lunes, 23 de diciembre de 2013
PALABRAS DE ACEPTACIÓN del poeta cubano Luis Manuel Pérez-Boitel al recibir el Premio Internacional de Poesía en Lengua Española Manuel Acuña en México (2013)
Resulta siempre muy
emotivo realizar un viaje como este. No
sólo por la razón de este encuentro, al
recibir el premio internacional de poesía Manuel Acuña en lengua
española, en su primera convocatoria, auspiciado por el gobierno del Estado de
Coahuila de Zaragoza, a través de la Secretaría de Cultura. Diría que llegar a México
es reencontrar a mis ancestros, pues mi tatarabuela era de esta nación, quien se casara con un chino y
el destino los hizo llegar a la isla de Cuba, quizás con la pretensión de
regresar con el paso de los años a su casa en Mérida, cosa que nunca sucedió.
Definitivamente es este un viaje que como deuda de gratitud tenía que asumir
por mi otra familia y créanme que es un honor hacerlo con poemas por estas
tierras que tanto ha aportado al legado cultural del continente.
Sería
imposible signar la historia
artístico-literaria de América sin hablar de México. También creo que sería imposible hablar de los vínculos entre México y Cuba si no
abordamos las relaciones y el cariño que se han tenido artistas y escritores de
estos países. Por lo que al recibir este
reconocimiento me llegan a la memoria múltiples ejemplos, que intento traer a
colación. Particular ha sido la huella
del muralismo de este país que a través de pintores tan significativos y
emblemáticos como Diego Rivera, José
Clemente Orozco y Alfaro Siqueiros, crearon una tradición importante al captar
el elemento mestizo o indígena que estereotipaba un modo de pensar desde este
gran continente. De allí su aporte a las
artes plásticas cubanas visto desde la obra de Eduardo Abela, Carlos
Enríquez o el propio Mariano Rodríguez,
reflejado en el campo cubano, en ese modo de asumir la ruralidad y la imagen
del guajiro. Algo parecido ocurre en la obra de una extraordinaria artista
cubana como Amelia Peláez donde la
impronta del muralismo se descifra claramente en un mural que hiciera para la
capilla del antiguo colegio Salesiano de Santa Clara, que refleja la figura de
Don Bosco, en el año 1956, o en otro mural, este a la intemperie, que hiciera
para el Hotel Habana Hilton, hoy Habana Libre, donde las formas buscan una originalidad
inusual.
Otra
huella está en un insigne artista también de la provincia donde resido, al
captar de modo acertado el elemento del mestizaje, en este caso chino-cubano;
estoy hablando de Wilfredo Lam, presente en varios museos de México por la
valía de su obra. Cabe destacar, incluso, que en los temas afroamericanos, está
presente el elemento mexicano, por naturaleza, y es este un término bien
complejo cuando descubrimos en una obra tan interesante como la de Teodoro
Ramos Blanco, cómo el elemento negro se puede apreciar en la imagen de una
mujer negro tallada en mármol blanco, esa expresividad sería imposible
dibujarla si no tomamos como referencia la impronta que nos dejan las artes
plásticas mexicanas. Esos elementos no sólo se perciben en las imágenes, sino
también en el color, en esa intensidad que nos dejan los cuerpos, los
paisajes. Una extraordinaria pintora
como lo fue Frida Kahlo, que intentó constantemente autodefinirse, está
identificando a la mujer mexicana, sus desgarraduras y la necesidad de
vindicarse, algo que de modo muy interesante, y diría peculiar, mantiene sobre
la mesa la obra de la pintora cubana Zaida del Río, en esas claves tan
enigmáticas de abordar lo femenino. El
colorido de esas imágenes que pudieran agredirnos, en cierto momento, es
reflejo inequívoco de esa otra necesidad de pintar la mujer actual cubana y de
transformarla. Hay una autoflagelación
que más que llamar la atención nos está convocando al diálogo, a los derechos
del género, al papel de la mujer en la propia sociedad.
Es
también memorable el acercamiento de estos países en la música, reflejando el
sentido de lo que significa Teotihuacán, como ese lugar exacto donde los
hombres se convierten en dioses, es decir donde triunfan. Por lo que a estas tierras llegó Ignacio
Villa Fernández, conocido por Bola de Nieve, y fue aquí, precisamente, donde
triunfó junto a otra grande de la música cubana, Rita Montaner, Se dice que una
vez que llegaron, en 1933 esta mandó a poner en un anuncio, sin consultárselo a
Bola: “Rita Montaner, con su pianista Bola de Nieve”, que definitivamente tuvo
que asumir Bola ante un malestar en la salud de Rita. Ella sabía que así era conocido el
músico quien fuera reconocido por sus
interpretaciones de Babalú de
Margarita Lecuona, Ay, mamá Inés de
Eliseo Grenet, y de Chivo que rompe tambó
y El Manisero de Moisés Simons, entre
otras. Pero no es casual, aquí también llegó Benny Moré, Dámaso Pérez Prado, y otros. Estas tierras descubrieron el éxito de
Enrique Jorrín, con su chachachá y otros tantos músicos que se haría
interminable citar en este apretado espacio.
Resulta
que el pueblo de México siempre ha estado al lado de Cuba, y es que nuestra
isla se une al continente americano a partir de esta Nación. Aquí el cubano ha encontrado su segunda
patria, sus aliados, sus verdaderos hermanos.
En los predios de la literatura, también está presente esa relación,
esos vasos comunicantes. La impronta de la obra de Juan Rulfo y la de Juan José
Arreola, este último jurado en varias ocasiones del premio Casa de las
Américas, son evidentes.
Desde
Cuba, esa tradictio de aportación al panorama de las letras mexicanas se viera
de modo palpable en los artículos que publicara José Martí en varios periódicos
de época, o el propio José María Heredia
en publicaciones que fundó o apoyó en medio de una difícil situación política,
baste mencionar las Revistas El Iris,
en los meses de febrero a junio de 1826, Miscelánea
(Tlalpam, septiembre 1829- abril, 1830), Toluca, (junio 1831- junio de 1832), La
Minerva en 1833, y en periódicos como El amigo del Pueblo (1827-1828), El Conservador (1831), El Fanal (1831-1833), y Diario del Gobierno (1838-1839). Según nos comenta el poeta cubano Ángel Augier:
“En Toluca, donde era Ministro de la Audiencia de México el propio Heredia publicó en
1832 la segunda edición de sus poesía, en dos tomos. En el primero, incluyó los poemas de amor y
las imitaciones, en el segundo, los poemas filosóficos y descriptivos, sus
versiones del falso Osián y las que denominó poesías patrióticas, que
comprendían las relativas a Cuba y a motivos de otros países latinoamericanos”.
Esa
relación desde la escritura, se asume de modo muy evidente en un sentido
dialógico, para entender un poema escrito en dos versiones donde un poeta cubano como
Emilio Ballagas nos brinda un
homenaje a Sor Juana Inés de la
Cruz , y escribe: Húyeme, yo te huiré, más si me
buscas/ resuena un eco en ti de lo que sueño, / el corazón suspenso en el
desvelo. Huye de mí porque valor no
tengo/ ni tú quizás para que encarcelada / dejes quebrar tu mano entre las
mías. O ven, entra en las fieras galerías; / que ya como una mina ofrezco el
pecho/ pozos de amor, cavernas de dulzura- / a la linterna de pupila muda, al
hierro que entra sordo por la herida.
Esos
diálogos a través de la poesía también están presentes en poetas como Eliseo
Diego, quien residiera en México, y otros poetas de la conocida generación
origenista en Cuba o en la labor de un autor tan extraordinario como Juan Marinello quien fuera profesor del Colegio de México y
donde estudió nuestra gran Mirta Aguirre, y
ambos trajeron a Cuba las cenizas de Julio Antonio Mella, líder
estudiantil que luchó fervientemente contra la dictadura machadista y que fuera
asesinado en ciudad México por orden de ese dictador. Pero también debemos
buscar esos vínculos en el escenario de la obra de escritores mexicanos
como Carlos Pellicer, Octavio Paz, José Emilio Pacheco, y Eduardo
Lizalde, para mencionar algunos. Un
hecho peculiar que hoy se advierte en la poesía americana, y en particular,
tiene un paisaje ganado en México, es la dimensión que alcanza la poética de
José Lezama Lima, a partir de los estudios de Severo Sarduy sobre el
barroquismo y la tendencia neobarroquista que existe en alguna zona de la
poesía de este país, tan demodé entre jóvenes escritores. Resultaría importante
consignar que Lezama viajó a México en 1949, dejando evidencia de su estancia
en algún pasaje de Paradiso, así como
en una carta fechada el 18 de octubre del propio año, dedicada a su madre donde
consigna que vivía “de sorpresa en sorpresa, del mucho agrado al otro agrado en
que todo se nos presenta como revelada maravilla”. Imagino al autor de “Enemigo rumor”, bajo este cielo cuando en la
propia misiva delataba “la emoción adecuada que debe tener un católico
americano para mostrar su fe en una forma alta y condigna”.
De tal
modo que hay ganancias escriturales a partir del acercamiento de las letras
cubanas y mexicanas a través de los siglos.
Esa comunión nos permite aseverar, que desde la literatura se está
pensando desde la perspectiva del hombre americano, a diferencia de épocas
pasadas donde era lógico y justificable la influencia que marcaban las
vanguardias europeas. Hay en la
literatura actual en nuestro continente una necesidad de reposicionar no sólo
al ente escribiente, sino también la historia, y en el escenario que hoy se
edifican tanto en Cuba como en México se consolida este punto de vista, que
necesitarían quizás ser con mayor tiempo abordado. Sería óbice decir que en
Cuba se ha publicado a través de una institución tan paradigmática como Casa de
las Américas la obra de Amado Nervo, Sor Juana Inés de la Cruz , José Emilio Pacheco, Juan Bañuelos, lo que nos evidencia la riqueza de este intercambio.
Resulta emotivo apuntar que gracias a una propuesta realizada por Carlos
Pellicer, en 1967, cuando viajó a la
Isla de Cuba para participar en el Encuentro sobre Rubén
Darío, propuso la creación de un centro de investigaciones literarias en la Casa de las Américas, algo
que fuera según nos comparte el escritor
cubano Juan Nicolás Padrón “acogido con entusiasmo por Haydée Santamaría”,
presidenta de esta institución por esos años.
Pero
volvamos al premio que hoy compartimos. Noble empeño, pudiera decirse, han tenido
ustedes, representantes del Gobierno del Estado de Coahuila de Zaragoza, los
organizadores del evento, por homenajear
tan dignamente al autor de “Nocturno a Rosario”, que ciertamente es un escritor
también de toda América, coetáneo con otro de los grandes bates del
continente. Me refiero a José Martí, que
en una devoción y admiración extrema, escribiera en El Federalista, periódico mexicano, el 6 de diciembre de 1876: “Y era gran
poeta aquel Manuel Acuña. Él no tenía la
disposición estratégica de Olmedo, la entonación pindárica de Matta, la
corrección trabajadora de Bello, el arte griego de Téophile Gautier y de
Baudelaire, pero en su alma eran especiales los conceptos; se henchían a medida
que crecían; comenzaba siempre a escribir en las alturas.” Y ciertamente era
esta una relación de admiración y respecto que el precursor del modernismo,
descifraba ciertamente en la obra de Acuña, una gran revelación y un signo muy
particular.
Tal es
el hecho de que cuando este muere, en este mismo texto que titulaba con el
nombre del bardo refiere: “Hoy lamento su muerte: no escribo su vida; hoy leo su nocturno
a Rosario, página última de su existencia verdadera, y lloro sobre él, y no leo
nada. Se rompió aquella alma cuando estalló en aquel quejido de dolor […] Y
aseado, y tranquilo, acallando con calma aparente su resolución solemne y
criminal, olvidó, en un día como este, que una cobardía no es un derecho, que
la impaciencia debe ser activa, que el trabajo debe ser laborioso, que la
constancia y la energía son las leyes de la aspiración: y grande para desear,
grande para expresar deseos, atrevido en sus incorrecciones, extraño y original
hasta en sus perezas, murió de ellas en día aciago, haciéndose forzada
sepultura; equivocando la vía de la muerte, porque por la tierra no se va al
cielo y abriendo una tumba augusta, a cuya losa fría envía un beso mi afligido
amor fraternal”.Esa fraternal mirada del apóstol cubano, se acentuaba en otros
textos que el maestro escribiera —a posteriori— como latente admiración por
Manuel Acuña, a quien llamó también un discutidor modesto de la Sociedad Netzahualcóyotl.
Lo
cierto es que al recibir este premio,
retomo esos lazos indisolubles entre nuestras naciones, la fe de que con
la poesía podamos abrir nuevas puertas al entendimiento, la sabiduría y la
justicia. Es con la poesía que podemos
construir nuevas catedrales y apostar por ese mejoramiento humano del que habló
Martí. He tenido hoy la fortuna de
escribir estas palabras y aceptar este reconocimiento admirado por la cultura
que hoy se percibe en este continente americano, y subrogándome en lugar y
grado de todos los poetas que han participado, conocidos o no, brindando
siempre en esta ocasión por este 140 aniversario luctuoso del poeta
saltillense.
Artefactos para dibujar una nereida, es la obra
que tuvo la fortuna de ser seleccionada en esta primera convocatoria del
evento. Un libro siempre encierra un
tiempo, y en este que entrego, le confieso, ha sido un período de divertimento pues creo que la
literatura debe asumir los desafíos del propio arte escritural, y en lo
particular del lenguaje, lo que resulta para mí un gran deleite. Esa relación con el lenguaje me ha permitido
una voz más versátil para hablar del tiempo.
Quizás reconocer la impresión que tuve al descubrir un niño parapléjico
que pintaba con su boca ángeles. Ese
acto, como exorcismo de otras vidas, pudiera figurar en estas páginas que el
lectordebe asumir como un vago desasosiego.
Son
estos mis modestos criterios a priori sobre la emoción que todavía albergo al
conocer de este resultado. Había tenido
la suerte de ganar otros premios, de lograr ciertos reconocimientos con mi
obra. Así salieron a la luz, poemarios
como: Unidos por el agua, Bajo el signo del otro, Los inciertos dominios del escriba, Aún nos pertenece el otoño, Las naves que la ausencia nombra y Hay quien
se despide en la arena, para nombrar algunos de los títulos de mis 19 libros
publicados. Con ellos he viajado por
Argelia, España, Venezuela, Guatemala, Honduras, El Salvador, Colombia y
México, país este que admiro como mi segunda patria. Por lo que esta será la ocasión propicia de
llegar a Coahuila con un módulo de libros cubanos, que compré en mi país, para
traerlos y donarlos a la biblioteca de este Estado, este pudiera ser mi modesta
entrega junto con esos versos que ya no son míos, que no me pertenecerán, pues
formarán parte como razón de este encuentro, a la cultura de esta gran nación.
Resultaría
atinado consignar la repercusión que tuvo este reconocimiento en los medios de
la provincia donde resido, no así –lamentablemente- en algunos medios de
divulgación de carácter nacional en Cuba, espacios que ya tienen como costumbre
la de omitir las verdaderas realidades que se escenifican en la isla, incluso
en los predios de la cultura, limitando al pueblo cubano de la noticia real,
inmediata y de impacto societario. No obstante, más que hablar de esos medios
que ya han perdido mucha credibilidad en mi país, que los cubanos conocemos,
quiero traer a colación el pensamiento martiano
de que “Patria es humanidad”, para en este acto hacer justo reclamo por la
liberación de cuatro cubanos, ellos son: Gerardo Hernández Nordelo, Antonio
Guerrero Rodríguez, Fernando González Llort y Ramón Labañino Salazar, quienes
han sido víctimas de violaciones en las garantías procesales del debido proceso
que contra ellos se ha realizado en los Estados Unidos de América, amparándome
–in sito- en la letra de la quinta en relación con la sexta enmienda de la Constitución de ese
país, al ser el resultado sus causas penales del odio del gobierno
norteamericano contra mi patria. No
pudiera yo terminar este discurso de agradecimiento, sin la convocatoria,
oportuna y digna, a todos ustedes para que se sumen a esta lucha.
Agradecer
una vez más a los organizadores, de modo muy especial al Gobernador, el Señor
Rubén Moreira Valdez, así como a la Secretaría de Cultura, en la persona de la Señora Ana Sofía García Camil, a los integrantes
del jurado, y a todos los que han
participado en este empeño, hoy realidad,
en el escenario donde todos los medios de divulgación mexicanos y
creadores hispanoamericanos, han estado atentos por este acontecimiento que no
terminará exactamente el 6 de diciembre del año en curso, infiero. Pues hoy todos tenemos un mayor compromiso y
sabemos más de la obra de Manuel Acuña, por lo que será el tiempo cierto para
volver sobre él e imaginar que también estuvimos frente a su cadáver, aquel
otro 6 de diciembre pero de 1873, mirando las innumerables lágrimas de sus ojos
dispuestos ya a lo eterno. Como bien nos
recuerda Juan de Dios Peza, al retomar los versos del bardo: “como deben
llorar en la última hora / los inmóviles párpados de un muerto”.
Muchas gracias.
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