martes, 17 de septiembre de 2013

Escaleras a un cielo demasiado lejos: Rodolfo Tamayo Castellanos // MENCIÓN Segundo Concurso Caridad Pineda In Memoriam de Promoción de la Lectura

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Rodolfo Tamayo Castellanos

♣ Como marcaron su vida los libros Vámonos y El Principito

Todo comenzó con EL pequeño príncipe y aquello de un hombre que aprendió a pilotear aviones para estar más cerca de las estrellas. La lectura de ese libro despertó un sentimiento común con el autor, la imaginación y búsqueda para realizar un sueño. Estaba decidido a lograr mi propósito: Alcanzar las estrellas. Entonces tenía 10 años y no se me ocurrió otra cosa que indagar en la biblioteca de la escuela. Encontré libros en los que hadas y caballitos jorobaditos eran capaces de alzarte entre las nubes. Pero llegar  hasta las nubes no era suficiente para mí. Yo quería ir al Cosmos, además no creí que apareciera algún animal fantástico que cumpliera mis sueños, así que fui a un estanquillo en la Avenida Martí y Reloj, en el que un señor vendía libros de uso, allí supe donde quedaban las librerías; hubiera sido fácil decirle a mis padres que me compraran los libros, pero era algo que quería hacer por mí mismo, además ellos siempre me preguntaban, y la verdad no deseaba que se enteraran del por qué. Iba a adquirir toda la bibliografía sobre el Cosmos y la ingeniería espacial que pudiera hallar; mi objetivo era construir una nave espacial. De modo que rompí varias pelotas plásticas que por aquel entonces se utilizaban como alcancías y me fui a las librerías de la calle Enramadas. En una librería con muchos espejos, y el retrato de una persona que por varios años pensé que era una mujer (luego supe que era Amado Ramón Sánchez), encontré Vámonos, el cual marcó mi vida al igual que EL pequeño príncipe. El libro trataba sobre el cubano Arnaldo Tamayo Méndez quien, luego de ser piloto de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, fue seleccionado para el programa espacial en la Unión Soviética. Narraba las peripecias del entrenamiento, la vida en el cosmódromo, las características de la “Soyuz”, del despegue, la vida en el Cosmos y el regreso a la Tierra. En ese momento el libro fue para mí fue como una Biblia, además tenía unas imágenes en papel cromado que eran oro para los ojos. Me hice asiduo a la librería y también a la de libros de uso; en ellas conseguí bibliografía con esquemas e información más detallada. Sin embargo Vámonos fue decisivo. Me animó saber que un cubano logró viajar hacia las estrellas; quizá yo pudiera lograrlo. Esos libros  fueron como las novelas de caballería para el Quijote. Yo los devoraba, también los textos sobre Química y Física nuclear sin entender bien de qué se hablaba. En mi cabeza se distorsionaron aquellas cosas hasta que consideré terminado el aprendizaje. Algo sí tenía claro, construir una nave espacial era una empresa difícil, por lo que decidí probar inicialmente con un satélite. Había leído sobre el primer satélite que orbitó alrededor de nuestro plantea: el “Sputnik”, por lo que debía ser una tarea más sencilla. Pero comprendí que no podía hacerlo solo; recluté a algunos compañeros de la escuela, les hablé con el tono trascendental de los libros de Historia de Rusia. Quizá no entendieron lo que dije, pero les gustó el derroche de palabras que me gasté en ellos. 



(La inolvidable imagen del cubano Arnaldo Tamayo y el soviético Yuri Romanenko en el vuelo conjunto al Cosmos en 1980)

    Llevaríamos a cabo el proyecto en casa de un compañero de aula, cuyos familiares no estaban la mayor parte del tiempo, por lo que tenían menos posibilidades de entrometerse en nuestro proyecto. Se necesitaba discreción, había leído y visto imágenes en un libro titulado Vivir en el espacio sobre el proyecto de los norteamericanos: “La Guerra de las Galaxias”, y de cómo sus satélites podían detener los ataques soviéticos, a nosotros podían confundirnos con una nave enemiga y dispararnos; así que mucha discreción con el asunto.

   Cada cual aportó la chatarra que pudo para la construcción del primer satélite cubano, ya imaginaba los titulares y hasta preparé unas palabras. No obstante el embullo y la moral de la tropa decayeron pronto. No sé si comprendieron que era más trabajoso de lo que parecía o si los adultos de la casa les dijeron que yo estaba medio loco; también nuestro satélite padecía una indisciplina amorfa que daba miedo. Lo cierto es que el proyecto se suspendió. No supe más del satélite, creo que lo tiraron en un portal y una vecina se quejó de que le habían echado brujería.

   Comprendí que no podía perder más tiempo, haría mi nave prescindiendo de la experiencia del satélite. Busqué un colectivo de trabajo más dado a acatar mis órdenes. Convencí a unos muchachos de la cuadra menores que yo, estaban entre los 7 y los 8 años de edad. Recién habían concluido los carnavales y fuimos a pugilatear con los buzos. (1) Esta vez no quise correr riesgos y armé el taller en mi casa. Los adultos pensaron que me entretenía y socializaba con los muchachos del barrio, aquello era preferible a las lecturas de física nuclear. Armamos la nave con bambú, cartón, madera, latón y algún que otro metal desconocido por la corrosión que presentaba. La nave parecía una caja gigante de las que enviaban mangos y otras frutas por tren. Ahora que lo pienso podía verse como nuestra miniarca de Noé. En casa ya miraban aquel engendro con sospechas por lo que tuve que apresurar el lanzamiento.

   En reunión extraordinaria le comuniqué a la tripulación que el lanzamiento sería ese día, poco antes de las 12 de la noche. Debían dirigirse a una loma que estaba en un lugar llamado Vicentón, no muy lejos de la casa. (2) Les dije que no cargaran con muchas cosas, que llevaran alimentos que pudieran durar sin refrigerador y frazadas, pues el Espacio era un sitio muy frío. Recuerdo que uno dijo que iba a poner un plato de arroz con chícharo en el congelador para que así la comida le durara, otro dijo que iba a llevar duro frío. Alguien dijo que había construido un tirapiedras casi de su tamaño para defendernos de los ataques extraterrestres. Los vi con la moral tan alta que no quise contradecirlos ni decirles que las cosas fuera de la Tierra no funcionaba así, simplemente los dejé llevar lo que quisieran.

   El aporte más significativo fueron unas baterías de carro que un amigo le sustrajo al padre, las cuales había puesto varios días al sol con unos espejos para que esta se cargara con energía solar. Ya que no teníamos combustible esperaba que la batería diera la energía suficiente para el despegue. Dentro de la nave había unos pedales con cadenas pues leí que en el Espacio bastaba un pequeño impulso para trasladarse. De todas formas llevaba oculto algunos implementos de química de mi madre por si tenía que tomar medidas desesperadas e inventar algo que nos diera energía.

   Esa noche la sangre me ardía, parecía que la hora no iba a llegar nunca. Poco a poco llegaron los tripulantes. Sacamos la nave -milagrosamente- sin despertar a nadie en la casa y la transportamos en carretilla hasta el Vicentón, (3)  Antes de entrar en la nave di un pequeño discurso en el que ni yo mismo sabía lo que decía pero emocionó a todos. Quise aprovechar la altura del lugar, por lo que un tripulante debía sacrificarse, empujar la nave para que esta rodara loma abajo y tener fe de que la batería nos alzara hasta las estrellas.

    Sentimos el empujón y aquella cosa comenzó a rodar loma abajo. Le grité a los muchachos que pedalearan duro, necesitábamos toda la energía que se pudiera dar para vencer la gravedad. La batería nunca encendió, los muchachos se miraban unos a otros asustados y luego a mí que intentaba manejar aquel armatoste. En vez de una nave parecía un carretón desbocado loma abajo. Terminamos tendidos en la calle, con los restos de la nave espacial en trono  nuestro. El vecindario se despertó y nos auxiliaron. Los padres de los muchachos les prohibieron jugar conmigo pues yo debía estar loco de remate al creer que podía volar una nave hecha con restos de kioscos de carnaval, chatarra, pedales de bicicletas y una batería que hacía años no servía. Era un peligro para sus hijos. Claro que la prohibición no duró mucho y a las dos semanas ya nos reíamos de los remellones de aquel día.

   Más adelante quise entrar en “Los Camilitos” con la idea de hacerme piloto, incluso hice la prueba física. Pero comprendí que ya no había posibilidades de que otro cubano viajara al Cosmos. Volví a leer EL pequeño príncipe y me dejó una tristeza enorme. El autor se había contentado con pilotear para estar más cerca de sus sueños; yo no era así, no me servía un sueño a medias, y como no quería hacer otra cosa que no fuera pilotear una nave espacial, decidí que la escuela militar no ayudaría. Deseché la idea y vendí los libros –tiempo después- en la librería de uso de la calle Enramadas, salvo dos que dejé como recuerdo. Sin embargo no pude calmar el bichito de la imaginación, y al poco tiempo del fracaso de la nave espacial se me ocurrió armar el Súper-Carro, el cual podría transportar a casi todos los muchachos de la cuadra. Pero eso es otra historia.

NOTAS

(1)Aquellas personas no autorizadas por el gobierno, que tras los carnavales o un derrumbe acuden a desmantelar el lugar. Se les llama así porque escarban entre los escombros en busca de lo que pueda serviles para armar sus viviendas.

(2) Era una finquita en medio de la ciudad, quedaba en una loma, tenía mucha vegetación, vericuetos y hasta un túnel que comunicaba con la escuela.

(3) Era costumbre oír carretillas en la madrugada, por la falta de agua la gente prefería esos horarios para ir a cargar agua a la salida de un manantial que pasaba por el Vicentón.


(De izquierda a derecha, Noel Pérez, RODOLFO TAMAYO y Daniel Liens, algunos de los galardonados en el Segundo Concurso Caridad Pineda In Memoriam)
 
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