¨Hay que atender mejor a los
voleibolistas. Cuando uno se siente olvidado se decepciona. No
es posible que entrenes, compitas, obtengas resultados y no te reconozcan como
corresponde. Por eso la gente se va. Ganamos el bronce en la
pasada Liga y no volvimos a jugar hasta ahora. Por ese camino no nos
recuperaremos¨.
Lea de nuevo.
Así se expresó Rolando Cepeda,
uno de los pocos, poquísimos que queda de aquel equipo subcampeón del mundo en
2010, en declaraciones al periódico Trabajadores.
¿Qué se puede agregar después
de eso?
La baja del estelar Wilfredo
León y compañía, es apenas el capítulo más reciente. La sangría es larga desde
comienzos del siglo: Ángel Dennis, Ramón Gato, Ihosvany Hernández, Leonel
Marshall, Yasser Romero,Maykel Sánchez, Osmany Juantorena,
Raidel Poey, Osmany Camejo, Robertlandy Simón, Fernando Hernández…
También las chicas: Magaly
Carvajal, Nancy Carrillo, Daimí Ramírez, Rosir Calderón, Kenia Carcasés,Giselle de la Caridad Silva, Wilma Salas…
Yo NUNCA remataría contra mi
patria como vi hacer a Taimaris Agüero por el equipo de voli femenino de Italia,
PERO se
impone un ANÁLISIS profundo, realista e impostergable por parte de la Federación Cubana
de Voleibol y por la máxima dirección del INDER (Instituto Nacional de Deporte,
Educación Física y Recreación) sobre la situación actual.
¿Tendremos que vivir la
noria macabra y permanente de ver desarmarse al equipo e intentar rearmar otro con
juveniles y suplentes cada vez que ocurra esta sangría, en vez de atajar las
causas que motivan esas bajas?
¿Quién le pone el cascabel al
gato?
Fijémonos en el actual colectivo
de voleibol que nos representa en la Liga Mundial. No ha podido ganar ningún
juego. Son talentosos, pero inexpertos. Apurados en su desempeño, con una mayoría
que apenas frisa los 20 años.
Los deportes colectivos en
Cuba (sin participar en ligas o clubes, con muy pocas oportunidades de topes)
han entrado en una decadencia absoluta. Ya en los últimos Juegos Olímpicos, la
Mayor de las Antillas no tuvo ninguna representación.
¨No es posible que entrenes,
compitas, obtengas resultados y no te reconozcan como corresponde. Por eso la
gente se va¨.
No lo digo yo.
ARTÍCULOS
RELACIONADOS ---Rolando Cepeda nos cuenta
A fuerza de ser díscolo, de provocar con sus excesos
a tirios y troyanos, Víctor Mesa se ha convertido para Cuba en un mal
necesario. Sus explosiones, tan estrepitosas como la del volcán Krakatoa, han
sacudido los cimientos, no del beisbol cubano como algunos han querido ver –Víctor
no pasa de ser un síntoma, nunca la raíz–, sino del debate público en la mayor
isla del Caribe. Y lo han hecho principalmente para bien.
No digo que vaya a cambiar mucho, ni siquiera que
vaya a cambiar nada, pero solo por el hecho de desperezar esa adormecida
entelequia que ha sido por años la opinión pública nacional, el fenómeno Víctor
Mesa merece una lectura más feliz. La controversia, iniciada incluso antes de
que fuera nombrado director del equipo Cuba de pelota para el Clásico Mundial,
ha saltado el listón de lo estrechamente deportivo para instalarse en terrenos
como la ética y la permisividad social, con salpicaduras incluidas al tantas e
infructuosas veces cuestionado periodismo cubano.
El clímax de esta historia con tintes novelescos,
atizada por la rivalidad del también director del equipo Matanzas con el
cátcher villaclareño Ariel Pestano, llegó ciertamente con los play off de la ya
concluida 52 Serie Nacional, y hasta amenazó con hurtarle el protagonismo a la
discusión del título deportivo en sí. Por momentos, los espectadores,
camarógrafos y periodistas parecían más interesados en los gestos de Víctor
Mesa en el terreno, o en sus palabras y desplantes en las conferencias de
prensa, que en el desenlace mismo de los juegos. Y, en honor a la verdad, él se
mostró casi siempre dispuesto a complacer sus morbosas apetencias.
Hacia Víctor se enfilaron entonces y se siguen
enfilando todos los cañones. Únicamente los matanceros, agradecidos por hacer
de su hasta hace dos años desmotivada y perdedora novena un equipo calificado y
luchador, han roto lanzas a su lado. Ellos y algún que otro seguidor
incondicional del otrora estelar center field con el 32 en la espalda, que –dicho
sea todo– hay más de uno. No obstante, tengo la impresión de que aun estos se
han mostrado más tímidos en los últimos tiempos, menos incondicionales.
Y no es para menos. Tantos han sido los desenfrenos
de Víctor Mesa, tantas sus respuestas desafiantes y poses autocráticas, que
deja muy poco margen a la defensa. Su tozudez y volatilidad, sus decisiones
controvertidas, su encono hacia el más mínimo esbozo de crítica, han
deteriorado tanto su imagen pública como el fatídico iceberg descalabró al
Titanic. Solo que a diferencia del desafortunado capitán del transatlántico, el
mentor matancero no encaró de repente al iceberg en medio de la bruma, sino que,
sabiéndolo cada vez más cerca, no hizo nada por desviar su rumbo, e incluso en
ocasiones pareció acelerar los motores justo en su dirección.
No quiero, sin embargo, hacer más leña del árbol
caído. El propio Víctor se ha encargado de echar suficiente tierra sobre sí
mismo y sobre quienes, a pesar de los riesgos visibles desde el principio y
luego confirmados con creces por su cuando menos polémica actitud, han seguido
apañándolo, han seguido apostándole todas sus monedas, más por obstinación que
por cordura o inteligencia. Prefiero, por el contrario, enfocarme en el aspecto
más positivo que, al menos en mi opinión, ha suscitado toda esta historia.
Y es que al margen de sus presumibles cualidades como
director de beisbol, como estratega removedor del estatismo imperante en la
pelota cubana, como motivador de sus atletas y promotor –según sus propias
palabras– de una mentalidad de triunfo, ha sido su capacidad como generador del
debate público lo que ha terminado por encumbrar nacionalmente a Víctor Mesa. Porque
aunque en Cuba siempre se ha discutido de pelota, y mucho, incluso hasta los
extremos de la vehemencia, pocas veces estos debates han alcanzado las
dimensiones de ahora.
Tal vez los casos más cercanos en el tiempo sean las
últimas finales entre Industriales y Santiago de Cuba, cuando, con el vergonzoso
grito de ¡palestinos! como eco de una acendrada intolerancia, la pelota devino –una
vez más– en terreno –no tan– simbólico para dirimir históricas diferencias
regionales. Pero aun en aquellas ocasiones, aunque el debate trascendió el
marco deportivo y sus adyacentes, y llegó incluso a espacios de producción
intelectual –recuerdo un excelente artículo del ensayista Jorge Fornet en La
Gaceta de Cuba–, las conclusiones no pasaron mayormente de una crítica
colectiva a los exaltados, de aplicar el extintor al denigrante combustible del
regionalismo.
Esta vez la situación resulta diferente. No se trata
de antiguas divergencias revividas, de oposiciones con sedimentos simbólicos y
culturales alimentados por más de un siglo. No. Al cuestionarse a Víctor Mesa,
por sus posturas autocráticas y exabruptos, se discute del presente desde el
presente. Con él no solo se cuestiona al hombre y al director de pelota que es,
sino a todo el sistema que ahora mismo lo soporta. Puede que todo haya
comenzado por la interpretación de un toque de bola o un robo de base, de un
strike u otra jugada de apreciación, pero el irrespeto de Víctor a los demás
–árbitros, periodistas, espectadores–, e incluso a lo establecido, y la
impunidad con que manifiesta ese irrespeto, han terminado por llevar el debate
más allá de sí mismo, más allá del beisbol.
La piedra angular del debate no es, por tanto, su
para muchos incoherente filosofía beisbolera, sus tácticas al parecer más
asentadas en impulsos que en concienzudas reflexiones, o sus rigurosos métodos
de dirección. Ni siquiera su derecho a la defensa de tales métodos, tácticas y
filosofía, que sin dudas lo tiene. Lo cuestionable, lo cuestionado, el blanco
de tantas y tantas flechas lanzadas hacia él en las últimas semanas, es la
forma –fuera de toda forma– en que suele ejercitar ese derecho, y –peor aún– el
silencio cómplice, indolente, permisivo, de quienes, por sus cargos y
responsabilidades, deberían censurarlo.
¿Cuáles son los porqués de ese silencio? ¿Qué ponen
en evidencia sobre el funcionamiento de las estructuras deportivas, su
dirigencia, y, por extensión, sobre la institucionalidad de la sociedad cubana
en su conjunto? ¿Cómo repercuten en la credibilidad y sostenibilidad de esas
propias estructuras y los argumentos y disposiciones que las amparan? ¿En qué
medida pueden ser cuestionadas dichas estructuras, pública y masivamente, es
decir, puestas a debate más allá de espacios insuficientes y regulados –como
las dos páginas destinadas a las cartas de la población en el periódico Granma
de los viernes– sin que ello suponga otro silencio como respuesta? Estas son
algunas de las muchas preguntas que no solo yo me he hecho al calor del
fenómeno Víctor Mesa.
No nos llamemos tampoco a engaños. El mentor de
Matanzas no es el único indisciplinado consentido en este país, ni siquiera en
la pelota; pero, al menos en esta última se ha convertido en el paradigma
indiscutido, en el punto culminante. Quien explota muchas veces y a la vista de
todos termina por convertirse, con toda lógica, en sinónimo de dinamita. Por
eso acapara tantos, en mi opinión incluso –y a pesar de todo lo que he dicho
hasta ahora– excesivos, argumentos en su contra, tantas críticas de aliento
revanchista, por eso su nombre cebó carteles en los estadios y motivó la
catarsis de no pocos fanáticos.
Los medios de prensa también han desempeñado su papel
en esta polémica, un papel a ratos contradictorio. Mientras unos lo auparon
desde el inicio, y luego hicieron mutis ante sus erupciones e insolencias, o
apelaron lo más a generalizaciones y a miradas salomónicas al estilo del Víctor
bueno y el Víctor malo; otros lo satanizaron, lo hostigaron en demasía, dándole
más relevancia de la que realmente merecía y convirtiéndose, al menos desde la
perspectiva del propio enjuiciado, en sus antagonistas naturales en esta
historia.
Faltó, sin embargo, al menos como norma, el análisis
más profundo, la observación menos epidérmica y contextual, que superara el
accionar de Víctor Mesa y se adentrara en las causas e implicaciones de su
comportamiento –y el de otros–, no solo para el deporte, sino para la sociedad
cubana en general. Mucho más ricos, por participativos, fueron los foros
propiciados por estos mismos medios de prensa en sus versiones digitales –en
especial en Juventud Rebelde y Cubadebate–, espacios en los que los foristas
opinaban a partir del artículo publicado y saltaban sin tapujos a las aristas
más peliagudas del tema, defendiendo por encima de todo su propio criterio.
Lástima que este prometedor debate haya ocurrido en un medio como Internet, tan
poco accesible para la mayoría de los cubanos que viven ahora mismo en la isla.
Con el fin de la Serie Nacional, el eco de las
discusiones sobre Víctor y la impunidad de sus excesos se ha ido apagando.
Nuevos aspectos, unos estrictamente deportivos –como la conformación del próximo
equipo Cuba– y otros de más amplio significado –como el visto bueno oficial a
la contratación de peloteros cubanos en el exterior– ocupan ahora la atención
de fanáticos y periodistas. El fenómeno Víctor Mesa no debería, sin embargo,
quedar en el olvido. Su capacidad para alentar el debate, para mover los ánimos
y avivar las ideas, demuestra la necesidad latente en la sociedad cubana de
fomentar espacios de polémica y concertación social, de cultivar con mayor
conciencia y convicción la cultura del debate. En ello está mucho más en juego
que el desenlace de un campeonato de pelota.
El IX Congreso de la UPEC nos ha llamado a
mirarnos por dentro. Y debemos hacerlo no de forma complaciente sobre logros y
realizaciones. La crítica y la autocrítica son armas que pueden ayudarnos mucho
si las empleamos no para destruir, sino para construir; no para desunirnos,
sino para fortalecer la unidad de acción en la importante misión que tenemos
dentro de nuestra sociedad socialista.
Quiero compartir, en esta nota, algunas
consideraciones sobre el proceso electoral que hanrealizado los periodistas cubanos para la
elección del Comité Nacional de la UPEC, las comisiones nacionales de ética y
de apelaciones, y el Jurado de los premios nacionales de periodismo José Martí
y Juan Gualberto Gómez.
Desde hace muchos años, esas instancias de
dirección de la organización son elegidas, de forma directa y secreta, por
todos los periodistas del país, en un ejercicio democrático digno de mención,
aunque su desarrollo y sus resultados no pueden llevarnos a decir aún que hemos
logrado la perfección. Mucho, pues, nos queda por avanzar en ese camino. Hay
lagunas e insuficiencias a las que tenemos que oponerles sólidos diques de
contención.
La candidatura presentada para la elección del
Comité Nacional constó de 60 miembros, todos excelentes compañeros con un rico
historial en la profesión y en el compromiso social. Sus nombres salieron de
las propuestas que se hicieron en las 184 asambleas de base de la UPEC. Quien
no hubiese sido propuesto en esas asambleas, no tenía el derecho a integrar la
candidatura. Y ese fue un principio que se respetó por la Comisión de
Candidatura Nacional, como también el consultar a cada uno de los seleccionados
su conformidad de que su nombre apareciese en la boleta. Para integrar la
candidatura, esa comisión tuvo en cuenta distintos factores, entre ellos tipos
de medios en que desarrollan su trabajo, género, edades, color de la piel,
territorios en que ejercen su trabajo, etc.
Quejas que se hicieron, por ejemplo, en
importantes asambleas provinciales, como las de Santiago de Cuba y La Habana,
de no considerarse suficientemente representadas en la candidatura,
evidenciaron que aún falta mucho por perfeccionar.
Los más de cuatro mil periodistas afiliados a
la UPEC recibieron, antes de sus asambleas provinciales, ramales y del
territorio de la Isla de la Juventud, un tabloide que llevó fotos y una
síntesis biográfica de los 60 candidatos al Comité Nacional, así como quienes eran
los integrantes de las candidaturas a las Comisiones de Ética, Apelaciones y el
Jurado de los premios nacionales de periodismo.
Los resultados de las votaciones deben
hacernos meditar si usamos adecuadamente ese instrumento de información. Entre
los 20 candidatos que obtuvieron menos votos, y no pudieron ser electos al
Comité Nacional, figuran 12 de provincias, algunos con un historial y
resultados de trabajo bien meritorios. Eso es una tendencia que si bien es
cierto ha menguado algo, aún se mantiene. Es, pues, un asunto pendiente de
resolver. Como también lo es la tendencia de marcar una cruz a favor de los
candidatos que aparecen regularmente en la TV nacional. Son, por lo general,
los que más votación obtienen por ser los más conocidos, sin desconocer, por
supuesto, que no pocos de ellos acumulan méritos por su destacada labor
profesional.
En el reciente proceso electoral, hubo algunos
fallos que debemos señalar con el ánimo de que se tengan en cuenta para el
futuro. La Comisión Electoral, por ejemplo, puso tanto en el folleto
distribuido como en las boletas de votación, en los casos de algunos
candidatos, sus nombres completos, los que tienen registrado en el carné de
identidad, pero que desvirtúan en algún sentido su marca profesional, es decir
la manera en que ellos se han comunicado siempre con el pueblo y con sus
propios colegas.A este escribidor, por
ejemplo, solo lo conocen por Juan Luis, mis padres, porque así me inscribieron
en el juzgado civil, y también algunos condiscípulos de la escuela, porque al
pasar asistencia los maestros así me llamaban, pero siempre en los periódicos,
revistas y sitios webs he firmado durante más de medio siglo como Juan Marrero.
Pues bien: en la boleta para el Comité Nacional aparecía como Juan Luis Marrero,
y en cambio en la boleta como candidato para la Comisión Nacional de Ética
aparecía como Juan Marrero. Esos dos actos de votación se realizaron
simultáneamente, y lo ejercieron el mismo número de personas. Debo decir que
obtuve 500 votos más en esa última boleta.
La marca profesional, pues, es bien
importante. Hipotéticamente, pongo un caso contrario.Si a José Alejandro Rodríguez le hubiesen,
por ejemplo, quitado el Alejandro de la boleta, tengo la seguridad de que su
caudal de votación hubiese disminuido.
Y un caso más, bien ilustrativo: en la boleta
para el Comité Nacional aparecía el candidato Hernández Guerrero, Arístides
Esteban. Se trata de uno de nuestros más famosos caricaturistas, nada menos que
Ares. El caudal de votos que obtuvo una figura de tal relevancia en el sector,
le impidió resultar electo. Creo que también influyó en ello, esa concepción
formalista de tener que llevar a la boleta todos sus nombres, sin
mencionarsu marca profesional. Podrá
alegarse que lo importante es que los votantes antes debieron leer el tabloide
y saber por quiénes debían sufragar. Cierto. Pero no todos lo hacen. Una gran
mayoría, hayan leído o no las biografías, a la hora del acto electoral, lo que
hacen es poner sus ojos en el listado que aparece en la boleta.
En fin, son algunas consideraciones que
deseaba compartir con los colegas de cubaperiodistas.cu, a fin de que estas
experiencias negativas no se repitan en futuros procesos. No debemos descansar
en buscar un mayor perfeccionamiento de nuestro sistema democrático.
PERIODISTA / Premio Nacional de Periodismo Cultural /Miembro de la UNEAC y la UPEC/ Amo el verbo rápido y la mente abierta / E Mail: escribanode@gmail.com
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concediéndole su voto
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al borde de un tiempo roto.
(José Orpí)
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