viernes, 9 de octubre de 2015
(Con fotos) LOWERT ELLIOT: Como escapar de sí mismo
Reinaldo Cedeño Pineda
Lo veo como siempre, en la
sede de la compañía Danza Fragmentada, en el corazón de Guantánamo. Tan alejado
de toda pose, casi esquivo; pero Lowert Elliot Columbié acaba de ganar lo que muchos bailarines
quisieran: la Beca
Paul Seaquist en el Concurso de Danza del Atlántico Norte, Grand Prix Vladimir
Malakov,
concluido en Holguín.
El galardón ha roto todos los fatalismos. Entregado
por el propio Seaquist manager internacional,
posibilitará al artista cubano ir hasta Nueva York y compartir con la célebre compañía Alvin Ailey.
Lowert convenció al jurado
con su obra Eucariontes, poseedora de
un discurso narrativo y conceptual de excelencia, así como una notable capacidad
interpretativa, encarnada por un trío de bailarines, incluido él mismo. Es un
resultado que conmueve, que corona una trayectoria, que casi asusta; mas el artista
tiene respuestas con los gestos y también con las palabras:
“Me asustaría no tener la experiencia de
probar. Me asustaría no haber intentado llegar a lo más alto. Me asustaría quedar
sin sueños y metas que trazarme en la vida. Y te digo más, lo único que espero
es trabajo y más trabajo. Creo que sería la mayor gratificación que
tendría, y junto conmigo, los seres que me acompañan cada día”.
Nacido en Guantánamo, el 24 de septiembre de
1979, Lowert debe su nombre a su abuelo paterno, llegado de la vecina isla de
Jamaica. Graduado de técnico medio en electrónica, tras cumplir con el servicio
militar reglamentario en 2002, escuchó por la radio, la convocatoria de la
compañía Danza Fragmentada y…. su vida giró para siempre
Todo
no ha sido fácil en el trayecto, pero su entrega anda salvándole una y otra
vez. Nunca olvida el espectáculo Motivos,
coreografiado y dirigido por Ladislao Navarro, a estrenarse en el teatro Mella
de la Habana. Con apenas dos años en el colectivo, su nivel técnico presentaba
deudas. El reto era alto. Su participación, entró en dudas...
“Me sentía desilusionado,
cuando me llama mi director y me dice: ·¿quieres ir?... pues tienes dos meses
para prepararte. Desde ese momento, no existieron horas. Lo único que tenía en
mi mente era ganarme el puesto. Comencé a dar clases de técnica a las 6:30 de
la mañana con mi director, seguía con las clases de ballet y técnica que tenía
la compañía como entrenamiento diario hasta el mediodía, y después continuaba hasta
las tres o las cuatro de la tarde, tomando clases.
“·Llegaba a mi casa, comía algo, descansaba
unas dos horas y me iba a correr en la pista para aumentar mi resistencia. Así
fue durante un mes y medio, y cuando hicieron la última revisión... me gané la
oportunidad de hacer la gira. Pienso que la disciplina es lo primero que debe
de tener un ser humano, por lo menos es lo primero que me enseñaron mis padres
y mis maestros”.
Inspiración
El éxito en el Gran Prix
Vladimir Malakov, ratifica la justeza del Premio Elfriede Mahler, que le fuera
entregado por las Artes Escénicas de su territorio. El reconocimiento rinde
tributo a una creadora norteamericana que soñó y fundó en la más oriental de
las provincias cubanas, la compañía Danza Libre.
Cuando está bailando, Lowert Elliot deja de
existir. Me lo ha confesado, lo he visto.
Presta su cuerpo y su espíritu, para que el personaje lo habite. Al
dejar la escena, todavía están bailando sus poros y su mente. Necesita un
tiempo para salir:
“Un día me ponen a bailar un dueto sobre el
amor que existe en el repertorio de la compañía, y mi esposa que nunca me había
visto bailarlo, va a esa función. Me
metí tan dentro, que besé a la bailarina en la boca, cosa que no estaba en la
obra…
“Cuando termino, mi esposa se inquieta porque veía que yo
estaba disfrutando ese momento. Yo no me acordaba que había besado a mi
compañera de escena, no lo concebía… hasta que la propia bailarina me dice: ¡Siii, Lowert, me has pegado un beso que
hasta yo me asusté! Solo me dio por reír, porque en ese momento, es como si
hubiera escapado de mí mismo”.
En las cosas cotidianas, en
las cosas sencillas, están las grandes cosas. Para el bailarín, no hay paradojas,
hay razones:
“Todo lo que soy se lo debo a Ladislao
Navarro y a Esther Domínguez, mi profesora de ballet. Ellos son los que
pudieron hacer de mí una obra de arte. No me comparo con un diamante, pero sí con un pedazo de barro que fue tocado
por esas dos maravillosas manos. Ellos pudieron hacer de mí una mejor persona, un
mejor artista”.
“Cada mañana cuando
despierto y veo a mi bebé al lado de mí; cuando le preparo el desayuno a mi
esposa; cuando veo a tantos bailarines a
mi alrededor, tratando de hacer sus historias; cuando me paso un fin de semana
con mi madre, mis hermanos, mi sobrinita. Cada momento de esta vida, ahí es
donde está toda mi inspiración”.
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