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Mensaje de la autora
Familiares y amigos:
No puedo negarles que estar
ausente físicamente en un momento tan deseado como este me entristece, pero
saber que ustedes están representándome en la distancia, atenúa ese efecto.
Muchos de los que hoy me acompañan me instaron, algunos me lo exigieron,
y otros hasta me comprometieron públicamente a escribir finalmente el libro
cuyas ideas centrales bulleron en mi cabeza durante demasiado tiempo. Ya
es una realidad... y desde hace días lo disfruto intensamente.
Si bien
estoy lejos de pensar que es perfecto, la labor de Lina González Madlum,
editora; Marta Mosquera Rosell, en el diseño de la colección; Abel Sánchez
Medina en diseño y composición; Zoilo Fernández en la ilustración de la
cubierta, Idalmis Garbey en la corrección, y de María Teresa Fleitas
Monnar, por prologarlo con la agudeza que la caracteriza siempre, han
hecho posible que sea un bello libro. Gracias a todos por su
profesionalismo.
Gracias
también a los ejecutivos de la UNEAC, especialmente a Rodulfo Vaillant, su
presidente, a Rodolfo Tamayo, director de la editorial Caserón, y a todos los
que hicieron posible esta realidad.
Que En defensa del patrimonio
artístico sea
presentado el 20 de Octubre, Día de la Cultura Cubana, en el que se conmemora
el 69 aniversario de la desaparición física de José Bofill Cayol, es algo
que también agradeceré siempre. La devoción y la entrega total a la defensa de
la cultura cubana y en particular de la santiaguera, fue el centro de la
existencia de este santiaguero ejemplar. Él, junto a José Joaquín Tejada y Juan
Emilio Hernández Giro, por citar solo a los artistas cuya vida y obra medula y
sustancia en esta publicación, son, sin dudas, ejemplos de artistas e
intelectuales dedicados hasta el fin de sus días a enaltecer la Cultura Cubana,
y al terruño que defendieron apasionadamente. Estamos en la obligación de
rendirles este homenaje.
Por último,
quiero agradecer a Reinaldo Cedeño por haber aceptado la petición de presentar
mi libro. Ya habíamos trabajado juntos en un proyecto de investigación que
reunía a varios artistas de la localidad y lo que él escribió sobre ellos me
dejó fascinada, por su sensibilidad, su dominio y por la maestría de su pluma.
Me declaré su admiradora desde el primer momento y él, con tanto trabajo
siempre, aceptó esta nueva tarea.
Estoy hoy
junto a ustedes, queridos, no lo duden...mi orgullo de santiaguera, mi corazón
de cubana está aquí, más que nunca...
Muchas gracias
Lidia Margarita Martínez Bofill
PALABRAS DE PRESENTACIÓN del libro EN
DEFENSA DEL PATRIMONIO ARTÍSTICO de Lidia
Margarita Martínez Bofill
POR Reinaldo Cedeño Pineda
Este es un libro de amor. De amor a Santiago de Cuba, de amor al
arte, de amor filial. Y en tal condición, es ya un libro para atesorar, en
momento de tanta crisis del espíritu. Es un libro de tesis, por la altura de
los argumentos que sostiene, por el ámbito que explora. Es, como dice su
prologuista, la doctora María Teresa Fleitas: “un obsequio valioso (…) un
fragmento inestimable de ese objetivo supremo que es descifrar e
interpretar las claves del comportamiento de las artes plásticas en esta ciudad
(…)”. Es más.
Lidia Margarita Martínez
Bofill fundó en 1983, junto al eminente Francisco Prat Puig y otros profesores
no menos valiosos, la carrera de Historia del Arte en la Universidad de
Oriente, y durante una década fue su directora académica. Siempre creí que algo
había en ella de la apostura de las pinturas clásicas, de la amalgama de
ancestros catalanes, franceses y canarios que forman su vida. Aprovecho para amplificarlo.
Licenciada en Letras y
especialista en Arte Cubano y del Caribe, aunque se ha presentado como
conferencista, crítica, jurado y curadora de exposiciones en la Mayor de las
Antillas y más allá; el grueso de su labor está en la docencia, en haber
injertado en sus alumnos la devoción, la belleza y la trascendencia del arte,
ese que en sus propias palabras “hace volar por encima de todo”.
Ese sustrato, esa autoridad, ese cosmos,
aparece filtrado y acrisolado en este, su primer libro,
En defensa del
patrimonio artístico (Ediciones
Caserón, 2014). Algunos han afirmado que
el siglo diecinueve duró en Santiago de Cuba, 150 años, por el apego a la
estética decimonónica en el universo de las artes plásticas, en otras
manifestaciones.
Uno de los empeños más
interesantes del volumen, a mi modo de ver, es el intento por desentrañar la sicología
creativa de artistas que se parapetaron, cerraron filas, se aferraron a la
figuración, al paisaje rural y urbano, al retrato, a la academia… no por
desconocer las nuevas tendencias, no por
desconocer el mundo; sino por convicción.
Por eso apunta: “Para los
artistas santiagueros, evocar a los héroes, a sus figuras legendarias, tan
cercanas aún en el tiempo (...), el entorno que los rodea, la naturaleza que la
diferencia del resto del país, la ciudad distinta por su morfología, sigue siendo lo nacional y lo auténtico”.
Está hablando de tres maestros de las artes plásticas, a caballo entre dos siglos: José Joaquín
Tejada Revilla (1867-1943), José Bofill
Cayol (1862-1946) y Juan Emilio Hernández Giro (1882-1953).
La autora nos permite
viajar con José Joaquín Tejada, considerado tradicionalmente parte de la trinidad
de paisajistas del diecinueve, junto a Armando Menocal y Leopoldo Romañach.
Viajes a su formación en Barcelona y Europa, a sus excursiones para tomar
apuntes. Por supuesto, hacemos escala en Nueva York, en el encuentro de José
Martí con su obra La confronta o Lista de
Lotería. Ya se sabe que sacó pasaje a la inmortalidad en aquel célebre
artículo publicado en Patria (1894),
en el cual El Maestro le califica como “el pintor nuevo de Cuba”.
Pero, lejos de reiterar,
Lidia Margarita ahonda: en la pedagogía de Tejada que ocupó durante dos
décadas los cargos de profesor y
director de la Academia Municipal de Bellas Artes, en su “exhaustividad y
efectos de larga duración”; en el absurdo prejuicio, en el intento de menoscabar
su alcance, por el hecho de que haber decidido permanecer en su ciudad hasta el
último de sus días.
A Bofill, lo lleva en la sangre. Eso le
permite tener a su alcance documentos únicos que provienen del archivo
familiar. En esa línea se inscribe una carta que uno de sus alumnos le envía
desde París. Se ha leído cierto libro que afirma: “la acuarela no pasa de ser
un dibujo coloreado”. El remitente se permite discrepar: “Me reí de esa frase
hueca, porque pensé en tus acuarelas”. Está hablando Juan Emilio Hernández
Giro. La acuarela será una escuela de larga data en Santiago de Cuba y él, uno
de sus precursores.
Es, sin embargo, en su labor como primer
director del Museo Emilio Bacardí, que la autora halla la nota más alta. Fue
una “tarea agónica”, “tarea de gigante” asegura, aquella de cumplir las
proféticas palabras de Don Emilio al dejarlo inaugurado: “Cuídese, consérvese y
auméntese por los que aquí vivimos
actualmente, y las generaciones venideras, al ver salvado de la destrucción lo
que es historia del pasado”.
Bofill
no escatimó energías para recolectar, mantener, exhibir y promocionar los
fondos del museo. Da gusto asomarse a la vida de un hombre cuidadoso y honrado.
Duele contrastarlo con hechos lamentables ocurridos en fechas no tan lejanas,
en esa propia institución. Lidia Margarita refiere, incluso, que su abuelo
acudió en tiempos difíciles a la exhibición de un cocodrilo vivo en el patio
del Museo, para aumentar las visitas. De tal magnitud era su compromiso.
Aparece la construcción
del Callejón que lleva el nombre de Bofill con sus pretorios, faroles, puertas,
tejas criollas…, la comunicación constante con Oscar María de Rojas fundador
del segundo museo cubano en Cárdenas y su preocupación por la inauguración del
Museo Nacional en La Habana que le pareció “un pulpo (…) que lo quiere
todo”.
En otra circunstancia afirmaría: “Si nos
descuidamos hasta el Árbol de la Paz se lo llevan para trasplantarlo en algún
parque”. Y todavía habrá espacio para comentar la cólera del director, cuando
manos inescrupulosas pretendieron comprarle la imprenta donde había sido
redactado El Cubano Libre.
Tal vez no se sabrá
nunca cuanto despojo impidió, cuanto conservamos aún gracias a su celo
irredento. El capítulo “José Bofill Cayol, santiaguero ilustre”, arroja luz de
mano muy cercana, para empezar a saldar la deuda de gratitud que esta ciudad
debe a una obra silenciosa, tenaz.
En defensa del patrimonio artístico se aproxima a la vida de Juan
Emilio Hernández Giro, a su minuciosidad en los detalles, su enseñanza; a su
legado en obras sobre temas históricos, bien desde el óleo, bien desde la
acuarela. También a sus juicios sobre el papel del crítico, del crítico cubano
para “llevar con más facilidad a la
inteligencia del público, la verdadera significación del arte”.
El cierre del libro explora los vasos
comunicantes entre puertorriqueños, dominicanos y santiagueros, unidos por las
cercanías geográficas, por las condiciones sociales, por el mismo propósito de exaltar lo suyo, de
defenderlo de la penetración y la desidia. Nombres como los de Ramón Frade o
Francisco Oller dentro del trauma de la ocupación yanqui de Borinquen o el
de Luis Desangles, igual de dominicano que de santiaguero, desfilan en sus
páginas.
Al final, como un regalo,
aparecen algunas imágenes ponga usted los colores ya tan entrañables como La
Confronta, El Callejón del Guayo
(Tejada), Placita de Santo Tomás
(Bofill), La florista (Hernández
Giro) o Retrato de negro (Desangles)
Incluso, se permite, traer unas
caricaturas realizadas a Tejada y a Bofill de la mano de Félix B. Caignet… nada
menos.
Sospecho, tengo la certeza de que en este mismo instante, la
autora ha de estar nerviosa, resguardada, presta en su ordenador, esperando
fotos y resonancias. Y si sospechan que he sido demasiado prolijo, se
equivocan: En defensa del patrimonio artístico, naturalmente, reserva mucho más de lo
que he podido decir.
.Sé es cubano esencialmente porque sé quiere
serlo; aunque las palmas haya que buscarla en los huesos. Desde el amor, sin
chovinismos, sin estridencias, este libro me ha hecho más santiaguero. Déjense
abrazar por él.
Santiago de Cuba, UNEAC. 20 de octubre. Día
de la Cultura cubana
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