sábado, 30 de noviembre de 2013

BORDANDO EN HILO SUTIL...


 


Reinaldo Cedeño Pineda

A propósito de un libro singular: Santiago de Cuba, ciudad cantada de José Orpí (en la imagen)

El pie forzado es la historia. El objetivo: historiar la Ciudad Héroe. La petición llega de la Doctora Olga Zarina Portuondo Zúñiga, historiadora de la ciudad. Los destinatarios son niños.

  Vaya empresa, la de cantar a una ciudad cantada tantas veces; la de atrapar cinco siglos en las ramas de la poesía; la de versificar quinientos años para el público más sincero, sin permitirse ficciones que falseen la memoria ni menoscabo para la lírica. Se trataba de unir en un haz el pasado para devolverlo al futuro, y seguramente del reto más enconado: hallar el tono, el color, el hilo para bordarlo todo.

   Por eso comprendo a su autor, José Orpí Galí, que aunque poeta de larga data, confiesa que quedó aterrorizado ante la petición. Algunos podrán pensar que exagera, que le gustó la eufonía del vocablo; pero tal vez no cabría otra palabra.

   Cierto es que en semejante encomienda contó con una doble mirada, la de Teresa Melo desde la edición y la de la propia Olga desde la asesoría histórica. Ese apoyo, lejos de quitar lustre al poeta ni escamotear méritos a la obra, no hace más que ratificar la exigencia de la tarea.

   La idea era noble; el terreno fértil y así la semilla lanzada echó buenas  raíces. Aquí tenéis los frutos de la cosecha: las sesenta y una páginas de Santiago de Cuba, ciudad cantada de la Editorial Oriente, 2013. O como lo escribiría Dulce María Loynaz, mi musa preferida: “Poesía y Ciencia tienen que aliarse para acudir la una cuando la otra necesite auxilio. De modo que si la Ciencia se fatiga, le prenda la poesía sus alas invisibles; y si a la Poesía se le derriten las alas, sea la Ciencia quien se la eche al hombro y sigan andando”.(1)

   Así se hizo este libro.

   En  Santiago de Cuba, ciudad cantada, el autor se decantó por el romance, forma estrófica de la tradición hispánica, en tiempos en que algunos dicen huir de la rima, o no se atreven a rimar. De esa manera, en un alarde de síntesis, su palabra sobrevuela tres siglos “cuasi vacíos” en la historiografía santiaguera y nacional
—más allá de algunos hechos puntuales—, los siglos XVI, XVII y buena parte del XVIII, correspondientes al descubrimiento, la conquista y el proceso de colonización: los aborígenes, los corsarios y piratas, el Morro o la Catedral, tantas veces compuesta y recompuesta.

  Como es de suponer, las centurias del diecinueve y el veinte ocupan la mayor parte del libro. El proceso de emancipación, de los Maceo y Guillermón a la caída de Martí, de la intervención del Norte a la República, de las calles clandestinas y el 26 de Julio a la entrada del Ejército Rebelde y la Revolución.

    Como la historia no es la sumatoria de los hechos políticos, sino un cosmos cultural y social, toca al autor detenerse en la Columna de los Veteranos —enhiesta cual símbolo fálico en Plaza de Marte, en el corazón mismo de la ciudad—, en los tranvías y la pelea de gallos, en la Sociedad Bethoveen y en las Crónicas de Bacardí, en la devoción a la Virgen de la Caridad, en la arquitectura de Segrera  y en la trova bohemia, en la Universidad de Oriente y los carnavales.

   Todo eso y más, labrado verso a verso, desgranado, dado como al paso.

    Por si fuera poco, el libro se empeñó en seguir creciendo y convirtió en protagonistas a los niños desde el principio. La Fundación Caguayo —mediado el impulso de Alberto Lescay y Saily Rivas, siempre generosos—, depositó su confianza en Vivian Lozano cuya estirpe de creadora fue una flama. Cada uno de los pequeños que dejó su color y su trazo en estas páginas lleva su marca. No diré que es este un valor agregado a la aventura literaria, sino que contribuye a redondearlo, que le otorga una distinción especial, un guiño cómplice, un toque de ternura.
  
  Este es un libro singular, un libro colectivo, un libro útil, un libro hermoso. Un libro hecho como estampó su autor “bordando en hilo sutil / el tiempo de la memoria”.

NOTA:

(1) Dulce María Loynaz: Un verano en Tenerife, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1994, p. 23.


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