La primera vez que la vi ella atravesó el patio de la escuela para llegar a
viernes, 12 de septiembre de 2014
NERUDA o el porqué de una acción desesperada: Rodolfo Tamayo Castellanos / GRAN PREMIO del III Concurso Caridad Pineda In Memoriam (2014)
Rodolfo Tamayo Castellanos
La primera vez que la vi ella atravesó el patio de la escuela para llegar a
Me entretuve de ese modo hasta que conocí la
obra de Pablo Neruda; supe que había otra expresión, sus palabras eran más
cercanas. En la biblioteca pedí prestado el libro En el
corazón de un poeta, el cual fue la ruta a seguir. No sé ni
cuantas veces estuve a punto de robármelo, pero me daba pena que me
sorprendieran, así que opté por copiarlo en una libreta. No sólo lo tomé como Sagrada Biblia, sino que lo estudié lo
más a fondo que pude. De ese libro capté ciertos trucos, el aliento, las
imágenes, la construcción del poema, y la idea de lo que debía ser la Poesía : Como larva o
tinieblas, como / temblor bestial, como campanada sin rumbo, / la poesía mete
las manos en el miedo, / en las angustias, en las enfermedades / del corazón. Con Neruda
comprendí que había un compromiso mayor que el de juntar palabras, el poeta debía tocar temas humanos con
sinceridad y belleza, pero a la vez sería una labor de sentarse y reescribir.
De cierta manera es lo que he intentado hacer: meter las manos en lo que
alumbra y oprime al corazón. Quería esa sensación en quienes me leyeran. Fue
entonces que comenzó la verdadera compulsión por la escritura. El ritmo de sus
poemas se impregnó en mí de tal modo que aún no he podido desprenderme de él, a
pesar de grandes esfuerzos. Estaba fuera de control, buscaba imágenes
inverosímiles, raras, parecía que una voz me susurraba al oído; ni yo mismo sabía lo que escribía, pero
sonaba con música; incluso me convertí en escritor por encargo. Varios de mis
amigos me pedían que les escribiera cartas y poemas para tal o más cual
muchacha. Pedía algunos rasgos en los que basarme y me lanzaba –sin frenos–
cada clase de discursos de espanto, en ese entonces era el top de mi fama literaria o eso creía. Hubo quien se ofreció a
ayudarme en lo que quisiera. Únicamente le tomé la palabra a un amigo. Me daba
vergüenza que los demás supieran que no sabía montar bicicleta, así que le pedí
que me enseñara a escondidas, bajo amenaza de suspenderle los poemas. No sirvió
de nada mi adiestramiento. Más fácil lo hacía a él poeta que yo aprendiera a
montar aquello. Pero el pobre siguió con tal de que le escribiera sus cartas,
lo cual me llevó a comprender el poder que tenían las palabras. Si había
conseguido que otros se enamoraran a través de mis cartas por qué no hacer lo
mismo para mí, al parecer la poesía servía para algo. Me dispuse a usar ese
poder.
Fue por aquellos días de mi fracaso como
ciclista que la vi atravesar el patio de la escuela. A partir de ese momento no
pude pensar con claridad. Entre Neruda y ella me volvieron loco. Pasaba cada
segundo intentando escribirle algo que estuviera a su altura y a la del poeta
chileno. Llegué a imaginar que de tener una máquina del tiempo viajaría al
momento antes en que Neruda escribiera el Poema 15, y así lo hubiera podido registrar de mi autoría y
dedicárselo ¿A qué mujer no le fascinaría? Pero nada, jamás pude escribir algo
con un tercio de la fuerza de: Empujado por los designios de la tierra / como una ola en
el mar hacia ti va mi cuerpo. / Y tú, en tu carne, encierras / las pupilas
sedientas con que miraré cuando / estos ojos que tengo se me llenen de tierra.
El amor acabó de ponerme turulato. Si en
casa creían que me había vuelto loco con lo de la poesía, esta vez me diagnosticaron
de ingreso al escucharme repetir como un disco rayado los poemas 20 y 15, la Canción de los amantes muertos y otros versos por el estilo. Comenzaron a darme
toneladas de té, de esos que sirven para los nervios luego de verme encaramado
en el techo moviendo los brazos en círculos. Hasta ahí les pareció que hacía
calentamientos, lo preocupante fue cuando me escucharon recitar: (…) Pero quiero
pisar más allá de esa huella / pero quiero voltear esos astros de fuego / (…)
Deseo, sufro, caigo. El viento inmenso azota / ¡Ah, mi dolor, amigos, ya no es
dolor de humano! / ¡Ah, mi dolor, amigos, ya no cabe en la sombra! / En la
noche toda ella de astros fríos y errantes / hago girar mis brazos como dos
aspas locas. No entendieron que trataba de recrear el estado de ánimo
del poema para escribir. Dijeron que era de escritores tomar café, pero el té
era más saludable, de esa manera me zumbaron cantidades industriales. Nunca he
sido gran entusiasta del café así que medio igual. Mucho tiempo después
comprendí que intentaban calmarme los nervios.
Sin
embargo no avanzaba: escribe y escribe y no le decía ni una palabra. Tracé un
plan para hacerle saber que había alguien interesado, sin darme a conocer; en
caso de ser positiva la respuesta revelaría mi identidad. Tomé unos ahorros,
los poemas de Neruda y me dispuse a la acción. Fui a la calle Aguilera con
vendedores de flores; cada semana le enviaría un ramo (pequeño) diferente.
Comenzaría con Rosas, luego Gladiolos y así hasta llegar a las Margaritas. No
sé por qué, pero me gustaron esas para el último envío, en el que revelaría mi
identidad. Los ramos irían acompañados de poemas de Neruda adaptados a mis
necesidades. Inicialmente pensé pagarle a alguien para la entrega pero no había
presupuesto; entonces decidí hacerlo yo mismo. Pasé la noche dando vueltas por
su casa a la espera de una oportunidad. Siempre había gente en la sala, me
podían descubrir; por otra parte tuve miedo de dejarlo en la puerta y que
alguien se lo llevara o pensaran que era una brujería, pues había hecho un
bulto bastante sospechoso para que en mi casa no se dieran cuenta al salir.
Opté por regresar, ponerlas en agua y volver al día siguiente, a las 12:00 m, a
esa hora casi nunca había un alma en la. Al otro día me aparecí a la hora
planeada. En la esquina una señora vendía caramelos, pero eso no me iba a
frenar, estaba decidido y las flores corrían el riesgo de volverse mustias.
Aceleré el paso y las lancé por una ventana semiabierta. No sé dónde cayó el
ramo, lo que si sé es que se armó tal estruendo, como si tumbaran varios
calderos, parece que chocó contra algo y se produjo una reacción en cadena. La
señora de los caramelos me miró espantada, con la pinta que tenía aquel bulto
lo más probable es que pensara que era una brujería; puse velocidad máxima y
doblé la esquina como si me siguiera el diablo.
La
escena no se podía repetir, de modo que comencé a cobrar los favores de las
cartas y poemas. Seleccioné a algunos como mensajeros, no sin antes jurar que
no debían revelar mi nombre. Ahora sí las cosas debían marchar bien. Copié
poemas de gran efecto: El sitio del corazón nos pertenece / sólo desde allí, con
/ auxilio de la negra noche (…) / salen al golpe de la / mano, los cantos del
corazón. También
utilicé los versos: (…) que sin tus ojos yo no podía vivir, / que sin tu cuerpo entraba en la agonía / y sin tu ser me
sentía perdido. Y textos como este otro: El corazón de los poetas es, como / todos los corazones, una /
interminable alcachofa, pero en él / no hay solamente hojas para / mujeres de
carne y hueso, para / amores verdaderos o sueños / persistentes (…).
Acompañé cada envío, esperé el regreso de
mis compañeros oculto en la esquina para interrogarlos sobre la cara que había
puesto, si había abierto la puerta ella o alguien más de la familia y sobre
todo si me habían delatado o no. El efecto parecía ser el indicado, logré crear
un ambiente de expectación y curiosidad. A veces me decían mis amigos: ¡Vaya,
te ganaste a la gente. Dicen que ya nadie enamora así! En ocasiones declaraban
que la muchacha parecía esperar con ansiedad a que sonara el timbre para
recoger el ramo y leer el poema. El asunto iba bien hasta que uno de ellos me
dijo: Apúrate, ella piensa que quien manda las flores es otro, y me dijo un
nombre. No podía dejar que alguien me tomara la delantera o se llevara los
beneficios de mi trabajo, así que adelanté el
último envío. No había Margaritas, me contenté con Azucenas. Fui
personalmente. Por supuesto, ella me confundió con otro mensajero. Iba a
explicarle que quien enviaba las flores y los poemas era yo y de paso exponerle
mis sentimientos, pero me interrumpió preguntándome –con brillo en los ojos- si
era el otro muchacho quien mandaba todas las semanas las flores. Le dije un
“No” rotundo, puso tal cara que comprendí que había perdido la pelea antes de
iniciarla, de nada serviría hacer algo, pues jamás entraría en su panorama.
No supe en aquel momento si fue correcto o
no lo que hice. Lo cierto es que no la vi más, pero la vida me dio otra
oportunidad la tarde que la hallé a la espera de alguien o del inicio de un
concierto. Pensé: Es una señal, me acercaré para decirle: Margaritas…La última
vez te iba a regalar Margaritas. Luego le contaría los pormenores de mi plan y
quizá con un poco de suerte y mucho carisma de mi parte la conversación fluiría
hacia un punto favorable a mis deseos. Pero los planes perfectos sólo ocurren
en la mente; le hice una pregunta común y desastrosa (que no les voy a contar).
No obstante me sirvió para comprender que cualquier cosa que dijera iba a causar
el mismo efecto de un tiempo atrás, o sea: NADA. Terminé por comentarle que me
había vuelto escritor, le pareció bien y nada más. Me despedí y seguí mi
camino.
Una vez me dijeron: Las cosas no suceden por
gusto. A partir de mi despliegue poético unas compañeras de aula me sugirieron
que llevara los poemas a un Taller Literario, dicho sitio contribuyó a que
tomara la Literatura
en serio. No pienso que me hizo escritor, lo iba a ser de todos modos, pero si
influyó en el rumbo que tomaría mi vida, pues la Literatura era un hobby
para mí, y luego de las lecturas realizadas en el Taller Literario de la
librería Amado Ramón vino, poco a poco, la conciencia de que escribir era lo
que deseaba hacer.
De todas formas Neruda, Bécquer y Juana
Borrero quedarían como bases, durante un buen tiempo, de mi discurso poético.
Pero lo más importante es que la poesía (y la Literatura en general)
me ayudó a comprender mejor el mundo y a las personas. Aquel día, cuando me
reencontré con la muchacha, comprendí
cuánto habíamos cambiado, no teníamos que ver con los recuerdos del modo
en que éramos años atrás. Al despedirme de ella recordé las palabras del poeta: Nosotros, ya no
somos los de entonces (…) aquel y aquella, si ya no son, dónde se fueron. A la muchacha que fue aún le debo unas Margaritas y el
poema número 15 de Pablo Neruda.
Rodolfo Tamayo
Castellanos
Licenciado en Letras. Profesor de la Universidad de Oriente. Obtuvo Segundo Premio en el Luisa Pérez de Zambrana (2003 y
2004). Premio en el Pro-Verso (2004). Mención en el Encuentro Debate Nacional
de Talleres Literarios (2004). Premio
Libertad de Arriba y Premio en los Juegos Florales del 2005. Premio en el
Encuentro Nacional de Escritores Universitarios
2006. Premio de la
Ciudad 2006. Premio Mangle Rojo 2007 y 2008. Aparece publicado en las antologías Cuatro rostros de la palabra, Para Cantarle
a una Ciudad: Santiago de Cuba y Poesía Santiaguera Contemporánea.
Tiene publicado el libro: Bajo Asedio por Ediciones
Santiago (2006). Poemas suyos aparecen en las Revistas Sic, Caserón y Del Caribe.
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