Repté por entre las piernas de un centenar de personas, empujé con desesperación, hasta que pude alzarme en el estrecho cerco que mis colegas, y los admiradores insospechados, salidos de todas partes, le habían tendido a Gabriel García Márquez.
El Festival del Caribe había concluido su gala inaugural.
Me había dedicado -el oficio manda- a buscar cuanta entrevista hubiese, a hurgar en su etapa periodística, a reinventarme la simbología de varias de sus obras. Recordé la ferviente exposición de una de esas profesoras inolvidables, cuando hablaba del señor de Aracataca… y volví sobre las hojas de Cien años…, El general…, El amor en los tiempos del cólera.
En mi agenda se agolpaban las preguntas sobre cine latinoamericano, el lenguaje y sus “escandalosas” propuestas… y ahora el Nobel estaba frente a mí…
Era el redactor de la sección cultural del periódico Sierra Maestra de Santiago de Cuba, entonces. Había decidido que la entrevista con el Gabo, tomaría toda la página, si era preciso…. No faltaba más.
El Teatro Heredia ardía este 3 de julio de 1996.
El escritor aplaudía la gala inaugural que había incluido al coro Orfeón Santiago con temas de la isla de Mompos. En otras jornadas sabríamos de la autenticidad de una hija de esta ínsula: Toto La Momposina… pero ahora García Márquez por contestar:
-Me siento en Santiago de forma estupenda, con música y palabras familiares. Tenía ya unos días sin venir a Santiago, unos días como unos nueve años…
Clandestino en Santiago
Ser periodista es un asombro. Ya les dije, alcé la pequeña grabadora como pude, pero la competencia de aquel enjambre de buscadores de autógrafos en libros, papeles… y servilletas, hacía de la pregunta un imposible. Apenas se escuchaba.
Di el estirón de mi vida para poder recoger su testimonio, toqué su hombro, casi lo derribo...
Gabriel García Márquez pudiera pasar inadvertido como cualquier mortal, si no fuera quien es. El retrato no salía de lo común: labios carnosos, lentes acomodados sobre un rostro con no sé que de ausencia, la veta de los años quizá. Y un cierto aire, mitad reflexivo, mitad asustadizo.
Todo el mundo preguntaba a la vez, mientras el Premio Nobel giraba la cabeza, desconcertado. Afloraba una risa sosa, displicente… insulsa si se me apura; arma tal vez contra aquel “ataque” que le recibirá por doquiera que vaya.
Luego de lamentables interrogantes, contestadas a medias, por pura cortesía… sobrevino la pregunta sobre Colombia, que al fin y al cabo era el país al que se dedicaba la cita:
-Colombia es Colombia. Nos preciamos de tener playas y mares, tierras en los dos Océanos; pero yo personalmente estoy en el Caribe, y quiero creer que Colombia está en el Caribe, aunque todos los colombianos no lo sientan igual.
La caótica conferencia de prensa parecía tomar el cauce indicado, cuando saltó la pregunta de qué significaba Cuba para el continente, y sobrevino la respuesta medular:
-Cuba... ahora, en estos momentos: la barrera que ha impedido que los Estados Unidos estén en la Patagonia
La empatía se iba haciendo, la línea caribeña iba entremezclándose y aquello empezaba a tornase la conversación con un viejo amigo. Repasé otras preguntas en mi mente, pero…
En un abrir y cerrar de ojos, alguien abrió una brecha en el gentío, tomó de brazos al escritor, lo empujó –lo juro-, abrió rápidamente la puerta de cristal. Lo introdujo en un coche negro que salió despedido… ¿hacia dónde? Alguien masculló que no quería entrevistas, que después… ¿Después de qué?...
García Márquez había sido secuestrado en nuestras narices.
De nada valieron el estupor y las protestas, cuando el auto maldito y aquel improvisado “guardaespalda”, de cuyo nombre no quiero acordarme, partieron.
Quiero pensar que fue exceso de celos al cuidarlo… pero he maldecido mil veces al señor salido de Macondo. Aquella escena se me quedó clavada cual una foto fija, imposible de retocar, absurda. Mi página completa, se volvió apenas… una crónica de nueve párrafos, mientras los reportes radiales no sobrepasaron el minuto.
Dicen que en la noche, la noche siempre, se paseó de “incógnito” por el centro de la ciudad, que visitó la Casa de la Trova -¿cómo no hacerlo?-… y que nadie pudo arrancarle una entrevista en regla.
Dicen tantas cosas.
Sin embargo, un colega -cuando la nave del rapto lo hubo devuelto- hiló frases dichas por el Nobel al pasar por las calles santiagueras. Dios me perdone, siempre he creído que acabó aplicando la receta a su mismísimo creador, aquel consejo garcíamarquiano de que el secreto del periodismo está… en fabular. Y publicó un reporte… sui géneris.
Santiago de Cuba es la ciudad de las sorpresas y las visitas relámpago, como las de Federico García Lorca en 1930 -tenazmente negada-, o la del ex Beatle, Paul McCartney, en los inicios de este milenio.
Espero que la ciudad le haya asomado a García Márquez, no sus lances macondianos, sino sus luces... ¿será?
Fermina Daza y Florentino Ariza, tejiendo un amor octogenario; el patriarca deshojando su otoño, la Mamá Grande, el laberinto, Aracataca y las tristes putas… todos son parte de nuestra memoria. Y eso, no hay secuestro, no hay abdución que me lo quite.
2 comentarios:
¿Viste al Gabo? ¿estuviste cerca del Maestro, a escasos centímetros, tan cerca que sentiste su respiración y su miedo de la gente? ¿Viviste su mismo clima, su ámbito propio, su círculo de luz? Vaya, vaya, vaya...(no se me ocurre otra frase genial para expresar mi envidia)
Me precio de ser un Gabólogo de los grandes, estoy completamente contaminado de la prosa macondiana, mi vida misma empezó la noche mágica de 1981 en que, acostado en el mueble de la sala de la casa paterna, viví catorce horas de soledad ininterrumpidas perdido por completo en el mar tempestuoso de la saga de los Buendía... Desde aquella venturosa noche me convertí al culto, decidí ser uno más de sus acólitos, juré seguirlo en mi memoria hasta más allá de la memoria, y me embarqué en un entusiasta proceso de proselitismo entre mis amigos, familiares y conocidos, forzé a mis profesores de letras a que nos hablasen de El, fatigué bibliotecas, hemerotecas, librerías de viejo, y hasta presidí el club de Macondo del Círculo de los Rascaollas, aquellos magníficos mataperros que éramos entonces, siendo el más entusista de los prosistas de "La mano negra" , el pasquín anónimo que pegábamos en las noches en las paredes de los amigos, del colegio, del barrio...
Hace veinticinco años, papá me despertó a las 6.30 de la mañana con la noticia más feliz de mi vida hasta entonces "Ven a escuchar la radio, hijo" me ordenó, enigmático, y hasta su dormitorio fuí, aún envuelto en legañas. RadioProgramas estaba enlazado con Caracol de Colombia, y una voz aflautada, doméstica, divertida, trataba de lidiar con los reporteros del mundo entero: Gabo acababa de ganarse el Nobel y, por primera vez, escuché su inconfundible voz de caribeño feliz.
Solamente otra persona en el mundo podía sentir la misma emoción que me embargaba, y corrí a verlo, despreciando el desayuno. No me equivoqué: sentado en la vereda de su casa, con una sonrisa de oreja a oreja, Walter me esperaba. "Ganamos" me dijo; nos abrazamos largamente por el triunfo del mejor de todos.
Cuando empecé a escribir mis primeras barrabasadas, mis narraciones sin valor, mi diario personal, mis poemas descartables, empecé a firmar "Gabriel Nonato". Cuando tuviera un hijo se llamaría Gabriel...
¿Es necesario que diga que la noche del 8 de diciembre de 1993, cuando mi primer hijo nació, supe que Gabriel había llegado?
Y tú, Tú, Reinaldo, querido poeta, sorprendente amigo, has tenido la dicha por la que sería capaz de matar....Envidia, purita envidia. Gracias amigo, gracias por haber compartido esa experiencia, desde ahora pensaré que esa tarde también estuve allí, y odio desde ya con todas mis fuerzas a aquel desdichado que osó empujarlo...
Me encanta lo que escribe el Gabo, y todo lo que se relacione con él, y de verdad siento muchísimo que se te fuera de entre las manos, si hubiera sido a mí, no sé qué me hubiese pasado... Pues odiemos todos a ese que lo secuestró.
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