martes, 8 de julio de 2008

UNA TARDE DE POESÍA EN EL FESTIVAL DEL CARIBE

(De izquierda a derecha: Yunier Riquenes, Carlos ESquivel, Antonio Desquirón y Reinaldo Cedeño)


Reinaldo Cedeño Pineda


Una de esas jornadas para agradecer, la de este lunes 7 de julio de 2008 en el 28. Festival del Caribe, en esta Fiesta dedicada al Caribe mexicano y que cada julio tiene lugar en mi Santiago de Cuba.

El Taller de Poesía El Caribe y el Mundo, bajo la dirección de Teresa Melo y la coordinación de mi tocayo Reynaldo García Blanco, tuvieron la deferencia de invitarme a leer algunos de mis poemas. Lugar: Librería Ateneo "Amado Ramón Sánchez", en la popular calle Enramadas, cantada y transitada por lugareños y visitantes.

Y este periodista, este bloguero... que de vez en cuando hace poesía, sacó unas hojas de su libro en preparación “Poemas del lente”, y leyó unos cuatro o cinco poemas. Dos de ellos han sido publicados recientemente en el tabloide cultural “El Caimán Barbudo”.

El premio mayor fue al lado de quien estuve: de los consagrados Carlos Esquivel y Antonio Desquirón, y del joven ya laureado y amigo, Yunier Riquenes. Cada uno, con sus matices propios, hizo de estos minutos algo diferente, reflexivo, de disfrute de las imágenes desde la letra y la imaginación. Y también de un público de amigos y poetas.

Reynaldo García bromeó. Todos somos de poblados, de las afueras, de la periferia de la ciudad: Yunier de El Caney, Desquirón de la Carretera de Cuabitas (lugar al que ha cantado( y este servidor, Reinaldo Cedeño, de un poco más allá: Boniato... en las afueras de Santiago de Cuba. Y , por si fuera poco, Esquivel es de la provincia de Las Tunas.

Fue una tarde de poemas sobre el arte y el mito, sobre la ciudad y la filosofía, el cine; poemas sobre el amor múltiple y diverso, sobre la ciudad; poemas desde la instrospección, poemas como pinceladas. Poemas profundos..

Gracias por ese premio. Y para guardarme ese instante, aquí les dejo el poema IXTEL; fruto de las lecturas el México precolombino, de mi autoría y uno delicioso de Antonio Desquirón: INUNDACIÓN DEL RÍO PURGATORIO.

En exclusiva:

IXTEL

Reinaldo Cedeño Pineda

Ixtel era un retoño del cielo de Texcoco
nació para guerrero
corría por los caminos
mientras las cañas azotaban su rostro
Tenochtitlán se muere de sequía
allí donde el águila devoró una serpiente sobre un nopal
los lagos son desiertos
el maíz anda pariendo granos de ceniza
los sacerdotes observan la mancha de los astros
se mesan el cabello
arde el copal en grandes cuencos
Huitzilopochtli necesita las lágrimas de un niño
para que Tlaloc el señor de la lluvia
y Quetzalcoatl dueño del viento
atiendan sus ruegos
para que el Quinto Sol no muera
Ixtel escucha los tambores
cuando parte con los enviados de altas plumas
imagina su lanza de obsidiana
como la de Huitzilopochtli dios de la guerra
pero Tenochtitlán es gris
por más que cuelguen en su cuello flores de Xochimilco
plumas de pelícano
y la miel rebose en su copa de madera
Tenochtitlán es gris
como ave moribunda
Ixtel sube la escalinata del Templo Mayor
con las sandalias más hermosas que ha calzado un mexica
cuenta cada piedra
un olor a pulque y a pimienta traspasa las oquedades
danzan los sacerdotes con pieles de jaguar
danzan las flautas de cáñamo
Huitzilopochtli aparece al borde del abismo
el hijo de la diosa con falda de serpientes
con su armadura azul la pierna de colibríes
el rostro negro

Los sacerdotes alzan el pedernal
Ixtel mira como se apagan de repente las nieves perpetuas del Popocatépelt
y siente frío.


INUNDACIÓN DEL RÍO PURGATORIO

Antonio Desquirón

1
Vuelve otra vez.
Repite lo que ya sabemos:
regresa.
Si desaparecen todos los rastros del camino,
si se derrumban todos los techados de teja
o de hormigón.
Incluso si nada más quedan los árboles
y el Purgatorio arrasa con su puente.
Vuelve.
El campo de forraje ya no sirve,
el platanal se acostó contra la arcilla,
se deslavó el barro,
el asfalto se fue.
Vuelve. Una vez nada más.
¿Bastaría un solo beso? ¿Otro?
¿Bastaría una vez?
2
Marina salió al portal
a buscar fresco:
la miraba el lagarto,
el clarín color carne,
la piedra percudida.
No había quietud.
El frente de la casa hedía a cilantro,
que es como decir a sopa.
Huyeron la sombra en la ventana,


el canto del negrito de ojo’asule
(que rimaba con hule):
el agua sacó la mayor parte.
¿No hay que ser héroe?
¿ Se puede esperar la inundación?

3
Juraba que nunca lo había visto,
le quemaban el costado y las uñas
y seguía jurando.
Yo sí lo vi.
Mientras los vecinos salían con sus esposas
o abrazaban a las chicas detrás de las matas de guayaba,
yo hice lo necesario.
Juraba que ese viejo pagaría,
que todo era un truco para estar bien cerca.
Y pagó.
Mientras los vecinos reparaban sus cacharros
y traían agua desde la cisterna,
mientras el cielo se agitaba
y ya no se podía seguir
jugando dominó.

4
Recuerdo bien, y fue sólo unos minutos después del medio día.
Comenzaron a flotar palitos y hojas.
Cómo pensar que basta con regresar una vez.
Era un clérigo
y vivía justo
frente al camino real, y a su derecha le pasaba ese río:


no era que se conformase con los dos esclavos que tenía,
es que de dónde iba a sacar para más.
Invadir, rajar, torcer.
¡Dios, se están yendo los atajos y las vigas!
¡Se están yendo mi lengua y mi deseo
—aplastar todo
un arroyo así sin importancia—
en una inundación del Purgatorio!

5
Al fin has visto.
Lo que pensabas era cierto: cambiaste aquel dolor
por éste,
que se soporta muchísimo mejor.
El cigarrillo y el tazón de café.
Las luces verdes a través
de las rejas,
los faros y el aire de la cuesta
como si ya fuese a amanecer.
Es otra vez la inundación
del Purgatorio.

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