martes, 4 de septiembre de 2012
Chepín: La música de una ciudad / UNA AMOROSA RESTITUCIÓN
♣ El volumen del
investigador y narrador oral, Lorenzo Jardines Pérez se presentará este miércoles 5 de
septiembre en la Casa
del Caribe de Santiago de Cuba, en el marco del Festival MatamoroSon 2012.
REINALDO CEDEÑO PINEDA
Todas las imágenes: Cortesía de Lorenzo Jardines
Afirmar que un artista encarna el espíritu de una ciudad,
resulta una aseveración arriesgada. Alcanzar esa estatura de excepción, no
depende del virtuosismo técnico o estético, ya de por sí difícil; es
imprescindible haber sido tocado por esa materia inatrapable ─llámesele duende, gracia, ángel─ que lleva en sí
de manera natural, la herencia, los modos y la estirpe de su gente. Si se habla
de un músico, en tierra feraz de compositores e intérpretes, se vuelve un reto
nada despreciable…
El escritor de este
libro, insiste en que es posible, si se sabe mirar.
A Lorenzo Jardines
lo recuerdo en la Casa
de las Tradiciones, en pleno corazón del Tivolí, abriendo puertas lo mismo al
personaje de barrio que al sortilegio de la narración oral, la hoja de tabaco,
la descarga musical. Él es de los que sabe aquilatar el legado de la creación
popular, lo defiende con pasión, lo vive. Así está escrito el libro.
En consecuencia, no
nos enfrentamos a la mera reseña de una vida dedicada al pentagrama ni a un
ejercicio literario: se trata de la exploración de una personalidad como la de
Electo Rosell Horrutinier, Chepín, profundamente
arraigada a su tierra y a su tiempo; de una tenaz labor contra la dispersión y,
sobre todo, de una amorosa restitución de su trascendencia.
Chepín, la música de una ciudad, presenta a un talento en ciernes
que se inicia bajo las enseñanzas de su padre y del patriota Ramón Figueroa, al
violinista que acompaña las proyecciones silentes y a un joven con sed de
independencia en gira por el Caribe con
la compañía de un visionario del espectáculo teatral, Arquímides Pous.
(La antológica relación musical de Electo Rosell, Chepín y Bernardo Chauvin, Chovén)
El volumen nos permite asistir a una relación capital en la música
cubana, la de Bernardo Chauvín (Chovén)
y Chepín, “unidos por patios, buenas costumbres y pentagramas”; a una época de
confluencias entre la música norteamericana y la afrocubana (en la cual surgen
las orquestas jazz band como la propia Chepín-Chovén), así como a las glorias y
desencuentros de la agrupación.
Somos testigos de la refundación memorable de la orquesta en la gala
del Festival del Disco de las Provincias
Orientales, a fines de 1972, mediada la
iniciativa del Comandante Juan Almeida Bosque. Frente al atrio de la Catedral, el parque a
oscuras, se ilumina con el acontecimiento.
Lorenzo Jardines, investigador de la Casa del Caribe, no se conforma con lo ya dicho y
argumenta que la primera grabación de la mítica pieza El Platanal de Bartolo corresponde a Isidro Correa y Roberto
Nápoles, antes que a Ibrahím Ferrer, en la propia Santiago de Cuba y en 1956.
Asimismo, se arriesga a tocar la polémica en sus consideraciones sobre el ritmo
pilón y la figura de Esmérido Ferrera, Lolo.
El protagonismo de la radio se revela en las frases de Matías Vega y
Guillermo Pérez ─locutores que bautizan a la orquesta y al peculiar ritmo a lo
Chepín─, el estreno de sus números musicales y el tránsito por diversas épocas.
El libro no se detiene en memorias pasadas. En su empeño de actualización,
referencia las acciones del Círculo de Danzón ─bajo la dirección del
infatigable Ageo Martínez─ y los resultados del joven Concurso de Música
Popular que auspicia la UNEAC
santiaguera, ambos con el nombre de Electo Rosell.
(Chepín y su esposa)
En su debut editorial, el autor construye, un corpus biográfico desde
todas las fuentes a su alcance. Asoman
las sociedades y casinos del Santiago republicano, tanto como la casa de
Agustina Atié (Chacahatié), un
verdadero centro de arte. No escatima
aproximarnos al entorno sentimental del personaje, los homenajes o la
multitudinaria despedida. Su filosofía creativa incorpora la valía de cada
momento, bien la anécdota chispeante con un desconocido, bien el encuentro con los famosos: Félix B.
Caignet, Benny Moré, Pacho Alonso, Eusebia Cosme, Rolando González y Emilio
Benavides (El diablo rojo), entre
otros.
“A Chepín no le interesaban las razas, el linaje ni las castas, para él
las personas sólo debían tener una pertenencia: al pueblo”, escribe el autor.
Ese entrever al artista sin escindir su humanidad, constituye la tesis del
libro.
El texto permite sistematizar los
formatos musicales en los que participó Electo Rosell. La búsqueda en fuentes
documentales pone al alcance del lector ─especializado o simplemente curioso─,
las historias de sus piezas emblemáticas y un catálogo ordenado del grueso de
sus obras. De igual forma, ven la luz imágenes de alto valor testimonial; el
juicio de personalidades que conocieron o admiraron al compositor y fragmentos
de cartas capaces de plasmar una época. Quizás la relación epistolar sostenida con el también destacado músico,
Rafael Inciarte, sea incentivo de una indagación posterior.
Una pregunta vale todo el libro: ¿Chepín, cómo compones… te apoyas en
los instrumentos musicales? La respuesta es inusitada, auténtica: “Nada de eso…
los tengo en mi mente y entonces de ahí voy sacando los sonidos que pertenecen
a cada melodía”.
No hay que olvidarlo, se trata de un grande; del compositor de piezas universales como Murmullo o Bodas de Oro,
del virtuoso capaz de alternar el violín de la Orquesta Sinfónica
con la participación en una agrupación bailable, del líder de una orquesta
legendaria, del innovador que enriqueció dos géneros cubanísimos: el son y el
danzón. Se trata de una personalidad inolvidable.
Este es un libro que salda una larga deuda, un libro que nos faltaba.
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