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¿Qué Habanas está observando Sergio desde su telescopio, cuáles está diseccionando? ¿En realidad, qué Habanas quiere encontrar? ¿Qué Habanas le miran hoy, a Sergio y a Titón, desde un catalejo puesto al revés?
Frank Padrón también sube al balcón, se quita la camisa, dirige su objetivo hacia ese país de las sombras y las luces largas, en el cual habitamos irremediablemente: el cine. Y lo hace con la autoridad de treinta años en la crítica cinematográfica, en esa profesión maldita, como él mismo dijera alguna vez; si bien no sólo es la suya la que merece tal calificativo.
Cierto juego de espejos se desliza entre esta Sinfonía Inconclusa para cine cubano de Frank Padrón y aquella Pieza Inconclusa para piano mecánico de Nikita Mijalkov, al menos en el título, que nunca será simple referencia en la cubierta; sino grito, sustancia, síntesis y latido del libro.
Valen estos destellos pues ―aunque las cintas de esas geografías que antaño inundaron nuestra pantalla, hoy parecen excomulgadas―, una línea de esencialidad en el pensamiento, es capaz de establecer los lazos entre un filme soviético y este recorrido cubanísimo por el cine que ha parido a titones, fernandos y humbertos.
Frank Padrón nos entrega con este, un libro puente. En verdad, una primera temporada, pues ya se encargará en su último capítulo ―perdón, en su última página―, de advertirnos la saga que vendrá.
La obertura valora desde sus presupuestos artísticos, la multiplicidad de la Muestra de Nuevos Realizadores, acercándonos a nombres y títulos recientes de un audiovisual alternativo, hasta hace poco “cuasi clandestino”; a un cine que toca la marginalidad, la memoria, la historia íntima; a un cine otro, cuya mirada escrutadora sobre la realidad cubana merece salir ya de marcos estrechos, de premios in situ… y reconvertirse, de cine sumergido en patrimonio de mayorías.
El autor nos participa de un largo dolly por el cine cubano de los ochenta: década entre escándalos y populismos, entre la Cecilia de Solás (1980) ―a la que se quiso escamotear magnitud, enquistados en la trinchera de la fidelidad literaria―, la vanguardia de Papeles Secundarios (Orlando Rojas, 1989), La bella del Alhambra (Pineda Barnet, 1989) y aquella hipercriticada Alicia en el pueblo de Maravillas (Daniel Díaz Torres,1990), por la cual hicimos en su momento ―yo y mis compañeros universitarios―, una cola interminable de nueve horas en el cine Cuba de la calle Enramadas…
El autor nos lega nuevas lecturas a la luz del tiempo, del tiempo que todo lo sanciona, y acaba justipreciando las valías de unos y las falencias de otros, aunque sea trastocando lo que entonces se suponía intocable.
A mi modo de ver, el ensayo “Fresas no tan silvestres” ―otro rejuego titular con Bergman―, constituye la ejecución más acabada de esta sinfonía. Frank Padrón demuestra, al asumir el abordaje del sujeto homo- bi- transexual en el audiovisual cubano, a la par de su acostumbrada apreciación estética, un calibre investigativo y periodizador bien atendible. El crítico se decanta por una búsqueda documentada e histórica del tema, desde los circunloquios iniciales y los abordajes indirectos, hasta la clarinada de Fresa y Chocolate (Alea-Tabío, 1993), desde los antecedentes en Norteamérica, América Latina y Europa hasta la evolución en Cuba después de 1959.
“Fresas no tan silvestres” ensayo finalista del Concurso Internacional Pensar a Contracorriente 2006, no se cierra exclusivamente al ámbito cinematográfico, sino que suministra elementos del marco social en los que se debate la obra artística ―los movimientos de reivindicación, la UMAP, los setenta, el SIDA, el CENESEX―, así como las resultantes de la homofobia-la polémica-la aceptación-la ausencia-el desafío.
La incursión toca también algunos productos de la pantalla chica como aquella “abrupta satanización del gay” encarnada por el personaje central de la telenovela La cara oculta de la Luna (2006).
El último movimiento del libro (molto vivace, podría decirse) es la ventana a la producción del cine nacional en el bienio 2006-2007, en el cual se incluyen algunas cintas como La edad de la peseta (Pavel Giroud), las altas y bajas de El Benny (Jorge Luis Sánchez), Madrigal (Fernando Pérez) o La pared (Alejandro Gil). Padrón se introduce en la vena de cada filme, y en su tono abarcador se arriesga ―que toda opinión irremediablemente implica riesgos― a sopesar estas entregas del séptimo arte en la Isla, en plena gestación, apenas estrenada la obra, caliente aún el plató…
Hay más en este libro: “el largo matrimonio entre cine y música”, las huellas del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, la revista Cine Cubano… pero sólo quiero amplificar una idea más tratada por el autor: el lente nacional posado en el escenario urbano capitalino, La Habana “como una verdadera obsesión del cine cubano… al punto de que muchos… hablan de un cine ‘habanero’ más que cubano”.
Me alegra que un analista de su talla ―sin complejos provincianos ni exageraciones espurias― esboce también en el cine, un asunto arduo y de largas consecuencias en casi todas las esferas: el abuso de la Imagen Habana como Imagen Cuba, erigido ya en vicio ―al que siempre se le buscan “razones” y analogías―; la suplantación, la reconversión de La Habana, no en la capital del país, sino en “el país”.
Sólo queda esperar que tantas concurrencias ejerzan sus buenos augurios sobre las salas oscuras de Santiago de Cuba, reducidas dramáticamente, colocadas al borde de la extinción ―tal vez habrá que seleccionar un balcón santiaguero para esperar la vuelta de Sergio con su telescopio―. Y que el autor, con la misma apostura del narrador que es, cumpla la promesa que advierte en la página 132: CONTINUARÁ.
Santiago (de Cuba), en el glorioso día del 28 de enero (de 2009)