1.
Mi primer encuentro con Carilda Oliver Labra (Matanzas, 1922) fue en un hospital.
Corría por un túnel sin fin. Cada chispa del tren eléctrico de Casablanca a Hershey alumbraba el camino. En mi dinosaurio de metal, corría hacia atrás. Corrí a Calzada de Tirry 81, después del puente; corrí toda Matanzas, pero ni así. La poeta tuvo un accidente en medio de sus homenajes, y su cadera se quebró.
En el umbral de su habitación, alguien la cuidaba. Me hizo un gesto, agradeciéndome, abrió las manos. La entrevista, sería la próxima vez, y la próxima vez era lo ignoto.
Esta es la historia de cómo se llega a Matanzas desde Pinar del Río. Fui yo quien la recibió en el hotel de la más occidental de las provincias, durante el Encuentro Iberoamericano sobre Dulce María Loynaz, al que había sido invitado. No la dejé subir los escalones:
–¡La entrevista!… como un esposo que reclama, con firmeza.
Un beso bastó para borrar las cartas nunca contestadas, la espera.
– Toda Cuba, me escribe, ya no tengo manos….
2.
El hotel Pinar del Río, recto, bajando la calle Martí se parece a todos los hoteles de su tipo a lo largo de la Isla. Es la conjura de los trozos prefabricados.
En su habitación, esa noche, era mi cita con la novia de Cuba.
Su poesía, como había dicho Miguel Barnet, había dejado versos “sensuales, tempestuosos y radiantes”.
–¿Qué oportunidad le queda a la poesía en el mundo de hoy, cuando hay tanta violencia que se le contrapone, que parece anularla?
–La poesía nos eleva de una materialidad circundante cada día más severa. Aún en el caso de que seamos seres muy objetivos, la poesía nos da la ocasión de ser mejores, de atisbar la belleza y la espiritualidad en las cosas, incluso en aquellas que parecen ocultas.
La poesía no hay que buscarla en la envoltura de un libro. A aquellos seres absurdamente normales que no varían sus días, o han tenido un problema en sus vidas que los ha dejado amargos o traumatizados, la poesía se les aparece inesperadamente, en un gesto, en una frase. Sin matemáticas, pero también sin poesía, no habría puente sin pirámides. Poesía es lo que nos salva.
Rómpanme los vestidos, quítenme la locura,
pulan con ese látigo mi sitio de estar sola,
tráiganme los infiernos, pongan mi cama dura;
no temo a los tiranos, ni al cáncer ni a la ola.
……………………………………………..
Mi corazón no tiene gravámenes ni dueño
Nunca podrán quitarme el ala con que sueño.
(El Canto)
–¿Su mejor libro, su mejor poema?
–La mejor poesía, el mejor poema, siempre está esparcido en varios libros. Siempre se ven malos poemas u otros que no están totalmente logrados, por mucho que uno se esfuerce. Una querría desecharlos, pero ya están publicados.
Al Sur de mi garganta, que recibió en 1950 el Premio Nacional de Poesía, lo quiero por su carácter virginal, no contaminado de modas y modos. Es un libro de principiante, pero hay cosas que no puedo tocar. Desaparece el polvo, publicado sólo en 1984, traía novedades en la década del 60, cuando fue escrito. Hubiera sido un libro adelantado, con poemas como Discurso de Eva
Vuelve, vuelve.
Atraviésame a rayos.
Hazme una llave turca.
Pondremos el tocadiscos para siempre.
Ven con tu nuca de infiel,
con tu pedrada.
Júrame que no estoy muerta
Te prometo, amor mío, la manzana.
(Discurso de Eva)
La noche atravesó los 17 años sin publicar; las calles de Matanzas, sus próximos libros; el Premio Nacional de Literatura, recibido en 1997 tras una larga espera, la increíble espera de una década. Y por supuesto, su poesía erótica, el consabido poema que la persigue:
Me desordeno, amor, me desordeno
cuando voy en tu boca, demorada;
y casi sin por qué, casi por nada,
te toco con la punta de mi seno.
–He escrito mucha poesía de todo tipo, incluida la erótica. Este poema: "Me desordeno..." fue llevado a la televisión, y de ahí viene todo eso; pero si me preguntas si es invención, si es ficción, ¡que va a ser invención! Si me pudiera a escribir cosas inventadas, estaría perdida. Ahora, que uno le pone imaginación a lo que hace, eso sí. No tengo, no he tenido nunca prejuicios en el amor: ni antes, que había mucha hipocresía en todo eso, ni ahora. Sólo tiene prejuicios en el amor, los que no saben amar.
Y como un guiño a su coquetería, mirándome, ahí está Carilda:
–No te me pongas más esa camisa… que me desordeno.
La risa es una delicia, puede brindarse y compartirse.
–Si no estás apurado, déjame consumir mi cuota de banalidad. Y ambos nos volvimos a ver la telenovela brasileña de turno. Yo tenía todo el tiempo del mundo.
3.
¿Poesía femenina?
–La poesía es ante todo poesía. No tiene sexo.
¿Pero usted cree que un hombre podría decir sus poemas?
–Siempre me he visto un poco aparte, como una francotiradora. Sé que parte de mi poesía podría entrar en esa categoría, porque los declamadores hombres no se atreven a recitarla; pero yo no me percato, ni me propongo eso. Lo que si sé es que no puedo escribir para mujeres.
Si una se guiara por esa división, por la filosofía del verso, por la dureza o la suavidad… un verso mío como Creo en tus partos, tierra, sería naturalmente masculino. Y quizá otro, escrito por un hombre, cabría aplicarle el término de femenino.
Entre las mujeres que hacen poesía, prefiero a Gabriela Mistral. No por tradición, sino por la fuerza, porque tiene el ala y la raíz, sobre todo sus libros Tala y Desolación. Es tan grande que no se preocupa por hacerla rítmica. Era ríspida, dolorosa. Alfonsina Storni es una de las más corajudas del idioma, con una ironía que no se ha repetido jamás en la historia. Delmira Agustini por su vehemencia, por la audacia de su verso.
Y Dulce María Loynaz, no porque la cite en última instancia. Nos cruzamos algunas cartas, aunque no puedo decir que la traté íntimamente. Sé que le gustaba mi poema La Tierra, donde hablo que quiero toda la tierra de mi Patria sobre mi tumba. Ella poseía un lirismo, una delicadeza; sobre todo un clima que pudiéramos llamar entre metafísico y cósmico, que la hace única.
Cuando vino mi abuela
trajo un poco de tierra española,
cuando se fue mi madre
llevó un poco de tierra cubana.
Yo no guardaré conmigo ningún poco de patria
la quiero toda
sobre mi tumba.
(La tierra)
A Carilda la habían entrevistado muchas veces, había libros sobre ella. Luego, estuve presente en algunos de sus recitales; pero esa noche me regaló –sólo para mí–, una palabra. Una palabra bajo cuyo peso me doblo.
Para mi sorpresa, Urbano Martínez Carmenate, en su estudio biográfico sobre Carilda (Carilda Oliver Labra: La poesía como destino, Editorial Letras Cubanas, 2004) incluyó ese pasaje. Es mi oportunidad de agradecerle.
¿Carilda, qué es lo único que no puede hacerse en materia de poesía?
-Ignorarla.
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