(El milagroso rescate de la fotografía de María Fernández García de inicios del siglo veinte, la enérgica mujer que inspiró una guaracha universal)
La singular historia de la mujer que inspiró la célebre pieza musical María Cristina, de Ñico SaquitoREINALDO CEDEÑO PINEDASan Luis no era la cáscara de nuez que recordaba de mi infancia; pero allí estaba el comienzo de la hebra e iba decidido a seguir la pista. Sólo sabía que María Cristina, la inspiradora de la inmortal guaracha no era ficción. Como su autor,
Ñico Saquito, se llamaba en realidad Antonio Benito Fernández Ortiz, volví a San Luis de las Enramadas, a destejer el tiempo, a seguir la huella de los Fernández…
Mientras más preguntaba menos sabía. Nadie parecía conocer al señor Manuel Fernández, tío de Ñico:
–¿Qué edad tiene?, ¿cómo es?, ¿por qué calle le dijeron?...
Nada podía responder. Era una flecha lanzada a la memoria y andaba esta sobrevolando el aire. No por apasionante, la historia se nos abrió a la primera evocación. Apreté mi mano contra el viejo báculo, en el hombro que siempre he podido apoyarme, mi propio padre. Conocía su terruño natal como la palma de su mano, y la búsqueda comenzó otra vez.
Recurrió a sus conocidos de antaño, volvimos a las explicaciones. Aparecieron Fernández de todos los colores, de todas las edades, mas ninguno tenía relación con Ñico, ni con María Cristina.
Azuzado su orgullo, no dio tiempo al desánimo:
–Un momento… no sé, ahora recuerdo a un señor de apellido Fernández, que sacaba una conga hace años atrás.
En suspenso llegamos a la puerta de Corona 59, bajando la terminal vieja de ferrocarriles.
“MI MAMÁ SALÍA CON UN REVOLVER”
Cuando mencioné el nombre de María Cristina, cuando traspasé el umbral, un señor muy viejo se removió en su balance. Como si un resorte se hubiese disparado, me contestó:
“¿!María Fernández!?... María Fernández, mi mamá, era “templá”. Había que respetarla. Vendía comida en la calle, en un tren de cantina, y a veces salía con un revolver, un revolvito chiquito de esos, por si algún fresco se metía con ella. Ñico Saquito siempre nos buscaba. Le sacó esa canción un día en que mi mamá le peleaba a mi papá, porque no quería bañarse.
“Despachaba en las tiendas que tenía mi papá Manuel en Santiago. Cuando había algún problema y mi papá quería meterse ella le decía: “Déjame a mí, déjame a mí, yo lo resuelvo”. Mi mamá estaba siempre mandando, pero se querían mucho, es la verdad.
“Recuerdo un día en que ella estaba cosiendo y me manda a buscar un tabaco. Ella fumaba tabaco y yo, un muchacho, se lo ponía en la boca y se lo volvía a poner, así, jugando. Y ella me dijo: vamos, vaya por ahí, déjese de tanta cosa.
“Tuvo muchos hijos, diez o doce, creo que uno murió chiquito. Cuando mi mamá murió a los treinta y ocho años, mi papá no cuajó más, no se casó más”.
Lo que ahora aparece condensado, ha tenido que ser “arrancado” en más de una visita, poco a poco, con ayuda de su numerosa familia. Este hombre, Amado Eulogio Fernández Fernández, tiene noventa y seis años, y es el hijo de Manuel y de la mítica “María Cristina”.
Amado es un personaje popular en San Luis. Por casi siete décadas ininterrumpidamente sacó a la calle su propia comparsa durante los carnavales y con ella ganó muchas veces. Sirva este reportaje como homenaje a su fidelidad. Es el único testigo vivo de la génesis de uno de los temas más conocidos de la música cubana.
Ñico Saquito había llegado a San Luis, como aprendiz de mecánico de fundición. Tenía unos diecisiete años al trabajar en la fundición de los hermanos Madrigal, que servía al central Santa Ana de Auza (actualmente Chile). En realidad, duraría poco allí. Las ocho horas de trabajo que él reclamaba no eran prioridad para los dueños, y el joven decidió partir.
Como era de esperar, durante su estancia en San Luis, había parado en casa de su tío Manuel Fernández. Fue allí que conoció a la enérgica esposa de aquel, María Fernández García. Y ya sabe, el talento no toca nada –aunque sea pequeño–, sin engrandecerlo.
Habrá que imaginar el impacto que pudo causar en él. Se trataba de un artista en ciernes, capaz de aprehender un carácter que no admitía sumisión alguna, en momentos en que la cocina y el matrimonio, constituían las realizaciones asignadas a la mujer. La historia se le quedó grabada para siempre.
Desde muy niño a Ñico le había brotado el arte musical. A los doce o trece años, su casa no paraba, y las comparsas santiagueras le pedían números para sus evoluciones en los carnavales.
Y la historia de amor se va construyendo desde otros testimonios, los de Yolanda Fernández, nieta de María y Manuel:
“Mi abuelo se quedaba frente al cuadro de María, a darse balance, y decía: ¡Ay María, ay!, como diciendo: ¿por qué estas ahí, María?, ¿por qué te fuiste?. Siempre me decía que ella fue el amor de su vida.
“Recuerdo que muchas veces cuando salíamos al cine o a otro lugar a darnos diversión, encontrábamos a mi abuelo Manuel a la vuelta, frente a la fotografía. Se levantaba de noche para contemplarla. Y yo le decía: Pero, abuelo. ¿qué hace usted levantado a esta hora? Y él me respondía: “Contemplando a María, contemplándola”… y es verdad que lo hacía. A veces, hablaba con ella”.
Manuel sobreviviría a su esposa, hasta 1948, fecha en que murió ya octogenario. Desde el Oriente cubano parecía hablar Francisco de Quevedo: “Polvo serás, mas polvo enamorado”.
El camino del arte fue separando cada vez más a Ñico de su realidad juvenil. Convertido en artista exclusivo de la RHC Cadena Azul (aquella casa radial de Amado Trinidad), saca al aire por primera vez la guaracha María Cristina, con Los guaracheros de Oriente, a mediados de los años cuarenta.
¿Qué resorte trajo a la memoria lo que había pasado tres décadas atrás?
Antonio Fernández Arbelo, hijo de Saquito tiene la respuesta, aunque me ha pedido guardar los detalles de esta muchacha, Violeta de nombre:
“Ya mi padre está en el mundo de la música. Vive en el hotel Las Villas de La Habana.. y tiene un amorcito que lo quería gobernar: Ñico no hagas esto, Ñico no hagas lo otro, Ñico no te des un trago… Todo esto le hace recordar ala Tía María de sus años mozos. Para que no le pasara igual que a María Cristina, un día le dijo que iba a buscar cigarros, y volvió… a los diez años”.
Así, un carácter evocó al otro, y el arte trazó el puente. La canción va calando en la popularidad de la gente para siempre:
María Cristina me quiere gobernar
y yo le sigo, le sigo la corriente,
porque no quiero que diga la gente
que María Cristina me quiere gobernar
……………………………………………
Métete en el agua
¿En el agua?... No, no, no, no
María Cristina, que no, que no
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Aunque ya teníamos los testigos, debimos cotejar fechas. Comprobamos la muerte de María Fernández en el libro de enterramientos del cementerio de Santa Ifigenia. Y allí, nos apareció el nombre y las señas de María Fernández. No había lugar para las dudas.
La fortuna no suele sonreír, si no somos insistentes. Y como no teníamos la imagen de la gobernadora, toda la familia se puso en tensión… hasta que los caminos nos condujeron hasta Contramaestre. Llegamos a la casa de Elsa Osoria Fernández, con un rezo.
Tras la explicación, nuestra anfitriona descolgó el viejo marco ovalado de su abuela, quitó el polvo del cristal y nos enseñó a una mujer joven, con el pelo anudado a la manera de principios de siglo, de ojos claros. Todos nos sobrecogimos. Había una fuerza indefinible en aquella mirada.
Habíamos encontrado a la mujer que inspiró la célebre pieza María Cristina. Y aquí la muestro, con un no sé que de estremecimiento.
MARÍA CRISTINA TIENE UNA SEGUNDA PARTENi su compositor ni la gente se pudieron desprender de aquel tema. En el menor momento, María Cristina asomaba en la vida de Ñico. A nadie resultó extraño que, en consecuencia, inflamado aún por aquel recuerdo, surgiera la segunda parte: Báñate, Manuel.
Cuando Ñico visita Nueva York en 1950, con el trío Oriental de Bimbi (Maximiliano Sánchez), graba la pieza. Si en la primera parte, María Cristina había logrado que su esposo Manuel hiciera de todo, menos meterse en el agua; en esta continuación había usado sus mañas para lograrlo:
Pero que cuento Manuel traía
que no, que no con el no, no, no;
si dice María Cristina
que ya ese cuento se le acabó;
porque ella es la que gobierna,
porque por fin a Manuel bañó
así que el no, no, no , no
ya María Cristina se lo acabó:
Espero que se durmiera
y a la cama lo amarró
y antes que se despertara
para la ducha se lo llevó.
Antonio Benito Fernández Ortiz, había ganado su sobrenombre debido a su destreza en la pelota. Se desplazaba con facilidad en los jardines, y ante sus buenas atrapadas, la gente decía: “cayó en el saquito, cayó en el saquito”. Eran los tiempos de la Liga Azucarera de Béisbol.
Su labor como fundidor le sirvió para sobrevivir en Venezuela, a donde debió partir a finales de los cincuenta por la difícil situación en Cuba. A inicios de los sesenta regresa a su Isla, con la ropa que tenía puesta, con nuevas energías. Y se convierte en toda una sensación en la universalmente conocida Bodeguita del Medio. Le gustaba tomarse un trago, y, compositor al fin, a eso le llamaba "besar a la mulata".
Es menester apuntar la confusión de su fecha de nacimiento, según el testimonio de su hijo.
“Mi padre consideró que había nacido el 17 de enero de 1902, y todavía en algunos libros está esa fecha. Cuando él se va a casar con mi madre, busca su inscripción de nacimiento y no la encuentra. Entonces va con su hermana Luisa y le pregunta cuando había nacido, a lo que ella responde que el 17 de enero. Buscó dos testigos y se inscribió en esa fecha.
“Sufría al pensar que su papá no lo había inscripto, pero un tío mío, al buscar su inscripción de nacimiento, encuentra la de mi padre: hijo de Benito Fernández Junio y Caridad Ortiz Acosta. Le llevaron el papel inmediatamente a Ñico a La Habana. Él se puso contento, fue uno de los días más grandes de su vida. Sólo entonces se supo que había nacido el 13 de febrero de 1901, en la calle Santa Rosa número 58 esquina a Mejorana, Santiago de Cuba”.
A Ñico se le conocía como
El reportero musical de Cuba y
El Guarachero Mayor. Era un incansable promotor y descubridor de talentos. De sus manos llegaron a Radio Cadena Suaritos, Celina González y Celia Cruz. Dicen que aquella negrita, aún un diamante en bruto, hizo temblar la emisora.
Su último disco lo grabó junto a Eliades Ochoa en los estudios Siboney de Santiago de Cuba, poco antes de morir, el 4 de agosto de 1982; pero su música sigue tan viva como entonces.
Los reportes enviados por la Sociedad General de Autores de España (SGAE) nos permite comprobar la vigencia de María Cristina (incluso en versión techno) y de otras composiciones suyas como
Cuidadito Compay Gallo, Camina como Chencha la gambá, Jaleo, Me tenían amarrao con P, Al vaivén de mi carreta y
Atízame el bastidor. Se escuchan lo mismo en España y Estados Unidos que en Venezuela, Corea o Polonia, por sólo citar puntos distantes de la geografía.
María Cristina es un símbolo de la mujer enérgica y dominadora: Es sobre todo, un emblema de la música cubana, y anda siempre de manos con Ñico Saquito. En el mundo saben que si se trata de gozar, hay un nombre.
(El presenta trabajo ganó para su autor el PREMIO NACIONAL DE PERIODISMO CULTURAL en el 2001, convocado por la UNEAC y la UPEC, organizaciones que representan a la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y la Unión de Periodistas de Cuba).