miércoles, 13 de junio de 2012
Siempre esperaba a TEÓFILO STEVENSON
REINALDO CEDEÑO PINEDA
Nunca le conocí
personalmente, pero siempre le esperaba.
Nunca supe bien como escribir
su nombre, me parecía demasiado extraño aquel Teófilo Stevenson Lawrence.
Recuerdo a un ex combatiente
de Girón, Roberto Suárez y a su esposa Nelsa, reunidos frente al televisor de
mi casa. Durante los topes Cuba-Estados Unidos de boxeo, el aire se llenaba de
jabs, de gritos. Recuerdo a mi madre inquieta en su balance.
Entonces era uno de los pocos
televisores del barrio. Eran tiempos románticos.
Eran
largos los programas de boxeo. Doce divisiones. Teófilo Stevenson cerraba
siempre en la máxima división. Era al seguro.
Siempre esperábamos que
acabara antes del último asalto. Hasta nos disgustábamos cuando no lo hacía por obra de sus puños y
debía esperar la decisión de los jueces.
No puedo ir hasta Munich y su
éxito frente a Duane Bobick la esperanza blanca. Ni hasta Montreal. No tengo edad. Llego hasta
Moscú 80. La leyenda. Discutía con el anfitrión Piotr Záev. Cuatro de cinco le vieron ganar. Fue su tercer campeonato olímpico.
Como si fuera ahora, lo tengo
frente a una mole blanca, Valeri Abazhán. Ruso también, pero en La Habana. Juegos de la Amistad 1984. Fue una pelea exigente,
pero Valeri acabó de bruces, casi fuera de las cuerdas.
Recuerdo sus peleones con
Milián y Visotsky. Nunca tuvo rivales fáciles. Sus derrotas nos parecían
imposibles.
Pudo haber sido tetracampeón,
pero Cuba no fue a Los Ángeles como la mayoría de la entonces Europa del este.
Lo suyo no era la palabra, no
eran las entrevistas. Su concierto siempre fue entre las cuerdas.
Aunque llegaron otros
triunfos con Roberto Balado y Félix Savón, nunca fue igual sin él.
Todavía no lo creo.
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