miércoles, 26 de junio de 2013

EL VOLEIBOL CUBANO en la PICOTA



 

Reinaldo Cedeño Pineda

¨Hay que atender mejor a los voleibolistas. Cuando uno se siente olvidado se decepciona. No es posible que entrenes, compitas, obtengas resultados y no te reconozcan como corresponde. Por eso la gente se va. Ganamos el bronce en la pasada Liga y no volvimos a jugar hasta ahora. Por ese camino no nos recuperaremos¨.

Lea de nuevo.

Así se expresó Rolando Cepeda, uno de los pocos, poquísimos que queda de aquel equipo subcampeón del mundo en 2010, en declaraciones al periódico Trabajadores

 ¿Qué se puede agregar después de eso?

La baja del estelar Wilfredo León y compañía, es apenas el capítulo más reciente. La sangría es larga desde comienzos del siglo: Ángel Dennis, Ramón Gato, Ihosvany Hernández, Leonel Marshall, Yasser Romero, Maykel Sánchez, Osmany Juantorena, Raidel Poey, Osmany Camejo, Robertlandy Simón, Fernando Hernández…

También las chicas: Magaly Carvajal, Nancy Carrillo, Daimí Ramírez,  Rosir Calderón, Kenia Carcasés, Giselle de la Caridad Silva, Wilma Salas…

Yo NUNCA remataría contra mi patria como vi hacer a Taimaris Agüero por el equipo de voli femenino de Italia, PERO se impone un ANÁLISIS profundo, realista e impostergable por parte de la Federación Cubana de Voleibol y por la máxima dirección del INDER (Instituto Nacional de Deporte, Educación Física y Recreación) sobre la situación actual.

¿Tendremos que vivir la noria macabra y permanente de ver desarmarse al equipo e intentar rearmar otro con juveniles y suplentes cada vez que ocurra esta sangría, en vez de atajar las causas que motivan esas bajas? 

 ¿Quién le pone el cascabel al gato?

Fijémonos en el actual colectivo de voleibol que nos representa en la Liga Mundial. No ha podido ganar ningún juego. Son talentosos, pero inexpertos. Apurados en su desempeño, con una mayoría que apenas frisa los 20 años. 

Los deportes colectivos en Cuba (sin participar en ligas o clubes, con muy pocas oportunidades de topes) han entrado en una decadencia absoluta. Ya en los últimos Juegos Olímpicos, la Mayor de las Antillas no tuvo ninguna representación.

¨No es posible que entrenes, compitas, obtengas resultados y no te reconozcan como corresponde. Por eso la gente se va¨.


No lo digo yo.

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Víctor Mesa, entre la impunidad y el debate





Eric Caraballoso Díaz

A fuerza de ser díscolo, de provocar con sus excesos a tirios y troyanos, Víctor Mesa se ha convertido para Cuba en un mal necesario. Sus explosiones, tan estrepitosas como la del volcán Krakatoa, han sacudido los cimientos, no del beisbol cubano como algunos han querido ver –Víctor no pasa de ser un síntoma, nunca la raíz–­, sino del debate público en la mayor isla del Caribe. Y lo han hecho principalmente para bien.

No digo que vaya a cambiar mucho, ni siquiera que vaya a cambiar nada, pero solo por el hecho de desperezar esa adormecida entelequia que ha sido por años la opinión pública nacional, el fenómeno Víctor Mesa merece una lectura más feliz. La controversia, iniciada incluso antes de que fuera nombrado director del equipo Cuba de pelota para el Clásico Mundial, ha saltado el listón de lo estrechamente deportivo para instalarse en terrenos como la ética y la permisividad social, con salpicaduras incluidas al tantas e infructuosas veces cuestionado periodismo cubano. 

El clímax de esta historia con tintes novelescos, atizada por la rivalidad del también director del equipo Matanzas con el cátcher villaclareño Ariel Pestano, llegó ciertamente con los play off de la ya concluida 52 Serie Nacional, y hasta amenazó con hurtarle el protagonismo a la discusión del título deportivo en sí. Por momentos, los espectadores, camarógrafos y periodistas parecían más interesados en los gestos de Víctor Mesa en el terreno, o en sus palabras y desplantes en las conferencias de prensa, que en el desenlace mismo de los juegos. Y, en honor a la verdad, él se mostró casi siempre dispuesto a complacer sus morbosas apetencias.

Hacia Víctor se enfilaron entonces y se siguen enfilando todos los cañones. Únicamente los matanceros, agradecidos por hacer de su hasta hace dos años desmotivada y perdedora novena un equipo calificado y luchador, han roto lanzas a su lado. Ellos y algún que otro seguidor incondicional del otrora estelar center field con el 32 en la espalda, que –dicho sea todo– hay más de uno. No obstante, tengo la impresión de que aun estos se han mostrado más tímidos en los últimos tiempos, menos incondicionales.

Y no es para menos. Tantos han sido los desenfrenos de Víctor Mesa, tantas sus respuestas desafiantes y poses autocráticas, que deja muy poco margen a la defensa. Su tozudez y volatilidad, sus decisiones controvertidas, su encono hacia el más mínimo esbozo de crítica, han deteriorado tanto su imagen pública como el fatídico iceberg descalabró al Titanic. Solo que a diferencia del desafortunado capitán del transatlántico, el mentor matancero no encaró de repente al iceberg en medio de la bruma, sino que, sabiéndolo cada vez más cerca, no hizo nada por desviar su rumbo, e incluso en ocasiones pareció acelerar los motores justo en su dirección. 

No quiero, sin embargo, hacer más leña del árbol caído. El propio Víctor se ha encargado de echar suficiente tierra sobre sí mismo y sobre quienes, a pesar de los riesgos visibles desde el principio y luego confirmados con creces por su cuando menos polémica actitud, han seguido apañándolo, han seguido apostándole todas sus monedas, más por obstinación que por cordura o inteligencia. Prefiero, por el contrario, enfocarme en el aspecto más positivo que, al menos en mi opinión, ha suscitado toda esta historia.



Y es que al margen de sus presumibles cualidades como director de beisbol, como estratega removedor del estatismo imperante en la pelota cubana, como motivador de sus atletas y promotor –según sus propias palabras– de una mentalidad de triunfo, ha sido su capacidad como generador del debate público lo que ha terminado por encumbrar nacionalmente a Víctor Mesa. Porque aunque en Cuba siempre se ha discutido de pelota, y mucho, incluso hasta los extremos de la vehemencia, pocas veces estos debates han alcanzado las dimensiones de ahora. 

Tal vez los casos más cercanos en el tiempo sean las últimas finales entre Industriales y Santiago de Cuba, cuando, con el vergonzoso grito de ¡palestinos! como eco de una acendrada intolerancia, la pelota devino –una vez más– en terreno ­–no tan– simbólico para dirimir históricas diferencias regionales. Pero aun en aquellas ocasiones, aunque el debate trascendió el marco deportivo y sus adyacentes, y llegó incluso a espacios de producción intelectual –recuerdo un excelente artículo del ensayista Jorge Fornet en La Gaceta de Cuba–, las conclusiones no pasaron mayormente de una crítica colectiva a los exaltados, de aplicar el extintor al denigrante combustible del regionalismo.

Esta vez la situación resulta diferente. No se trata de antiguas divergencias revividas, de oposiciones con sedimentos simbólicos y culturales alimentados por más de un siglo. No. Al cuestionarse a Víctor Mesa, por sus posturas autocráticas y exabruptos, se discute del presente desde el presente. Con él no solo se cuestiona al hombre y al director de pelota que es, sino a todo el sistema que ahora mismo lo soporta. Puede que todo haya comenzado por la interpretación de un toque de bola o un robo de base, de un strike u otra jugada de apreciación, pero el irrespeto de Víctor a los demás –árbitros, periodistas, espectadores–, e incluso a lo establecido, y la impunidad con que manifiesta ese irrespeto, han terminado por llevar el debate más allá de sí mismo, más allá del beisbol. 

La piedra angular del debate no es, por tanto, su para muchos incoherente filosofía beisbolera, sus tácticas al parecer más asentadas en impulsos que en concienzudas reflexiones, o sus rigurosos métodos de dirección. Ni siquiera su derecho a la defensa de tales métodos, tácticas y filosofía, que sin dudas lo tiene. Lo cuestionable, lo cuestionado, el blanco de tantas y tantas flechas lanzadas hacia él en las últimas semanas, es la forma –fuera de toda forma– en que suele ejercitar ese derecho, y –peor aún– el silencio cómplice, indolente, permisivo, de quienes, por sus cargos y responsabilidades, deberían censurarlo.

¿Cuáles son los porqués de ese silencio? ¿Qué ponen en evidencia sobre el funcionamiento de las estructuras deportivas, su dirigencia, y, por extensión, sobre la institucionalidad de la sociedad cubana en su conjunto? ¿Cómo repercuten en la credibilidad y sostenibilidad de esas propias estructuras y los argumentos y disposiciones que las amparan? ¿En qué medida pueden ser cuestionadas dichas estructuras, pública y masivamente, es decir, puestas a debate más allá de espacios insuficientes y regulados –como las dos páginas destinadas a las cartas de la población en el periódico Granma de los viernes– sin que ello suponga otro silencio como respuesta? Estas son algunas de las muchas preguntas que no solo yo me he hecho al calor del fenómeno Víctor Mesa.  

No nos llamemos tampoco a engaños. El mentor de Matanzas no es el único indisciplinado consentido en este país, ni siquiera en la pelota; pero, al menos en esta última se ha convertido en el paradigma indiscutido, en el punto culminante. Quien explota muchas veces y a la vista de todos termina por convertirse, con toda lógica, en sinónimo de dinamita. Por eso acapara tantos, en mi opinión incluso –y a pesar de todo lo que he dicho hasta ahora– excesivos, argumentos en su contra, tantas críticas de aliento revanchista, por eso su nombre cebó carteles en los estadios y motivó la catarsis de no pocos fanáticos. 

Los medios de prensa también han desempeñado su papel en esta polémica, un papel a ratos contradictorio. Mientras unos lo auparon desde el inicio, y luego hicieron mutis ante sus erupciones e insolencias, o apelaron lo más a generalizaciones y a miradas salomónicas al estilo del Víctor bueno y el Víctor malo; otros lo satanizaron, lo hostigaron en demasía, dándole más relevancia de la que realmente merecía y convirtiéndose, al menos desde la perspectiva del propio enjuiciado, en sus antagonistas naturales en esta historia. 



Faltó, sin embargo, al menos como norma, el análisis más profundo, la observación menos epidérmica y contextual, que superara el accionar de Víctor Mesa y se adentrara en las causas e implicaciones de su comportamiento –y el de otros–, no solo para el deporte, sino para la sociedad cubana en general. Mucho más ricos, por participativos, fueron los foros propiciados por estos mismos medios de prensa en sus versiones digitales –en especial en Juventud Rebelde y Cubadebate–, espacios en los que los foristas opinaban a partir del artículo publicado y saltaban sin tapujos a las aristas más peliagudas del tema, defendiendo por encima de todo su propio criterio. Lástima que este prometedor debate haya ocurrido en un medio como Internet, tan poco accesible para la mayoría de los cubanos que viven ahora mismo en la isla.

Con el fin de la Serie Nacional, el eco de las discusiones sobre Víctor y la impunidad de sus excesos se ha ido apagando. Nuevos aspectos, unos estrictamente deportivos –como la conformación del próximo equipo Cuba– y otros de más amplio significado –como el visto bueno oficial a la contratación de peloteros cubanos en el exterior– ocupan ahora la atención de fanáticos y periodistas. El fenómeno Víctor Mesa no debería, sin embargo, quedar en el olvido. Su capacidad para alentar el debate, para mover los ánimos y avivar las ideas, demuestra la necesidad latente en la sociedad cubana de fomentar espacios de polémica y  concertación social, de cultivar con mayor conciencia y convicción la cultura del debate. En ello está mucho más en juego que el desenlace de un campeonato de pelota.

martes, 25 de junio de 2013

Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) / Lagunas e insuficiencias de nuestro sistema electoral



Juan Marrero

 El IX Congreso de la UPEC nos ha llamado a mirarnos por dentro. Y debemos hacerlo no de forma complaciente sobre logros y realizaciones. La crítica y la autocrítica son armas que pueden ayudarnos mucho si las empleamos no para destruir, sino para construir; no para desunirnos, sino para fortalecer la unidad de acción en la importante misión que tenemos dentro de nuestra sociedad socialista.

 Quiero compartir, en esta nota, algunas consideraciones sobre el proceso electoral que han  realizado los periodistas cubanos para la elección del Comité Nacional de la UPEC, las comisiones nacionales de ética y de apelaciones, y el Jurado de los premios nacionales de periodismo José Martí y Juan Gualberto Gómez.

 Desde hace muchos años, esas instancias de dirección de la organización son elegidas, de forma directa y secreta, por todos los periodistas del país, en un ejercicio democrático digno de mención, aunque su desarrollo y sus resultados no pueden llevarnos a decir aún que hemos logrado la perfección. Mucho, pues, nos queda por avanzar en ese camino. Hay lagunas e insuficiencias a las que tenemos que oponerles sólidos diques de contención.

 La candidatura presentada para la elección del Comité Nacional constó de 60 miembros, todos excelentes compañeros con un rico historial en la profesión y en el compromiso social. Sus nombres salieron de las propuestas que se hicieron en las 184 asambleas de base de la UPEC. Quien no hubiese sido propuesto en esas asambleas, no tenía el derecho a integrar la candidatura. Y ese fue un principio que se respetó por la Comisión de Candidatura Nacional, como también el consultar a cada uno de los seleccionados su conformidad de que su nombre apareciese en la boleta. Para integrar la candidatura, esa comisión tuvo en cuenta distintos factores, entre ellos tipos de medios en que desarrollan su trabajo, género, edades, color de la piel, territorios en que ejercen su trabajo, etc.

 Quejas que se hicieron, por ejemplo, en importantes asambleas provinciales, como las de Santiago de Cuba y La Habana, de no considerarse suficientemente representadas en la candidatura, evidenciaron que aún falta mucho por perfeccionar. 

 Los más de cuatro mil periodistas afiliados a la UPEC recibieron, antes de sus asambleas provinciales, ramales y del territorio de la Isla de la Juventud, un tabloide que llevó fotos y una síntesis biográfica de los 60 candidatos al Comité Nacional, así como quienes eran los integrantes de las candidaturas a las Comisiones de Ética, Apelaciones y el Jurado de los premios nacionales de periodismo. 

 Los resultados de las votaciones deben hacernos meditar si usamos adecuadamente ese instrumento de información. Entre los 20 candidatos que obtuvieron menos votos, y no pudieron ser electos al Comité Nacional, figuran 12 de provincias, algunos con un historial y resultados de trabajo bien meritorios. Eso es una tendencia que si bien es cierto ha menguado algo, aún se mantiene. Es, pues, un asunto pendiente de resolver. Como también lo es la tendencia de marcar una cruz a favor de los candidatos que aparecen regularmente en la TV nacional. Son, por lo general, los que más votación obtienen por ser los más conocidos, sin desconocer, por supuesto, que no pocos de ellos acumulan méritos por su destacada labor profesional. 

 En el reciente proceso electoral, hubo algunos fallos que debemos señalar con el ánimo de que se tengan en cuenta para el futuro. La Comisión Electoral, por ejemplo, puso tanto en el folleto distribuido como en las boletas de votación, en los casos de algunos candidatos, sus nombres completos, los que tienen registrado en el carné de identidad, pero que desvirtúan en algún sentido su marca profesional, es decir la manera en que ellos se han comunicado siempre con el pueblo y con sus propios colegas.  A este escribidor, por ejemplo, solo lo conocen por Juan Luis, mis padres, porque así me inscribieron en el juzgado civil, y también algunos condiscípulos de la escuela, porque al pasar asistencia los maestros así me llamaban, pero siempre en los periódicos, revistas y sitios webs he firmado durante más de medio siglo como Juan Marrero. Pues bien: en la boleta para el Comité Nacional aparecía como Juan Luis Marrero, y en cambio en la boleta como candidato para la Comisión Nacional de Ética aparecía como Juan Marrero. Esos dos actos de votación se realizaron simultáneamente, y lo ejercieron el mismo número de personas. Debo decir que obtuve 500 votos más en esa última boleta. 

 La marca profesional, pues, es bien importante. Hipotéticamente, pongo un caso contrario.  Si a José Alejandro Rodríguez le hubiesen, por ejemplo, quitado el Alejandro de la boleta, tengo la seguridad de que su caudal de votación hubiese disminuido.

 Y un caso más, bien ilustrativo: en la boleta para el Comité Nacional aparecía el candidato Hernández Guerrero, Arístides Esteban. Se trata de uno de nuestros más famosos caricaturistas, nada menos que Ares. El caudal de votos que obtuvo una figura de tal relevancia en el sector, le impidió resultar electo. Creo que también influyó en ello, esa concepción formalista de tener que llevar a la boleta todos sus nombres, sin mencionar  su marca profesional. Podrá alegarse que lo importante es que los votantes antes debieron leer el tabloide y saber por quiénes debían sufragar. Cierto. Pero no todos lo hacen. Una gran mayoría, hayan leído o no las biografías, a la hora del acto electoral, lo que hacen es poner sus ojos en el listado que aparece en la boleta. 

 En fin, son algunas consideraciones que deseaba compartir con los colegas de cubaperiodistas.cu, a fin de que estas experiencias negativas no se repitan en futuros procesos. No debemos descansar en buscar un mayor perfeccionamiento de nuestro sistema democrático.

(Tomado de Cubaperiodistas.cu)

EL HOMBRE INVISIBLE / Demián Rabilero / Premio 17. Juegos Florales Santiago de Cuba 2013


  
Demián Rabilero

Bruack. Bruack. Bruack.
Yo te asusto:
Te enseño mi lengua y digo soy tu amo
Y mi palabra laaaaarga corre por tus venas como un gusano cálido.
Yo te asusto:
Mi ojo contra tu ojo  mi piel blanca manchando tu pureza.

Bruack. Bruack. Bruack.
Salta la valla gallo
Conejo fula mancaperro
No muerdas la mano que te da de comer.
Mejor te vas. Coge la guardarraya.
Yo te asusto
Fula palabrería para ganar un poco de dinero
Di tu mala palabra. Abre el bolso. Cuenta.

Cualquier posible concordancia es imposible
Mi palabra laaaaaaarga lucha contra tu poca fe.
Ponte en cuatro. Salta. Aplaude.
Bruack. Bruack. Bruack.
Yo soy tu amo.
Mi luz llega de los arrecifes
Que son las tumbas sin cruces de la patria.
Mi luz asusta quema los ojos
No tiene piedad. No calla. No sosiega.
Yo enseño mi lengua impura y laaaaaarga
Y no hay espina ni látigo. Salta la valla.
Muere para decir busca los números
Nunca cuadra la caja.
Bruack. Bruack. Bruack.

La poesía destruye a los hombres
Te dijeron y quemaron tu lengua
Tu llave oscura rota lanzada sobre los arrecifes
Bájate el pantalón y muérete de miedo.
Ustedes los guapos se negaron a cantar la canción
Del que no tiene canto.
Ustedes los guapos no saltaron la valla
Se pusieron en cuatro para nada.
Ustedes los guapos llevaban el carmín escondido
Y gritaban fula palabrería contra la luz del lengua larga.
Bruack. Bruack. Bruack.

Mi cuerpo está rodeado de cadáveres
Y en los cementerios enseño mi lengua
Y pongo cruces que son como palabras malas
Como palabras maldecidas por el orador

Para que luego cante la serpiente
Sobre la cobardía de los guapos.

Yo te asusto
Tengo plumaje de pavorreal
Llego tarde a la rumba
Hecho todo dolor.
Orino. Marco.
Muestra tu insignia espía
Yo soy tu amo.
Yo sueño con palabras muertas antes de nacer
Y las coloco en los bordes de mi lengua
Para atemorizar a lo invisible.

Cuenta hermano bróder
Cuenta como
Reventaron tu cerebro como a un sapo
Ásperos hierros cubriendo la carne
La mordaza que pusieron tus padres.
Viene el tren
No sigas
Porque te ponen en cuatro
Y hunden con el metal hasta la entraña.
No sigas
Tú solo eres un guapo
Que aplaude la rumba del mayoral
Que tira del tren
Que enterró el puñal en la espalda
Pero que salta
Conejo
Fula
Mancaperro
Ante la voz ronca
De ese que se hizo llamar elmío
Mientras incineraba los higos dulces de la patria.
Bruack. Bruack. Bruack.

Mi palabra es un ciempiés en tu cerebro
Ahí los aullidos de tus muertos
En tu Alzheimer favorito.
Toca el tambor ofrecen dulces los guapos
Que están sentados vigilando.
No comas pantera de mi almuerzo
No cuentes tú no eres mi bróder
Mi consorte arrasado en la furia de la patria
Porque llegaba tarde al festín.
Cristal roto te pusieron legañas en los ojos
Y te pidieron anda
Baila con el cornetín
Esa es la única música de esta plaza.
Bruack. Bruack. Bruack


Yo tengo luz
Yo rompo en el cañaveral
Mocha sudor sobaco
El dedo contra el ojo. Cruz en la espalda.
La gran puta dominical repitiendo el único sermón
Que has escuchado desde niño.
Tú tienes que aprender a matar.
Tú tienes que aprender a preferir.
Miente. Aplaude.
Te tienen que gustar los zapatos rotos
Que te soben los huevos en la conga.
Tú eres un bróder de la patria.
Arrolla feliz contra las nalgas del sapo
Cuelga tu conejo. Abre camino.
Aquí no hay patria. Aquí no hay guardarraya de luz.
Aquí tu voz se seca
Tus vísceras expuestas en la plaza.
Con tu fiebre de dios
Soñar que tú has vivido.
Bruack. Bruack. Bruack.

Yo soy tu amo.
Soy el único verbo de la única estación.
Aquí yo digo cuando sale el sol.
Aquí a los guapos yo les doy de comer
Les doy nalgadas y les digo que salten.
Y los pongo desnudos
A marchar entre las plantaciones
A machacar la sangre
Lluvia cayendo por mí.

Yo soy único dios
Abre la piel del chivo
Oye el tambor
Carne caldero signo
Rezo de espía altar
Boca sin dientes vela.
Yo soy el amo y digo ponte en cuatro
Abre que viene el tren
Súbete camina por la calle desconchada
Apágame esa vela
Rompe el coco.
Bruack. Bruack. Bruack.

Yo te asusto con mi lengua laaaaaaaaaaaaarga
Yo soy el dueño del reloj principal.
Yo nunca he sido amado por los hombres
Pero todos vinieron babeando
A ofrecerse. A todos poseí.
Un pájaro oscuro posado en el borde
Viendo pasar la rumba
Viendo la fiebre  la sanguinolenta plaza
Como un espectro tocando a las puertas
De un paraíso artificial.

Yo he vivido desnudo
Yo soy el fula brujo
Un pocasangre atormentando cualquier
Deseo que se ponga en tu puesta de sol.

Salta conejo salta
Los astros muriéndose en mi boca
Brillando por última vez antes de fallecer
En los arrecifes enmohecidos de tanta sangre patria.
Tú no puedes jugar sin mi permiso
Tú no puedes ser gordo ni ponerte a decir
Palabras raras
Porque yo soy tu amo.
El aire que  respiras
El oro que corre por tus venas.
Gracias. Gracia es la única palabra que quiero
Escuchar en tu canción.
Bruack. Bruack. Bruack.

Con mi lengua laaaaaaaaaaaaaarga
Yo puse la mesa
Y puse la pelota y el bate
Porque este juego no era
Para que bailaras con malicia.
Este juego era grande y tú bróder
No lo podías entender.

Yo puse la mesa
Y la comida que yo ofrezco
Hay que pagarla con sangre y con baba feliz
Y hay que morirse en un cuarto de tierra
Hay que bailar desnudo
Comer el arroz quemado.
Tú eres un sapo bróder
Y te engordo para cobrártela después
Para arrojarte al arrecife
Para que el metal te corte la sangre
Y no te vayas a vivir a la ciudad.
Y no te vayas al campo.
Quédate quieto. Ahí viene el tren.
Bruack. Bruack. Bruack.

Yo soy tu amo
Cada mañana escuchas mi silbido
Y entonas la canción que yo llamo país.
Cada mañana corres por el café amargo
Y te desvistes para la procesión
Y te subes al tren
No vaya a ser que venga el huracán
Y te deje conejo fula mancaperro.
Yo te asusto
Y con mi lengua laaaaaaaaaaaaaarga
Te excito como a una puta de mediodía
Y te doy de comer y te vendo un seguro para la tos.
Mi lengua larga sobando tu cerebro
Diciendo yo soy tu amo
Y esta es la única canción que vas a escuchar
Antes de descansar en las tumbas sin cruces.
Mi lengua larga haciéndote saltar
Como un sapo cansado.
Bruack. Bruack. Bruack.

Guarda tu gesto
Guarda el amago y las ganas de levantar la voz
En medio de la rumba y el sudor.
Sonríe. Sube al festín.
Salta conejo fula mancaperro.
Ponte en cuatro. Bruack. Bruack. Bruack.
Abre las piernas. Baila.
Abre tu corazón a mi lengua de brujo.
Súbete al tren.
Mi palabra laaaaaaaaarga besando tu cuerpo.
Tú no puedes marcharte porque yo soy tu amo.
Bruack. Bruack. Bruack.
 

(Demián Rabilero, Patricia Aportela y familia)

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