Hoy cumple ciento once años. Un uno al lado de otro, y todavía otro más. ¿Quién puede ufanarse de semejante cifra sobre sus huesos? Tal vez quiere estar sola, que nadie le recuerde tantos años; pero otra vez la casa llena, la gente extraña.
Yo inclino la cabeza, hago lo que puedo; pero también soy un extraño. Estoy atrapado en sus ciento once años.
−¿Qué hizo para llegar hasta aquí?
−Nada, mi’jo… es que el Señor no me ha llamado, todavía…
Eufemia Rojas Hernández tiene ciento once años. Vive en el poblado de Boniato, en Avenida Federico Rey número 1103, después de la cañada…
−¿Cuántos hijos… Eufemia?
−¡¿Diecisiete?!...
−¡Tantos!
−Da pena ahora eso, ¿verdad?…
Y quiere esconderse detrás de la sonrisa…
−Me casé con Mario Castillo, mi esposo, a los diecisiete años… ¿Usted lo ha oído mentar?... Si él era mi marido, y me procuraba, yo no lo podía botar…
−¿Nunca quiso sacarse ningún hijo?
−No, ¡No!... ¿Acabar con una vida? Yo no tenía corazón para eso…
−¿Y lo quiso mucho?
−¿A quién?
−A Mario, digo…
−¡¿Qué si lo quise?!... Vea usted, ¡mucho, lo quise mucho! … Trabajaba en el campo, y a él no le gustaba que yo lo hiciera. Murió en el año sesenta y uno…hace más de cuarenta años… Todavía cuando me encuentro sola, pienso mucho en él, no crea.
−¿Y que hacía en la casa?
−He sido muy casera: lavar, planchar, cocinar. Me acostumbré a la vida en el campo. Me gustan mucho las flores, siempre sembraba flores. Y me gustaba mucho cantar cuando joven, después ya no…
−¿Y por qué no siguió cantando?
−Mi vida ha sido dura, no crea. Crié a todos mis hijos sin maltratarlos, pero todos con respeto. Y crié a los nietos, ya no sé ni a cuentos crié…. Se me murió uno de mis hijos de meses, de una “malesa de barriga”, no era como ahora. Mi vida ha sido dura, la soledad me ha perseguido, porque se me han muerto otros hijos y mis mejores amigas… y las hijas de mis amigas… ¿Sabe usted lo que es la muerte de un hijo?
He hurgado en las tristezas sin saber.
Y la pregunta terrible queda en el aire…
Eufemia Rojas Hernández nació en Dos Caminos de San Luis, más adentro. En su carné de identidad hay una fecha: 20 de marzo de 1890. Vuelvo a leerla para asegurarme. Todos afirman que, en realidad, nació… un año antes. La cuenta familiar casi se ha perdido: ochenta y cuatro nietos, más de trescientos de familia entre biznietos y tataranietos. Incluso hay un chozno por ahí, el nieto de la cuarta generación.
Y su niñez andan prendida a unos pocos detalles, pero ¡qué detalles!:
−Cuando empezó la guerra, ya no recuerdo donde vivíamos, tuvimos que cambiar del campo para Santiago. ¡Todo estaba malo! Recuerdo que bajábamos por un camino a caballo, tenía como seis años. Mi abuelita me presentó a una señora que me dijo que era mi madrina; pero no me acuerdo de ella. De lo que me acuerdo es de mis medias azules. El caballo pisó un charco y me salpicó mis medias…
−Pero, ¿es verdad que usted se acuerda de la guerra?
−Lo que recuerdo es que mi mamá tenía unos cuantos hijos, se le enfermaron dos y murieron. Andaba la viruela y moría gente... ¡uhhhhh!, en cantidad. Yo andaba allí, de arriba para abajo, y nunca me enfermé. Recuerdo que yo estaba en una casa, en una casa grande, llena de gente. Y me llamaban al coro para rezar, cuando la gente moría…
Eufemia está hablando de los años terribles de finales del diecinueve, del traslado forzoso de la población rural hacia las áreas urbanas. Está hablando como testigo de excepción de la Reconcentración de Weyler.
−Usted tiene una salud de hierro desde muy chiquita, Eufemia…Todo el mundo no llega a su edad….
−Eso si es verdad mi’jo… pero ya mi salud no es de hierro, no. Estoy tan gastada, ya he vivido bastante...
−¿Qué pasa, es que ya usted no ve?
−No, casi no veo; pero no crea, así entre sombras, le veo su cara buena… Yo no he perdido el gusto, ¿sabe?...
Y me sorprendo besando a una mujer de ciento once años. Ojalá pudiera ser el beso más tierno que le hayan dado nunca; pero ya sé que es demasiado, soy un extraño que ha llegado con una grabadora.
−¿Entonces todavía ve algo…?
−Sombras, sombras… pero yo cosía hasta el otro día. Y me cocinaba sola hasta los 107 años.
−Pero, ¿cómo se puede llegar hasta su edad?, insisto…
− Hay que cuidarse, chico, cuidarse…
−¿Cuidarse de qué, Eufemia?
−Tantas cosas, que si voy a mentarle… De todo lo que pueda hacerle daño. Siempre he sido enemiga del pleito. Con mi marido, podría tener un celito; pero un pleito, eso no. Tampoco hay que envidiarle nada a nadie…
−¿Y usted se cuidaba después de tener tantos hijos?
−Sí… yo no hacía disparates durante un tiempo…nada de bañarse enseguida después de comer, ni de peinarte hasta dos horas después… para que no te diera algo.
−¿Usted fuma?
−Algunas veces me daba idea; pero he fumado muy poco en mi vida.
−¿Y qué le gustaba comer… qué le gusta?
−Después de parir, todos los días me comía una gallina. Y la leche, me gusta mucho. Siempre he tomado mucha sopa… pero no sé si será eso lo que ha ayudado a llegar hasta aquí, yo misma me digo. No sé que será…
−Yo quisiera llegar a los ciento once años. Dígame como se puede, por favor…
−Pero… ¡ay chico!, ¿sabes lo que son ciento once años?... ¿De verdad tú quieres estar así?... Estoy conforme con lo que Dios me ha dispuesto, pero no hice nadie especial. Lo único… creo que de buena me he pasado, con mi familia y mis vecinos. No le he hecho mal a nadie, ni se lo he deseado… sino, ¿usted cree que Dios me permitiría todavía estar aquí?
NOTA: (La entrevista fue realizada en marzo del año 2000. Eufemia murió el 31 de enero del 2001)
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