viernes, 18 de abril de 2014
El secuestro de GARCÍA MÁRQUEZ
Reinaldo Cedeño
Pineda
Repté por entre
las piernas de un centenar de personas, empujé con desesperación, hasta que
pude alzarme en el estrecho cerco que mis colegas, y los admiradores
insospechados, salidos de todas partes, le habían tendido a Gabriel García
Márquez.
El Festival del
Caribe había concluido su gala inaugural.
Me había
dedicado -el oficio manda- a buscar cuanta entrevista hubiese, a hurgar en su
etapa periodística, a reinventarme la simbología de varias de sus obras.
Recordé la ferviente exposición de una de esas profesoras inolvidables, cuando
hablaba del señor de Aracataca… y volví sobre las hojas de Cien años…, El
general…, El amor en los tiempos del cólera.
En mi agenda se
agolpaban las preguntas sobre cine latinoamericano, el lenguaje y sus
“escandalosas” propuestas… y ahora el Nobel estaba frente a mí…
Era el redactor
de la sección cultural del periódico Sierra Maestra de Santiago de Cuba,
entonces. Había decidido que la entrevista con el Gabo, tomaría toda la página,
si era preciso…. No faltaba más.
El Teatro
Heredia ardía este 3 de julio de 1996.
El escritor
aplaudía la gala inaugural que había incluido al coro Orfeón Santiago con temas
de la isla de Mompos. En otras jornadas sabríamos de la autenticidad de una
hija de esta ínsula: Toto La
Momposina … pero ahora García Márquez por contestar:
-Me siento en
Santiago de forma estupenda, con música y palabras familiares. Tenía ya unos
días sin venir a Santiago, unos días como unos nueve años…
Clandestino en
Santiago
Ser periodista
es un asombro. Ya les dije, alcé la pequeña grabadora como pude, pero la
competencia de aquel enjambre de buscadores de autógrafos en libros, papeles… y
servilletas, hacía de la pregunta un imposible. Apenas se escuchaba.
Di el estirón
de mi vida para poder recoger su testimonio, toqué su hombro, casi lo
derribo...
Gabriel García
Márquez pudiera pasar inadvertido como cualquier mortal, si no fuera quien es.
El retrato no salía de lo común: labios carnosos, lentes acomodados sobre un
rostro con no sé que de ausencia, la veta de los años quizá. Y un cierto aire,
mitad reflexivo, mitad asustadizo.
Todo el mundo
preguntaba a la vez, mientras el Premio Nobel giraba la cabeza, desconcertado…
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