“Cuando alguien tiene un sueño, todo el
universo conspira para que pueda realizarlo”
Paulo Coelho, El Alquimista
LIDIA SOCA MEDINA
A mis dieciocho comprendí que jamás volvería a caminar. Fue algo
que mi intelecto siempre supo. Como esas nociones abstractas que repites en la
escuela, pero que jamás llegas a comprender, al punto de dudar si son reales.
Cuando naces con una polineuropatía degenerativa te repiten hasta el cansancio
que cada vez será peor. Tus músculos se irán consumiendo, dejándote sin
fuerzas, sin esperanzas… tal vez sin futuro. Pero los niños tienen el don de la
eternidad: yo miraba mis piernas que pese a sus fallas aún me sostenían y como
todos, también comencé a construir sueños estandarizados, de esos que la
sociedad produce en serie y se nos van inoculando a través de los juegos, la
tele y las costumbres.
El tiempo apareció poco después, cuando comenzaron a lloverme
aparatos dolorosos, consultas y médicos lúgubres que me recetaban más
desesperanza. La mayoría de las personas
no son consientes del poder de las palabras. Las dejan caer a la ligera, por
mero descuido en la vida de otros sin medir las consecuencias. Dando tumbos
(físicos y espirituales) pasé toda mi adolescencia intentando seguir caminos
prefabricados, ser como mis compañeros, mis amigos, ¡como todo el mundo! A fin
de cuentas esa es la edad de los reflejos.
Queremos parecernos siempre a alguien más, probando todas las
personalidades, apariencias y circunstancias disponibles. También yo lo
intenté, pero cada vez me iba de bruces contra los muros de mi propio cuerpo
hasta convencerme de la verdad más amarga y extraordinaria de mi vida: soy diferente.
En ese momento apareció El Alquimista, de Paulo Coelho.
Las historias de símbolos son siempre fascinantes, y tan ricas que
aún no he conocido dos personas que hayan extraído un mismo significado de
estas páginas. Para muchos, se trata del viaje de Santiago, un joven español
que soñó con un tesoro escondido al pie de las pirámides y lo abandona todo
para salir en su búsqueda. En su exótico camino a través del Sahara conoce
mucha gente, pero sobre todo: aprende a conocer su propia alma que habla, vive
y siente una conexión profunda con el alma de todas las cosas.
Fiel a su nombre, El Alquimista comenzó a transformarme, como
quien atisba una rajadura de luz en medio de la oscuridad. Más allá de mis
miedos existía otro universo donde las circunstancias no son zancadillas
inútiles, sino lecciones. Aprenderlas o no depende de cada cual. No existen “castigos”,
sino meras consecuencias de nuestros pensamientos y acciones. Me demostró que
ya no valía preguntarse ¿por qué yo?
si no: para
qué yo. Para qué son estas herramientas de vida, porque
vivir sin aprender es sólo un ejercicio biológico. Algo tan estéril que el
hombre es la única criatura lo suficientemente estúpida para practicarlo.
Hoy vivo la vida como el milagro que es. Acepto mis limitaciones y
agradezco mis capacidades como el ser único que soy, que somos todos. El Alquimista
fue la brújula que me
devolvió al camino y me hizo desprenderme de las sombras para buscar mi Leyenda Personal, tal como hizo su
protagonista. Sobre todas las cosas me demostró que yo también podía encontrar
tesoros, que no se necesitan piernas cuando te nacen alas y el único límite lo
pone la voluntad.
Desde entonces mi espíritu ha recorrido muchas veces esas arenas,
bebido de sus oasis y en cada viaje mi mente se expande en busca de sueños.
Todo buen libro es también un Alquimista, transforma la ignorancia en conocimiento
como los antiguos creían que podía transmutar el plomo en oro. Incluso pueden
también llegar a descubrir el Elixir de la Larga Vida, porque las palabras, las
palabras sabias y útiles a los hombres perviven en la eternidad como las mentes
de sus creadores. A Coelho, a ustedes, a cada persona que alguna vez soñó
escribir una página de fe para sus semejantes: gracias.
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RUDYARD KIPLING. Los libros son manantiales, de Pedro Manuel Calzada Ajete
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