Uno de los aspectos que se debaten por estos tiempos son las indemnizaciones que piden antiguos propietarios de florecientes negocios en Cuba, los cuales fueron confiscados por el gobierno de nuestro país; mientras el gobierno de Cuba exige una millonaria indemnización por tantos años de bloqueo económico hacia nuestra isla.
jueves, 22 de octubre de 2015
¿QUIÉN me indemniza a MÍ?
ELSA Santos (EXCLUSIVA para La Isla y La Espina)
Después
de 56 años de hostilidades de todo tipo entre los diferentes gobiernos
imperantes en los Estados Unidos durante ese tiempo y el mismo gobierno cubano,
liderado primero por Fidel Castro y luego de su enfermedad por su hermano Raúl,
parece que ha llegado el momento de poner fin a tanta histeria acumulada a
ambos lados del estrecho de La Florida.
Se han conjugado una
serie de factores que han hecho posible que comience un largo proceso de negociaciones
-al parecer irreversible- entre los gobiernos de los dos países. Muchos
escollos habrá que saltar y el fruto positivo de las negociaciones será visto a
largo plazo, hay mucho odio acumulado y es tanto que en algunos sectores de
Miami parece que pudiera cortarse con una navaja; también del lado de nuestro
país hay heridas profundas que parecen no cicatrizar nunca.
Uno de los aspectos que se debaten por estos tiempos son las indemnizaciones que piden antiguos propietarios de florecientes negocios en Cuba, los cuales fueron confiscados por el gobierno de nuestro país; mientras el gobierno de Cuba exige una millonaria indemnización por tantos años de bloqueo económico hacia nuestra isla.
Después de leer mucho
sobre este tema se me ocurrió de pronto
mirarme el ombligo y surgió la
interrogante que da título a esta viñeta: ¿Quién me indemniza a mí? Porque
parte de mi familia se ha ido en diferentes momentos de esta larga etapa a
residir en el extranjero (básicamente en los Estados Unidos) de ahí que me
cuestione asuntos como los siguientes; ¿Cuántos primos crecieron sin que yo
disfrutara de sus progresos?; ¿Cuántas graduaciones y bodas me perdí? ¿Cuántos
bebés nacieron sin que yo los pudiera arrullar? ¿A cuántos bautizos dejé de asistir? ¿Quién ocupó mi lugar al
lado del féretro de mi tía más querida?
Y si pienso en las
amistades me sucede lo mismo ¿A cuántas he perdido el rumbo de sus destinos?;
¿Por cuántas casas paso sintiendo un nudo en la garganta pues adivino en ellas
a personas que no conozco?; ¿Cuántas veces he tenido que actualizar mi lista de
teléfonos, tachando nombres entrañablemente queridos?
Por eso pienso que
nadie puede indemnizarme, pues el amor y el dolor nunca han podido ser tarifados.
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