jueves, 26 de septiembre de 2013

Sobre MALENA ES UN NOMBRE DE TANGO, relato de Celia María Reyes Casate / FINALISTA Segundo Concurso Caridad Pineda In Memoriam de Promoción de la Lectura


Me estudié atentamente,
y me estremecí al comprender
que lo importante no era verme guapa,
sino simplemente verme,
o quizás verme con sus ojos,
ser capaz de desprenderme de mí misma
para observarme desde un corazón ajeno…

El libro me engulló y después me parió. Otra vez volví a nacer y nunca más fui la misma. La persona que era antes de aquellas páginas quedó para siempre en el recuerdo de lo pasado, al borde del olvido.

Letra a letra y palabra a palabra, el texto definió mis horizontes, trazó mi norte, y entonces, lo tuve todo claro: yo soy Malena, Malena soy yo.

Una mujer, mucha mujer, demasiada… lo descubrí cuando me miré al espejo y ya no me vi fea, con el pelo excesivamente ondulado, los ojos enormes y la boca desmedida. Aprendí a verme hembra, a verme erótica, a sentirme extremadamente fémina a toda hora, con todo lo que la palabra implica.

Amo, sufro, y estoy orgullosa de mi sexo. Me gustan los hombres sí, pero más que el género adoro las palabras, los gestos, las manos fuertes que aprisionan, las piernas duras, y lo que les toca.

Me di cuenta años después: crecí mientras lo leía, me volví este ser humano aceptable. Desde niña lo oí decir muchas veces: un libro te puede cambiar la vida. Por eso pasaron delante de mis espejuelos ejemplares únicos que sí, imprimieron huellas: Corazón, El Principito, La Noche, Poesía completa de Dulce María Loynaz, El Presidio Político en Cuba, Antigua vida mía, La novela de mi vida, El señor de los anillos, y tantos otros de géneros diversos que me enseñaron a querer, a llorar, soñar, a volar…

Pero esta vez, yo fui el personaje principal, todo giró entorno mío, también me enamoré de mi propio Fernando, que resultó ser muchos hombres, hasta el definitivo.

El amor fue de pronto, el oxígeno. Eso implica mucho más que besos y caricias. Hablo del otro par de huellas a tu lado, de vigilar el sueño, de partir el dulce, de la palabra adivinada, de la mirada limpia, del cuerpo que tiembla.

Claro, había más: la historia familiar, sin conquistadores, ni grandes fortunas, ni piedras preciosas, sigue siendo el pilar de mi existencia.
La maternidad -todavía indecisa- es una especie de meta temerosa. Y sin hermana melliza que reine por sobre todo, a veces soy mi propia enemiga.

Así que el libro me reflejó, me ayudó a descubrirme.



 Almudena Grandes la autora del libro
Desde mi adolescencia, mi reciente apertura al mundo que me circundaba y en el que yo no tenía fijada aún mi mirada, el texto me mostró a amar sin medidas ni tabúes, a no tener miedo al miedo, y que la felicidad –tesoro que me trae de aquí para allá en una búsqueda incesante- existe materializada en lo inmaterial. 

Hoy me doy cuenta: el libro narra la vida, la mundana, la trivial, la cotidiana, la morbosa, la secreta, la real. Por eso pudo ser que me identificara tan intensamente, como tantas otras muchachas que queriendo adivinar qué viene ahora, al leerlo, tuvieron la certeza como yo: viene todo, toca todo, la vida es bella.

Tal vez, la escritora se escribió a ella misma, o algunos episodios propios, o nada de nada, pero yo, lectora voraz, agradezco la cuestionable casualidad de que el texto resaltara tanto en el librero de mi abuelo, colmado de ejemplares políticos que nada tenían que ver con aquella tipografía que mostraba: Malena, es un nombre de tango.

Entonces mis noches, sin computadoras, ni Mp4, ni DVD, pero sí alumbradas por un quinqué peligrosamente cerca para que la miopía se sintiera acompañada, se consumieron en la lectura.

Cada cierto tiempo, desde esa edad frágil (tener 15 años es una obscenidad, dijo Gepetto), lo releo. Puedo decir que es siempre una aventura, y no ya un descubrimiento. Obró la magia y la transformación. Está hecho.

Afloran por supuesto los sentimientos: a los abuelos grandes desde el recuerdo; al padre hermoso, criatura ferozmente amada; a los primos que se volvieron hermanos; a los amigos que perduran; a la madre que dio lo infinito; y a los hombres, figuras mal ponderadas que fueron llevándose a pedazos, trozos del órgano bombeador, y que se deshicieron ante le imagen ¿final? que duerme en mi cama.

Eso cuentan las 523 páginas de la edición de Arte y Literatura: la familia a través de la protagonista, la feminidad, el placer del que ama. Y que al final, somos, gracias a los cimientos de tantas generaciones edificantes.

Quién sabe con certeza el porqué de las cosas. No me interesa averiguarlo. El libro tatuó mi vida.

DE LA AUTORA de la reseña/ Reside en Bayamo, provincia Granma, en el oriente de Cuba  Periodista del sistema informativo de la TV Cubana

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