“Era un Chimborazo… cubierto de nieve”… Imagen tan rotunda reservó la cubana Dulce María Loynaz (Premio Cervantes, 1992) a Gabriela Mistral cuando la poetisa chilena se alojó en su casa, en el mismo corazón de La Habana.
La Isla festejaba en 1953, el centenario del natalicio de José Martí y la autora de los versos ríspidos de Tala y Desolación, aceptó la invitación de la Loynaz para hospedarse en su mansión del Vedado.
“En ella vivió sus días de Cuba que no recuerdo cuántos fueron, pero sí que pasaron de una luna”, escribiría años después.
Aunque la fotografía de ambas junto a la fuente ha recorrido medio mundo, aquella relación, aquellos días no resultarían fáciles…
Al lado de la fuente
“Hablar de Gabriela Mistral es (…) una aventura (…) pues no es posible disponerse a hacerlo, sin correr los riesgos del que escala una montaña o se adentra en una selva virgen o intenta vadear el Amazonas”, escribió la Loynaz.
Lucila Godoy que había recompuesto su nombre por el de Gabriela, atravesaba ya el sexenio, era entonces la única Premio Nobel de América Latina (1945) –le sucederá su alumno, Pablo Neruda- y en consecuencia, una “tupida nube de admiradores” le seguía a todas partes.
Dulce María prefirió aguardar antes que fundirse a esa cohorte, que no era ninguna chiquilla, sino una dama con sus cincuenta años bien cumplidos.
No era ninguna desconocida en materia literaria, aunque entonces era España -y no Cuba- quien le había brindado la cobija editora. Había publicado Canto a la mujer estéril, Carta de Amor a Tuk-Ank-Amen, Poemas sin nombre y su novela lírica Jardín; si bien tardarían muchas décadas hasta la consagración definitiva del Premio Cervantes, 1992.
La visita pronto se convirtió en un mito. Y creció al morir Gabriela, el 1 de enero de 1957.
¿Quién mejor entonces para hacer el panegírico tras la muerte de la Mistral?
Las señoras del aristocrático Lyceum Law Tennis Club de La Habana, vencieron las dudas de Dulce María y fueron las primeras en escucharla:
“En casa Gabriela escogió pronto su rincón favorito. En el jardín junto a la fuente solía pasar largas horas, al menos todas las que dejaba libres el tumulto de sus admiradores.
“Allí sorbía lentamente taza de té tras taza de té, y en tal número que nunca me fue dado contarlas. Era lo único que probaba con gusto porque apenas probaba bocado y puedo decir que resultaba insensible para los platos más exquisitos que en vano le hacíamos preparar”.
“En mi jardín el hilo de agua de la fuente corre todavía, pero ya la voz de Gabriela se apagó para siempre”.
¿Había como una pudorosa discreción en aquella distancia entre casera e invitada; o, acaso esta sobrevolaba naturalmente como un reto, como un puente a vencer?
En todo caso, el sutil hilo de la poesía acabó uniéndolas, como hilo de agua:
“Aquel rincón junto a la fuente escogido entre todos, se lo respetaba siempre, y no iba a su encuentro, al menos que ella misma me llamase.
“Entonces nos sentábamos juntas y conversábamos o por mejor decir, conversaba ella, tomaba el hilo de la conversación que devenía pronto en monólogo, porque mi amiga era más conversadora que yo, y tenía también más cosas que decir”.
Y cuando la más joven, confesaba que el verso no descendía hasta ella con sus alas esquivas; la mayor tenía ya la respuesta:
“-Pues subir a buscarlo, mi chiquita…”
Recuérdese que estas palabras andan escritas en 1957.
El que ahora escribe, sólo llegó a la casona de 19 y E de La Habana muchos años después, en 1994, en medio de la ruina.
Y de aquella de Gabriela y de Dulce, sólo quedaba una fuente resquebrajada y seca. Sólo al buscar con el alma, con mucho esfuerzo, las pude imaginar.
Ahora, la casa vive la animación constante del Centro Cultural Dulce María Loynaz. Con la reparación salvadora y la pintura nueva, se ha detenido la destrucción, se han barrido las agujas de pino que antaño formaron una alfombra; pero paréceme que también se han ido los últimos fantasmas.
El salitre y la dama
Ya decía que la Loynaz albergó en su casa a la Premio Nobel. Verdad que otros famosos habían llegado antes (Lorca y Juan Ramón Jiménez, incluidos); pero la estancia de la Mistral fue un relámpago.
Tal vez, pocos sepan que el primer lugar de encuentro había ocurrido ya, en la geografía europea:
“ (…) hacía yo el viaje de Niza a Portofino sólo por el privilegio de estrechar su mano (…) Me la había imaginado morena, curtida por el viento de la cordillera y en fin medio india como ella se complacía en repetir, y estoy por decir que aquel colorido propio del pincel de Reynolds casi me decepcionó. (…)
“¡Qué hermosa fue la cena a la orilla del mar, en compañía de Gabriela niña, Gabriela humanizada, alborozada, dulcísima!”
Pero, esta que llegaba a La Habana acompañada de todos sus honores, era la Gabriela de siempre que “como todos los genios, tenía sus imperfecciones (…) impertinencias auténticas”.
¿Qué pruebas tenía Dulce para hablar así? ¿Cuándo hace semejante confesión?
Sólo pueden saberse hoy los detalles por la insistencia del periodista Aldo Martínez Malo, quien le arranca para la posteridad esa confesión, en una carta firmada por Dulce María el 1 de agosto de 1976. No era un escrito dedicado a la imprenta, sino la evocación íntima. Y uno se da cuenta de que las pruebas sobraban:
“(…) fuimos a la librería. Gabriela quería comprar libros, pero su joven secretaria (…) me advirtió que la Poetisa se negaba desde hacía muchos años a tocar dinero alguno.
“Era por tanto yo la que tendría que entenderme con los pagos y a ese efecto puso en mis manos un billete de cien pesos. Acepté pues mi papel de pagadora (…) Gabriela gastó aquello y mucho más, sin preguntar lo que gastaba (…)”.
Y otra:
“Recuerdo que Federico de Onís, hospedado en mi casa cuando la estábamos esperando, se echó a reír un día que le mostré la bella sobrecama de encaje legítimo, con que pensaba revestir la cama de la poetisa:
“Lo primero que hará al llegar será echarse sobre ella con los zapatos enfangados del viaje”.
“Yo me reí también pensando que el honor de hospedar a Gabriela Mistral, bien merecía el sacrificio de una y cuarenta sobrecamas”.
El Chimborazo no se sometía a disciplina alguna, y la dama habanera, en cambio, andaba atada a no sé cuantas convenciones “de las cuales no osaría jamás emanciparme”, confesaría.
Despedida y reencuentro
Gabriela correspondería a su granjeada fama.
Dulce era la anfitriona que le había propiciado un almuerzo de etiqueta con “prominentes personajes del cuerpo diplomático y de la intelectualidad cubana”. Y no sin gran temor, vio partir a su ilustre invitada justo ese día “con una gran necesidad de ver el mar”.
Vanos fueran los recados, vanos los llamados por teléfono, y sólo se apareció cuando todo anduvo despejado.
Puesto a prueba su orgullo, la cubana perdió los estribos ante la mismísima Nobel:
"Yo hubiera podido soportar muchas genialidades de este estilo, pero que nos pusiera en ridículo a mi marido y a mí, era algo ya que se pasaba de la raya.
“(…) cuando Gabriela llegó esa noche, halló una nota en su cuarto donde le decía que puesto que en mi casa no parecía sentirse a gusto (…) era preferible que yo sacrificase el mío de tenerla allí. Y al día siguiente, ella se trasladó a un hotel”.
Sin embargo, veintitrés años después, todo había sido sopesado:
“(…) he meditado mucho en su conducta y en la mía, sobre todo en la mía (…) Procedí, no lo niego en un momento de violencia, provocado por ella, pero violencia al fin, y en eso momentos no se suele ser justo”.
Compréndase al fin, cuanto embarazo tendría Dulce María al impartir la conferencia Lucila y Gabriela en el Lyceum; pero ello resultó a la postre, ajuste de cuentas a la memoria, un abrazo de amigas al lado de la fuente.
“Ahora Gabriela, aunque ya no estemos en el jardín de casa, necesito decirte algo: no creas que voy a referirme a nuestro último malentendido que me doliera tanto como a ti. Eso no cuenta ahora y además lo tengo olvidado, tú lo sabes.
“Lo que quiero decirte, amiga mía, es que hubo una cosa muy importante en la cual te equivocaste.
“Te equivocaste y acertó Lucila que no tenía tu sabiduría y solo era dulce y sencilla como la miel agreste.
“A reina pues, llegaste, como en los juegos de tu infancia: faisanes de oro y árboles de leche te contemplan ahora, alta más que las cien montañas de tu valle”.
Aquellas palabras de Dulce María se utilizaron además en el Prólogo a la Poesía Completa de Gabriela Mistral publicada en España dentro de la colección Premio Nobel.
El tiempo, había trocado en río, la nieve del Chimborazo.
FUENTES:
Dulce María Loynaz: Cartas que no se extraviaron, Fundación Jorge Guillén-Centro Hermanos Loynaz, Pinar del Río-Valladolid, 1997.
Dulce María Loynaz: Conferencia “Lucila y Gabriela” (1957) en Canto a La mujer, compilación de textos, Tomo II, Ediciones Hermanos Loynaz, 1993.
Entrevista del autor con Dulce María Loynaz, en 1994.
3 comentarios:
hola reinaldo!
gracias por tu comentario...
es bastante entretenido esto de hacerse blogs y poner cosas q a uno le interesen...
sabes, yo he ido a cuba 2 veces..
qué la raja (la raja en chile es: espléndido) es la gente y las plazas, las playas, todo por allá!
un abrazo!
QUÉ HERMOSURA DE TEXTO REINALDO. NOS MUESTRA A ESAS DOS GRANDES MAESTRAS EN SU MAS EXQUISITA HUMANIDAD.
FELICIDADES AMIGO.
BARBARA
Tuve la posibilidad de conocer a Luz -escribí un post sobre ese encuentro- en pocas palabras entre sus dones además de la palabra estaba el de la paciencia...saludos
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