lunes, 23 de septiembre de 2013
Neruda a flor de piel: NOEL PÉREZ GARCÍA / Finalista Segundo Concurso Caridad Pineda In Memoriam de Promoción de la Lectura
♣ Como marcó su vida El
Cartero de Neruda de
Antonio Skárrmeta
—-Póngame la millonaria, maestro.
Escurrió la
frase entre el bulto de cartas; una frase nacida con aquel primer litro de
saliva, destinado a digerir la suerte de servirle como cartero al gran poeta,
el único cliente del correo postal en la Isla Negra.
En ese
entonces, con sus diecisiete años, Mario Jiménez aún ignoraba los versos del
bardo; lo que no impidió que con su primer salario se agenciara las Odas elementales y,
a fuerza de cargarlas de un lado al otro, se acercara por primera vez a la obra de Neruda.
Así, cuando
le acercó el libro al poeta, ya Mario podía considerarse un experto en la
poética nerudiana, al menos si lo comparo conmigo, que aún hoy solo guardo del
vate las estrellas que titilan en el cielo y la difusa imagen de una mujer que
calla, como ausente.
Luego, en
ese azar común de lo desconocido, tal vez pude ser Mario, y quedar con las Odas elementales entre las manos y un
“Cordialmente, Pablo Neruda” que me sabía a nada, porque mejor hubiera sido un
“A mi entrañable amigo Mario Jiménez, Pablo Neruda”, que alardeara frente a las
bellísimas
mujeres que me deparara el futuro.
A su vez, y
por aquello de los equilibrios y la materia, Mario sería ese que descubrió un
libro en los anaqueles de una biblioteca, y al leer El cartero
de Neruda, sintió iluminarse el hipotético y
recurrente bombillo, sin saber a ciencia cierta qué motivos lo impulsaban a
leer a un autor desconocido —Antonio Skármeta
lo seguiría siendo, de cierta forma, durante mucho
tiempo más—, y las extrañas circunstancias que enlazan las vidas de Pablo
Neruda y su joven cartero. Quizás, con un poco de suspicacia, recordaría una
obra teatral de igual nombre, que tampoco había visto, y sería otro huevo y
otra gallina en su eterna pujanza por saber quién fue primero. Pero solo
quizás. Lo cierto es que, como siempre, primero fue una oración…y hasta el
punto final.
Pronto
descubriría que, en esencia, El cartero de Neruda es una historia de amor, o
mejor, dos (y hasta tres) historias de amor, a las que volvería una y otra vez,
retomando risas y llanto en las mismas páginas, con las mismas imágenes de la
primera lectura; aunque en el momento en que apenas esbozaba la primera
sonrisa… —¡Putas
que me gustaría ser poeta! —¡Hombre! En Chile todos son poetas. Es más original
que sigas siendo cartero. Por lo menos caminas mucho y no engordas. En Chile
todos los poetas somos guatones…, aún no imaginaba que tendría la oportunidad de comprar
el libro, en su hermosa edición de la colección Honda de Casa de las Américas,
no una, sino dos, tres…¡seis veces!, y regalarlo en cada oportunidad a esas
personas imprescindibles; hasta quedar como al principio: sin un libro y con la
historia de Neruda y su cartero —o viceversa, definitivamente viceversa—
revoloteándole en los sentidos.
¿Qué unió a
estos hombres? ¿Qué sirvió de puente entre tantos abismos: la edad, el
intelecto, la profesión? Como suele ocurrir, una mujer: Beatriz. Las Beatrices producen amores inconmensurables. Y
esta Beatriz era una de esas. Capaz de dejar sin habla a un hombre, de
enfrentar la paciencia del poeta con la ríspida picardía de una madre; de
tender palabras y complicidades entre Neruda y su cartero.
Complicidades
que se revelarían en una carta y una “grabadora Sony de micrófono incorporado”
como postdata (¡Yo sabía que la
primera carta de mi vida tenía que venir con posdata!); en la que el vate pedía a su joven amigo Mándame los
sonidos de mi casa. Petición que se lee como un golpe en el pecho, y otra vez
se comparte el nudo en la garganta.
De ahí en
lo adelante, El cartero de Neruda solo
se puede leer con la sensibilidad a flor de piel; sintiendo en carne propia cada
acción, leyendo los diálogos como nacidos de un misma boca; mérito del autor
que, tal vez conmocionado por sus propios personajes, los dejó libres, les dio
la vida sin ese aliento divino, legó hombres y mujeres de carne y hueso, que
susurran al oído del lector o se escuchan como el estridente llanto del pequeño
Pablo Neftalí Jiménez González, en la grabadora del poeta.
¿Ficción o
realidad? Lo uno y lo otro; parece decir el autor en su Prólogo y Epílogo. Yo
guardo mi opinión, forjada en innumeras lecturas entre el sonido de campanas y
el rumor del mar; con las
Obras
completas de Neruda al alcance de la
mano, donde a ratos leo, en tinta verde, “A
mi entrañable amigo y compañero Mario Jiménez, Pablo Neruda”.
NOTA: Este trabajo también ganó el premio del
Centro Provincial del Libro de Santiago de Cuba.
Noel Pérez García (Santiago de Cuba, 1982)
Graduado de Licenciado en Bioquímica en 2006,
por la Universidad
de la Habana. Especialista en Comunicación y Promoción de la Ciencia del Centro Nacional
de Electromagnetismo Aplicado (CNEA), Santiago de Cuba. Ganador del Primer Concurso Caridad "Pineda in Memoriam". Egresado del Centro de Formación
Literaria “Onelio Jorge Cardoso”. Curso 2012-2013.
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