jueves, 18 de septiembre de 2014
A solas con el libro que marcó mi vida: JESÚS ANDRÉS ROJAS ZALDÍVAR / Mención del III Concurso Caridad Pineda In Memoriam
Jesús Andrés Rojas Zaldivar
Octubre. 1993. En la fábrica de fundición de
acero el brazo hidráulico de una máquina de moldeo casi tritura mi mano zurda.
Mi muñeca pendía, literalmente, de un hilo. Ya me imaginaba la burla. En lo
adelante los socios más jodedores del taller me llamarían “El mocho”. Por
suerte los ortopédicos en el hospital se las ingeniaron. Recompusieron mis
articulaciones. Estuve enyesado todo ese mes…
–¡Buenos días malchi, y el dedo qué! -Preguntó
Olia Cruschenko, una ucraniana, de ojos picantes y labios encarnados, vecina
mía e ingeniera del mismo taller, quien volvía de un fastidioso turno de
madrugada.
–Mejorando, gracias -respondí mordiscando un
plátano burro que simulaba un buen desayuno…
Un apagón sobrevino temprano. El único
entretenimiento era romperme la cabeza en descifrar un final de alfil y
caballo, inédito en un Sputnik que a ojos vista yacía abierto en el portal.
–¿Te gusta la literatura soviética? -Inquirió
Olia con cierto ademán curioso…
–Sí, por supuesto, me encanta -dije para no
causar desagrado, en realidad no me gustaban los libros, y menos la lectura…
–Espera un momento…, ten -exclamó ella…
Sacó de su cartera un libro grueso de carátula
roja y hojas amarillentas que parecían detenidas en una antigua estación de
trenes.
–Sí, prometo leerlo –expresé, me miró
complacida y se marchó…
Tiré el libraco a un lado, eché un vistazo al
pomposo trasero de la extranjera que ya se alejaba, y moví el alfil.
Horas más tarde se hacía la luz. Encendí el
televisor. “Palmas y Cañas” por el seis. Cambié de canal. Documental por el
dos. Lo apagué. Tenía hambre. La harina de la cena voló como un ave migratoria
de mí estomago. Fui al viandero por otro plátano. De regreso recordé a Olia y
su mamotreto color púrpura. Tomé el vademécum solo para romper el automatismo
de la tarde. Leer tampoco me satisfacía pero la programación estaba del carajo.
La noche me sorprendió con las manos en la masa, digo, en el libro. No tenía
una pizca de sueño.
Di una ojeada a la sinopsis:
“Yury Dold-Mijáilik (1903-1966) es un célebre
escritor ucraniano soviético. Adquirió gran popularidad y prestigio con su
novela A solas con el enemigo (1956). La novela ha sido editada varias veces en
ucraniano y ruso, constituyendo su tirada casi dos millones de ejemplares.
También se publicó en polaco, checo, eslovaco, rumano, húngaro, alemán y otros
idiomas.
A solas con el enemigo abarca un periodo de
casi tres años de la Gran
Guerra Patria. Los acontecimientos se desarrollan tanto en el
frente, como en la retaguardia enemiga –en Alemania, Francia e Italia.
… En uno de los sectores del Frente Bielorruso
se fuga al bando alemán un joven teniente soviético. Ninguno de los fascistas,
incluso el mismo coronel Berthold, oficial del Estado Mayor e intimo amigo de
Himmler, pudieron suponer que el enmascarado desertor Barón Von Goldring, hijo
del viejo amigo de Berthold, era el agente soviético Gregory Goncharenko.”
A mi mente llegaban una tras otra las
secuencias de tantas aburridas películas rusas, siempre en blanco y negro, con
sus pocos más o menos imperceptibles caracteres, traduciendo su tedioso idioma
ruso. Nunca olvidaré aquella en la que después de un bombardeo una mujer sale a
buscar a su hijo y únicamente encuentra a su paso cadáveres sobre la nieve. Pensé
desechar la idea de leer. La lectura no fue en modo alguno mi fuerte sino más
bien algo así como mi enemiga. El plátano creó un efecto bumerang. Me arreció
el hambre. Para colmo afloró un enigmático hormigueo dentro del yeso. Ocurría
en horario nocturno. Estaba solo, aburrido, desvelado…
Permanecí meditabundo unos minutos: ¡Qué diría
a la bella de Olia sobre el culebrón ucraniano! No quedó más remedio. Me
disparé la primera página, el primer capitulo, y la primera parte. Así de
sencillo. Sí. Así de sencillo caí en las redes de la novela de Mijáilik. La
historia, fascinante, te atrapa y no logras zafarte jamás. La leyenda del
desertor Komarov haciéndose pasar por Heinrich Von Goldring, hijo del Barón
Siegfried Von Golgring, refrenda la preparación de los agentes soviéticos. El
autor otorga innegables dotes histriónicas al personaje principal Gregory
Goncharenko, quien asume el papel de un enemigo. Debe convencer a los alemanes,
en especial al jefe de la
Gestapo , del mismo, y lo logra. Tiene una memoria
fotostática, es juicioso al aplicar cada método del trabajo de inteligencia, y
usa como arma la psicología.
A lo largo de la obra, Mijáilik, denuncia los
abusos y crímenes cometidos por el régimen fascista. Nos los revela en varios
pasajes. Cuando el comandante Schulz se mofa de unas fotografías en su
juventud, donde aplasta, con sus botas bien lustradas, la cabeza de un judío. O
los comentarios de Bertina, prima de la hija de Berthold, acerca de sus hazañas
como jefa de un campo de concentración para mujeres, contando las atrocidades y
sufrimientos que ella misma provocaba a las prisioneras. Lógico, nos muestra
mediante algunos personajes de reparto, digamos el ordenanza Kurt o el Hauptman
Lutz la otra cara de esa Alemania, gente que, incluso dentro del ejército nazi,
no daban crédito a la victoria o no aceptaban la violencia contra civiles
indefensos.
El escritor tiene la sensatez de llamar al
protagonista Heinrich y no Von Goldring, evitando nombrar al agente,
diferenciándolo un tanto del verdadero Heinrich Von Goldring. A Heinrich o
Goncharenko, llamémosle Heinrich, nos lo define no como un héroe perfecto sino
como un humano más, quien tiene sobre sus hombros el peso de una tarea
determinada pero no está exento de errores. Él comete indiscreciones que ponen
en riesgo su vida y el éxito de la misión. Se enamora. ¡Ah! ¡El amor, siempre
el amor! Ese sentimiento surge en cualquier parte y a cualquier hora,
incontrolable hasta para el más circunspecto de los agentes, quien en tan
difíciles circunstancias es, por qué no, capaz de enamorarse. En su caso un
amor trágico porque la francesa novia de Heinrich, Mademoiselle Mónica, es
asesinada por el jefe del SD de Saint-Remis.
Otro aspecto interesante en la narrativa de
Yuri Dold-Mijáilik es la descripción de los lugares donde se desarrollan los
acontecimientos. Ilustra con sapiencia cada paisaje. Pone a viajar la
imaginación del leyente por diferentes territorios. Desde un puesto de mando en
el Frente Bielorruso hasta un castillo medieval de Castel la Fonte en Italia, una
quebrada de escasa vegetación, un pantano, un extenso valle atravesado por
túneles, una fábrica oculta o un simple restaurante. Los viajes, sean por
carretera en el “Oppel Capitán” de Heinrich o en el tren militar, dan además
una sensación increíble de movimiento.
La tensión es otra singularidad del texto.
Heinrich debe desenvolverse en un círculo espinoso, entre espías enemigos;
oficiales de las SS y traidores de los grupos guerrilleros. Los gestapistas
Kubis, Miller y Lemke sospechan del hijo adoptivo y futuro yerno de Berthold,
pero la codicia y el temor a equivocarse con alguien de tal rango propician un
ambiente favorable al agente. Las misiones están planteadas de ante mano. No
ser descubierto es la primera y más compleja de ellas, y ese, quizás sea el
punto que mantiene en vilo al lector…
Pasé la madrugada entera leyendo. No hubo más
apagón. Olvidé la partida del Sputnik y hasta la comezón dentro del yeso. Tenía
unas ojeras ASÍ. Quería seguir leyendo pero el sueño me venció. Esa mañana Olia
Cruschenko regresó a Donetsk. Me dejó el libro y un beso con crayón rojo al
dorso de la portada. La lectura se convirtió en mi camarada inseparable.
También abandoné la fábrica.
…Junio. 2014. Esta tarde me condecoraron.
Recibí una medalla por mis veinte años de servicio en la policía secreta. Antes
gané un importante premio en el Taller Literario. “A solas con el enemigo”
marcó mi vida para siempre.
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