la luz
incomparable del proyector en la sala de cine: Yo solamente vengo a preguntar/
cómo cerrar el piano/ cómo se apaga la mirada más luminosa del mundo.
(Estas palabras fueron pronunciadas en San Carlos de La Cabaña , La Habana , Feria del Libro, 20 de febrero de
2013)
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