viernes, 27 de septiembre de 2013

LA BIBLIA. Literatura mística / cultura general: YOLANDA CARIDAD BRITO ÁLVAREZ / Segundo Concurso Caridad Pineda in Memoriam de Promoción de la Lectura.





  La obra mereció el Premio del Centro Cultural y de Animación Misionera San Antonio María Claret, institución invitada al Concurso.


Los buenos libros siempre dejan  huellas. La lista se me haría interminable. Entro en una Biblioteca, y  cada libro me sirve para algo diferente, y quisiera haber podido leerlos todos: los de lectura fácil, los embarazosos, los entretenidos, los aburridos, los serenos, los aguerridos… me enseñan todo lo que no sé, que es mucho. Cuando leo, aprendo, y qué dicha, al comprobar lo útil de ese conocimiento ante  cualquier circunstancia o detalle de la vida.

Sin embargo,  no tengo dudas para seleccionar  la lectura que cambió mi vida. Es  un libro difícil de leer y a la vez, atrayente;  denso, pero, al mismo tiempo, inspirador, transformador. Es el de mayor número de ejemplares  publicado en el mundo, se  ha  traducido a la mayor cantidad  de idiomas y dialectos,  ha recibido la mayor cantidad de críticas y escarnios; pero también,    ha servido para “cambiar” la mayor cantidad de personas a lo largo y ancho del planeta, es el libro  cabecera de miles de lectores.  Tal es la riqueza de su cultura, la fuerza de su mensaje, la mística de sus palabras  y el embrujo de su espiritualidad. La lectura  que marcó mi vida fue  la  Biblia.

El compendio recoge 66 textos, escritos por decenas de eruditos, historiadores, reyes, poetas, médicos, funcionarios públicos y predicadores,  en diferentes idiomas y géneros literarios, en correspondencia con los intereses de sus autores, teniendo en cuenta  públicos diferentes, incluyéndonos a nosotros,   después de alrededor  de dos mil años de la redacción de los últimos manuscritos, en el Siglo I. Es el libro histórico-religioso básico del cristianismo, que inspira la fe y engrandece el espíritu de estos creyentes, pero que, además, es estudiado  de forma laica  por quienes la leen en busca de sus tesoros culturales; soslayando  su principal naturaleza o razón de ser.

Por tanto, como todo buen libro tiene, entre otros,  dos niveles básicos de lectura: una intelectual y otra místico-espiritual, de las cuales  pueden derivarse  múltiples interpretaciones, según sean los  propósitos o búsquedas del lector

Está dividido en dos grandes partes: El Antiguo Testamento (AT), que se ocupa de la historia del judaísmo;  del surgimiento y consolidación de las leyes, poesía, cultura y tradiciones del pueblo hebreo. Cuenta la fuerza de las hazañas inspiradas en su Dios, las diversas maneras en que manifestaban su fe, las conquistas por defender  su tierra, las luchas por ser libres, el arraigo a su identidad nacional, sus errores, su marcada violencia y androcentrismo,  sus caídas, lamentos,   poesías, etc. Se narran en estas páginas, los testimonios de pueblo “elegido”, el que  serviría de nacionalidad a  Jesucristo, dando cuenta de lo que tenía de parecido a los demás; en tanto  de sui géneris o de identidad propia.

Y el Nuevo Testamento (NT), que   nos sitúa contextualmente en la encrucijada de las dos grandes eras de la humanidad: Antes de Cristo (AC) y después de Cristo (DC); hecho que habla por sí solo de la trascendencia de su contenido en el llamado “mundo occidental” en el cual hemos nacido y vivido millones de personas. A los primeros textos de esta parte, se les llama Evangelios, y revelan la figura de Jesús,  el sencillo nazareno,  el esperado libertador del imperio romano, el Maestro que anunció  “buenas nuevas”, el Cordero capaz de sufrir por sus amigos, el que curó a los enfermos y alimentó a los hambrientos, el que identificó, valoró y defendió a la  mujer y a los niños,  haciendo notable su opción por los más vulnerables,  pobres o discriminados de la sociedad en que vivió.  Pero, además, el NT incluye en su selección, la historia -- “Hechos”-- de la fundación de la Iglesia Cristiana,  esparcida hoy en todos los continentes;  así como un selecto número de epístolas, de una belleza y una importancia sin límites en la formación de la conciencia humanística,  ética o filosófica;  sin que se pueda obviar,   la talla simbólica del discurso poético del Apocalipsis, que traslada a soñar y trabajar metafóricamente por un  “reino” posible.

La Biblia es pues, un solo libro,  integrado por muchas partes y escrito a lo largo de cientos de años. Podría decirse, capítulos de una larga novela, por la coherencia y unidad  que guarda de principio a final, encaminados a la búsqueda de los verdaderos valores para el ser humano y a la perseverancia del Dios-amor, a cuya imagen puede llegar el hombre y la mujer que lo inquiere, en aras de paz, amor y  estabilidad plena.

La Biblia marcó mi vida principalmente por la manera en que su lenguaje metafórico y espiritual penetra los sentidos para ir haciéndose praxis después de las lecturas. Si necesito un fragmento que  estimule,  o un  poema que haga suspirar, sencillo como una flor,  profundo como el mar, voy a los Salmos. Me  hubiera gustado leerlos en el hebreo en que fueron  escritos, sin pasar por las preferencias de los traductores. No obstante, tiene ese poder mágico de la “poiesis” de que hablaba Lezama.

Si busco un consejo para mis  nietos, voy a los Proverbios, al Eclesiastés, a las cartas de Pablo; pero si quiero un modelo de ética social, acudo al antiguo decálogo del jurista Moisés,  envuelto en la mística del Monte Sinaí: no matarás, no codiciarás lo ajeno, no robarás, cuidarás a quien trabaje contigo, honrarás a tu familia, etc. Si  lisonjear al esposo,  leo el Cantar de los Cantares. Si investigar sobre historia antigua, arqueología o manifestaciones esotéricas, voy al Éxodo o a los profetas. Si  saber los pasos de la evolución de la humanidad, leo el poema del Génesis. Si  profundizar en un ejemplo de vida, de hermano, de revolucionario, de amigo fiel, releo la difícil y ejemplar  vida de Jesús.

 

Me asombro con los desastres, con la violencia intrafamiliar y social del mundo antiguo; a veces, con sus injusticias e iconoclasia, otras con su solidaridad  y constancia. Me revelo ante el tratamiento dado a la mujer en esa nación, sin olvidar los subterfugios de los que transcribieron los  manuscritos,  aferrados a una cultura  hegemónica, vista solo desde lo masculino,   que fue tan poderosa y manipuladora que se multiplicó hasta nuestra contemporaneidad.

No obstante, mujeres  como Esther, Débora, Miriam, María, Magdalena, etc.,   revelan que otro modelo de mujer es posible, como “las sin nombre” de los Evangelios, las valientes que acompañaron al Guía  hasta su muerte en la cruz, porque encontraron en este hombre una ternura diferente, comprensión de su realidad, un amigo a quien perfumar con la más costosa fragancia. Muchas de estas mujeres   sufrieron los duros tiempos de la persecución de los romanos, mientras en sus hogares se reunían los primeros seguidores de aquel Jesús milagroso que las había liberado para siempre. La Biblia es un libro que conlleva otras lecturas, a indagar más sobre el tema seleccionado en cada ocasión, a profundizar en los antecedentes de una cultura a la que pertenecemos por herencia, pues estamos marcados consciente o inconscientemente con sus postulados éticos y tradiciones.

 Pedro, uno de los apóstoles-escritores,  asegura: “Siendo renacidos… por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (I Pedro 1: 23). Ese es  el “misterio” de la Biblia, que produce cambios y no envejece, es eterna. Ni siquiera el más intransigente detractor ha podido renunciar, después de su lectura, a citarla, recordarla, pensarla, tenerla en cuenta;  atribución que la ha catalogado   como divina o sacra, como “Palabra de Dios”. No porque Dios haya tomado tinta o papel, o cueros y gubia para graficarla; sino porque discierne los espíritus, se identifica con el lector, traspasa las barreras lingüísticas, composicionales, estructurales y deja  huella, visible o no, reconocida o no, aceptada o no, pero penetra en alguno de sus dos grandes campos de actuación: intelectual y espiritual – o en ambos, como es mi caso.

 
Me encanta, finalmente, catalogar la Biblia como  el libro del Amor, porque es el libro que explica a Dios, que no puede ser entendido de otra manera que no sea en esta espontánea y profunda palabra que se hace en nosotros notoria cuando nos entregamos o  gustamos de algo o de alguien. Es “el libro del Dios-Amor” que enseña, inspira, marca el camino, brilla delante como una luz para los momentos de oscuridad, muestra como construir de la mejor manera  el “reino”  que construimos aquí y ahora, por extraño y difícil que  parezca  esta utopía. Es, además,  una carta de triunfo para la educación. Pablo le dice al joven  Timoteo que la lectura de: “las Sagradas Escrituras… (es)  útil para enseñar y reprender, para corregir y educar en una vida de rectitud, para que el hombre  esté capacitado y completamente preparado para hacer toda clase de bien”. (2 Timoteo 3:14-17). La Biblia es una lectura en presente, que va haciendo su labor  repetidamente,  desde la conciencia y los sentires a medida que se lee, que ennoblece los espíritus, por eso, “marca la vida”.Es un libro excepcional.

 
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(Al centro, Yolanda Brito, la autora. A su izquierda, Alfredo Zaldívar, director de Ediciones Matanzas y a la derecha Humberto Rodríguez, director del Museo de Jagüey Grande, provincia de Matanzas, occidente de Cuba)

DE LA AUTORA / YOLANDA C. BRITO ALVAREZ (Agramonte, 1948)

Lic.en Filología en la Universidad de la Habana y en Educación Cristiana
en la Universidad Evangélica Latinoamericana de Costa Rica. Fue directora de la Biblioteca "Antonio Maceo" por 15 años.  Se ha destacado como animadora de proyectos culturales dedicados a niños/as, así como en la labor de rescate y divulgación de la vida y obra del poeta matancero Agustín Acosta, de quien ha publicado dos libros. Es reconocido su desempeño en el campo ecuménico y en la actualidad colabora con los programas de la Iglesia Morava en Cuba.

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