Manuel García Verdecia
miércoles, 25 de diciembre de 2013
La edad de la insolencia
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Manuel García Verdecia
Al presentar sus Poemas
del lente afirmé ver en
varios de ellos cierta disposición a lo
narrativo. Ahora el autor, Reinaldo Cedeño, nos sorprende con un libro
de
narraciones, La edad de la insolencia
que aparece por Ediciones
Caserón de la UNEAC
en Santiago de Cuba.
El libro recoge un conjunto de dieciséis cuentos cortos que, de modo
personal y
perspicaz, expone una serie de dilemas existenciales que a veces no
vemos pero
que nos acompañan cotidianamente.
El cuento corto es
un género difícil. Demanda
la atinada elaboración de una trama, como toda forma narrativa, pero
exige la
mayor síntesis, en lo que colinda con la poesía. El autor no tiene el
espacio
para desarrollar con largueza las circunstancias que generan la historia
ni
puede exponer con detalles motivos ni tránsitos espacio-temporales. Tal
vez de
su doble posibilidad de poeta y narrador obtenga oportunidades Reinaldo
para
lograr una selección oportuna de los materiales que nos dan por
sugerencia los
elementos necesarios del conflicto.
Los cuentos de La
edad... giran en torno a
personajes singulares. Cada cuento es la
historia de un individuo que, en apariencia es alguien común, quizás con
las
mismas penas e inquietudes que nosotros. Solo en apariencia. Al meternos
en sus
vidas íntimas podemos comprobar que son seres carcomidos por la
frustración y
el desdén de las convenciones y prejuicios establecidos por sus
semejantes.
Cada personaje tiene una
singular, dolorosa e
inquietante existencia otra que vive desde dentro, desde su ilusión, su
miedo o
su soledad.
Quizás la mejor
seña para entender estos
cuentos sea fijarnos en la cita introductoria escogida. Son unos versos
de
Lorca: "¡Qué esfuerzo el del perro por ser golondrina!/ ¡Qué esfuerzo de
la abeja por ser caballo!" Estos reflejan el eterno dilema del hombre
que
a la vez aspira a ser uno y otro. Es la busca de aquello que Machado
llamaba la
otredad. Para bien o para mal, como en muchas de las historias aquí
recogidas,
la aspiración de alcanzar una realización diferente a la que nos ha
tocado es
una importante fuente de motivación e incitación a la acción en los
seres
humanos. Si no fuera porque el hombre tiene aspiraciones sería un objeto
más,
no tendría sentido de historia, de evolución ni progreso. El conflicto
surge de
la distancia entre nuestra ansia y las posibilidades, personales o
circundantes, para conseguir lo ansiado. Es lo que verificamos en estas
historias cuyos disyuntivas podrían resumirse con el título de aquel
poemario
magnífico La realidad y el deseo.
Como se ha dicho se
trata de cuentos que tienen
por objeto presentar la síntesis de una vida. Solo en un caso, "La
maldición", la trama gira en torno a árboles. Sin embargo, como se sabe,
en toda fábula, aunque se hable de una piedra o de un árbol, se habla
siempre
del hombre y sus vicisitudes. En este caso es una suerte de parábola
ecológica
en torno a la creciente indiferencia de las personas por la vegetación
que
lleva a estos árboles a proporcionarles una inclemente penitencia. Los
demás
tratan de seres que sufren diversas tensiones entre un destino
pretendido y
otro impuesto.
Así en "La edad de
la insolencia",
que da nombre al libro, trata de una editora ya en sus años mayores.
Como
sucede siempre, los vecinos tienen una versión sobre su vida, pero saben
poco
sobre esta, nunca más que ciertas conjeturas. Madame, la protagonista,
tiene
una hija y una nieta, lo que hace suponer que tuvo un amor, pero ahora
no tiene
compañía alguna más allá de sus espirales mentales. Pero alguna vez
recibe a un
hombre y lo hace por piedad. Es la desolación de quien da y nada pide.
En
"To be or not to be" hay un joven que quiere ser actor. Siempre
ocultamente ha hecho papeles pero quiere formalizar esa devoción y acude
a ver
al Maestro. Este sin embargo, en algún recodo gris de nuestras
devastaciones,
ha desaparecido. Así que no puede cumplir su proyecto, pero no deja de
sentir
la pulsión que lo somete así que, ante sus gatos, se desdobla en este
Hamlet de
sueños. Otro joven, L., quiere ser stripper, masajista, irse lejos, y se
lanza
al agua. Luego sigue los caminos pero siempre en un estar sin hallarse.
Tiene
solo la compañía de su mascota, un ratón, tal vez el animal menos
representativo para un ser humano con intenciones. Al final cansado
decide cerrar
su historia. Así que deja libre al ratón y luego le azuza el gato, pues
su
afecto sabe que no es buena la soledad. Por aquí sabemos su final.
Hay una mujer que
siempre ha hallado un ámbito
de fascinación en la radio. Allí hay un caballero que la anima. Por eso
María,
en "El caballero", se impone buscarlo y, más, decide hacerse
locutora. Todos le hacen algún tipo de vida. Sin embargo nada saben y
ella solo
corre del trabajo a su radio a escuchar desnuda a su caballero. En "El
juramento" se trata de un joven que ha sido educado en la rigurosidad de
la palabra empeñada y ha jurado ser bueno. Pero, bien se sabe, el
destino se
teje con el hilo de nuestra decisión y la hebra del empeño ajeno. El
ejército
es tarea de hombres duros y alguien de fibra tan suave está condenado a
sufrir
espantosas afrentas... Hasta un día en que la
dignidad se impone y hasta los
juramentos se rompen pues hay un límite para todo agravio infligido.
Se van sumando
dramas personales. Una loca que
acomete los actos más tiernamente humanos y sensatos. La niña marcada
por un
terrible accidente que deviene maestra y luego exige de una pequeña
escolar no
atenta la presencia de su madre, que le trae de vuelta la sorpresa de su
salvadora, uniendo sus destinos en la piedad. Una mujer hecha de grises
que
siempre va al teatro, callada en el último asiento. Hasta que falta
alguien y
ahí estalla la imaginación que ha estado oculta. El niño que mira a los
hombres
de la granja bañarse y se escapa, se vuelve una muchacha como las del
cine,
solo para terminar castigado en un batallón de hombres que abusan y
abusan,
hasta que una soga pone fin a la falta de ternura. El Voyeur que
disfruta su
sueño de sensualidad mirando por el hueco a la pareja en el encuentro de
los
sexos, hasta que una espina pone fin al goce. Así, por estos dolorosos
recodos
del ser andan estos cuentos, donde una incitación interior empuja a los
seres a
esforzarse, sufrir y padecer.
Estos cuentos tienen
en primer lugar la ventaja
de que escapan del lugar común por el que recientemente transitara mucha
de
nuestra narrativa contemporánea. No se propone lo marginal a ultranza,
ni el
regodeo en la sexualidad como fin, ni las ya archidescritas vicisitudes del Periodo
Especial. Se trata de conflictos humanos
que pueden suceder en cualquier lugar y en cualquier época. De hecho, al
evadir
elementos tópicos, el escritor les gana cierto carácter universal.
El otro aspecto a
resaltar es la concisión
lograda. El autor consigue la máxima síntesis
posible. No hay
transiciones explicitas de un tiempo a otro, o de una situación a otra
distinta. No quiere
escribir lo que narra
sino más bien escribe lo que no puede ocultar. Escribe como encubriendo. A veces, pienso que esta ventaja
se le vuelve bumerang
contra la mejor comprensión del cuento pues la lectura es ardua. Hay que
leer y
releer para encontrar las señas que nos llevan a la comprensión. El
autor no
regala conclusiones.
Por último destaca el
lenguaje. Para conseguir
este nivel de síntesis hace falta una prosa muy precisa y desbastada.
Sin
embargo, el escritor se las arregla para aquí y allá salpimentar sus
breves
narraciones de fulgurantes imágenes que ayudan a la descripción de los
personajes y situaciones.
Así nos habla de "Una mujer que
iba haciéndole
preguntas al futuro", nos explica que "Antonia era gris como polvo de
volcán, gris como la ausencia", nos deja ver "que en el joven ansioso
"Los ojos son limones encendidos" y nos asegura que "el deseo es
una lanza en el costado. Es un látigo". A veces sus frases tienen la
densidad reflexiva de una máxima: "Afuera el mundo seguía. El mundo
siempre sigue" o "Nunca interrogues al horizonte, solo es el límite
de la imaginación" o "Una ciudad atravesada por un río alcanza
siempre cierta jerarquía" o "Todo lo que se desborda vuelve a su
cauce". Tal es la calidad
de su densa
escritura.
La edad de la insolencia es un
libro que nos muestra una galería de personajes quebrados que intenta
hacernos
sensibles y partícipes del dolor ajeno. Nos
pide que miremos más allá de lo visible, nos muestra que la existencia
es más
compleja de lo que parece. Nos recuerda que son necesarias la
comprensión, la
tolerancia, la piedad, para que la vida fructifique en todos sus
colores. Nos
dice que vayamos con cuidado pues a nuestro lado alguien puede estar
sufriendo
y no lo sabemos o nada hacemos.
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